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LUCÍA RAMOS
Viernes, 11 de noviembre 2016, 00:56
Espacios muy reducidos en los que era casi imposible desenvolverse, mala e insuficiente iluminación, incómodas banquetas, trato despótico por parte de los jefes y encargados y enorme presión para alcanzar los objetivos fijados, que se pagaban a un precio demasiado bajo. Cualquiera podría pensar que hablamos de uno de esos talleres ilegales que de vez en cuando salen a la luz en países asiáticos, pero estas condiciones que recuerdan más a la esclavitud que al trabajo digno se producían, no hace tanto, mucho más cerca de lo que muchos imaginan, según se desprende de la conferencia que ayer impartieron las extrabajadoras de Ike y Obrerol, Ana Carpintero y Libertad García. Lo hicieron en el marco de la segunda jornada 'Rompiendo Moldes' de la Vocalía de la Mujer de la Federación de Asociaciones de Vecinos (FAV) de la zona urbana.
«En aquella época las niñas empezábamos a trabajar en las fábricas textiles con doce o trece años y nos hacíamos mujeres allí, sentadas ante la máquina de coser. Pasábamos de la tutela del padre a la del empresario, cuya actitud con nosotras era totalmente paternal, y de ahí a la del marido», explicó Carpintero. Era habitual, continuó, que las obreras textiles fuesen tentadas con la dote matrimonial para hacerles dejar su empleo. «No se daban cuenta de que para nosotras el trabajo era la llave hacia la independencia económica. Hacia nuestra independencia como mujeres», aseveró. Recordó también Carpintero lo monótono y repetitivo que era el trabajo en los talleres. «Una camisa, por ejemplo, conllevaba más de cien operaciones y cada una nos encargábamos de una en concreto que repetíamos mil o dos mil veces al día, según fuera necesario».
'Conflicto de la Peseta'
Las malas condiciones laborales, los bajos salarios y los despidos de compañeros fueron forjando en las obreras textiles un espíritu rebelde que, en el caso de Obrerol, terminaría de estallar en 1979, cuando las trabajadoras se plantaron ante la continua negativa por parte de la dirección de la empresa de subirles el salario en lo que se conoció popularmente como el 'Conflicto de la Peseta'. En 1984 la situación se repetiría cuando, tras irse la luz durante dos horas y veinte minutos, la empresa instó a los trabajadores a recuperar gratis el tiempo perdido, a lo que éstos se negaron. «Fuimos a la huelga y, en represalia, echaron a once compañeros, por lo que mantuvimos el paro durante tres meses, e incluso nos encerramos en la parroquia de San José», rememoró Libertad.
Ambas recordaron también cómo la discriminación machista continuaba incluso en las protestas, cuando algunas personas les gritaban por la calle que se fueran a casa «a fregar», cosa que nunca les pasó a sus camaradas hombres. «Recuerdo incluso cómo cuando organizábamos asambleas solían venir los maridos de muchas a decirnos lo que teníamos que hacer», apuntó Carpintero. La lucha y el trabajo en aquella época, coincidieron las dos extrabajadoras textiles, fueron «sumamente duros, pero también muy enriquecedores por el ambiente de apoyo y solidaridad que reinaba entre las obreras».
La conferencia de la exdiputada de IU en el Parlamento Asturiano Paloma Uría sobre el nacimiento de la Asociación Feminista de Asturias completó la jornada. Hoy será el último día, con un recital poético en el Café de Macondo (plaza de La Habana, 3). Será a las 19.30 horas y estará amenizado por la colaboradora de EL COMERCIO Vanessa Gutiérrez.
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