A. Ausín / M. Gutiérrez
Miércoles, 9 de diciembre 2015, 02:26
En las últimas elecciones municipales fue cerrando la lista del PSOE local como número 27, tal y como era tradición. Quizá fuera de manera simbólica su último servicio al partido al que perteneció toda su vida. El presidente del Partido Socialista de Gijón, Marcelo García Suárez, falleció ayer a los 85 años dejando con un sentimiento de orfandad a un partido del que fue emblema. Aún era un niño en Sotrondio cuando vio cómo encarcelaban a su padre tras la revolución de 1934. Lo acusaban de haber entrado en un banco a robar. «Fue condenado a muerte y cuando mi madre recibió la noticia, la pobre, que ya tenía el corazón delicado, murió de un infarto».
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Su padre fue indultado, pero permaneció en la cárcel hasta 1943, cuando fue excarcelado ya muy enfermo de tuberculosis. Marcelo creció marcado por una tragedia que al mismo tiempo forjó su carácter. Durante toda la dictadura, trabajó por el regreso a un sistema democrático, sin dejarse amedrentar nunca por la represión. En la huelga de 1958, Marcelo García, que entonces trabajaba en La Camocha, fue «secuestrado», según sus propias palabras, en el cuartel de la Guardia Civil de Los Campos, donde le sometieron a todo tipo de torturas y vejaciones. Cuando fue puesto en libertad, sus ideas no habían cambiado lo más mínimo. De hecho, a continuación ingresó formalmente en el Partido Socialista, con el que siempre había simpatizado, bajo la inspiración de Emilio Barbón, un hombre al que siempre admiró. Fue en los años setenta cuando conoció a Felipe González. Por aquel entonces, las agrupaciones socialistas de Asturias y Andalucía trataban de unirse para llevar sus ideas progresistas al centro de la península.
A Marcelo pronto le cayó bien aquel joven, «que demostraba una capacidad estratégida enorme» y fue de los primeros en plantearle que optase a la secretaría general del partido en el Congreso de Suresnes, en octubre de 1974. González, como tampoco Alfonso Guerra, nunca olvidó a aquel líder asturiano que siempre mantenía sus principios por encima de cualquier otra consideración. Ya se había muerto Franco cuando la Brigada Político Social fue a buscarle a casa para llevarle a la Comisaría de Avilés y darle otra paliza. Querían que confesara dónde escondía una multicopista en la que habían impreso unas octavillas repartidas por las Juventudes Socialistas. Como siempre, no dijo ni palabra. Eso lo sabían muy bien los muchos compañeros que no habían dudado en confiarle su vida en aquellos años oscuros.
En las primeras elecciones democráticas formó parte de la candidatura socialista al Congreso de los Diputados y fue consejero de la asamblea de la preautonomía asturiana. Entre 1983 y 1991 fue concejal del Partido Socialista en el Ayuntamiento de Gijón. Sin embargo, nunca le preocuparon demasiado los cargos. Su verdadero interés siempre estuvo en construir las bases de un partido cuyos éxitos celebraba de forma humilde y cuyos reveses sentía como propios. A diferencia de otros dirigentes socialistas, entendió que tras la muerte del dictador que «eran necesarios muchos cambios», recordaría años después Felipe González, quien cuando todavía era un joven dirigente vigilado por la Policía dormía en casa de Marcelo cuando se desplazaba a Asturias para participar en algún acto del partido.
Bajo su paraguas creció toda una nueva generación de dirigentes socialistas que durante las siguientes décadas gobernarían en Gijón y en Asturias, como Vicente Álvarez Areces, quien le conoció con solo 17 años, Jesús Sanjurjo, Paz Fernández Felgueroso, José Manuel Sariego o Pedro Sanjurjo. Incluso el actual secretario general de Gijón, Santiago Martínez Argüelles y el portavoz municipal, José María Pérez, recibieron los consejos y el ejemplo de Marcelo que, convertido en sus últimos años en presidente de la agrupación, continuaba pasando prácticamente cada día por la sede para ayudar en lo que hiciera falta, como el más humilde de los militantes. Ni un solo día dejó de lado su preocupación social, acentuada en los últimos años por la crisis. No resultaba infrecuente que Marcelo se parase a hablar con cualquiera que necesitase ayuda para interesarse por sus problemas y ayudarle en todo lo que pudiera.
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Hasta el último momento, cuando su corazón se encontraba ya muy debilitado, el PSOE fue su vida. El resto de su afecto estaba reservado para Encarna, una mujer con sus mismas convicciones y con una trayectoria vital y política muy similar a la suya. Encarna falleció en octubre de 2007. Su muerte supuso un golpe durísimo para Marcelo García. Natural de Ribadesella, Encarna llegó a Gijón con apenas doce años en plena instauración de la República para instalarse con sus padres y ocho hermanos más en una de las viejas casuchas proletarias de Contrueces. Las vidas de Encarna y Marcelo se cruzaron por vez primera en este barrio, en los últimos estertores de los años cincuenta. «Entonces empecé a conocerla de vista. Yo iba de vez en cuando a tomar algo por allí, porque en el barrio vivían muchos compañeros de la mina, y ella pasaba a menudo caminando con sus hermanas». La relación de Encarna con sus hermanas siempre fue muy estrecha y motivó en alguna ocasión situaciones tensas que, ya de joven, mostraban su carácter combativo contra la sociedad de entonces. «Una vez, la Guardia Civil detuvo a dos hermanas suyas por un altercado con un policía en el barrio. Encarna se plantó en el cuartelillo, se enfrentó al sargento y empezó a gritarle a sus hermanas que no se dejaran esposar. En 1961, la excusa de un baile en la plaza de Europa sirvió para unir definitivamente los caminos de los dos socialistas. No tuvieron hijos, pero cuidaron como tales a su sobrina Conchita y, durante un par de años, de los hijos de algunas clientas de la peluquería que emigraron a Europa «hasta que sus padres lograron asentarse allí». Su legado son ahora los años de lucha por la democracia que reconocieron las medallas de Gijón y Asturias.
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