Leticia Álvarez
Sábado, 5 de diciembre 2015, 00:51
Mañana, a las dos y media de la tarde, en su local de El Natahoyo, en la calle Dos de Mayo, estaban todos citados. Un año más, preludio de las navidades, Miguel conseguía reunir a familiares y enfermos de alcoholismo que habían logrado salir del infierno de la bebida en torno a una comida familiar y entrañable, como él decía. En ella, intercambio de vivencias, ánimos para seguir adelante y también, claro, la tradicional venta de la Lotería de estas fechas con la que Asfear, como otras muchas entidades de la ciudad, consigue sacarse unos dinerillos y así seguir ayudando a quienes lo necesitan. Pero ayer todos los planes, todos los proyectos y objetivos de este colectivo se sumieron en la incertidumbre de pronto, sin esperarlo, sin imaginarlo siquiera porque Miguel estaba pletórico, como siempre, enérgico y con ganas de arrancar de una vez por todas, antes de las elecciones, por ejemplo, el compromiso de los políticos de poner en marcha un centro de día para estos rehabilitados del alcohol que necesitan además de terapias grupales, un lugar donde hablar para evitar las recaídas, un rincón donde ocupar el tiempo que ya no se pasa agarrado a la botella.
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Porque Miguel Ángel Fernández, sin avisar, se murió ayer por la mañana y dejó con su marcha un vacío de verdad, aunque suene a tópico lo que sigue, muy difícil de llenar. Miguel era el fundador y líder de Asfear, el impulsor de todas las iniciativas y maquinador de todas las ideas, el motor de su revista, de la entrega de premios anuales a quienes con su apoyo respaldaban la labor de Asfear y el que tocaba a la puerta de los gestores para que atendieran sus súplicas.
«Sólo quiero un sitio para que familiares y enfermos se puedan reunir de lunes a viernes y cubrir así un espacio intermedio entre los centros de atención ambulatoria y la comunidad de rehabilitación», insistió semana a semana desde hace meses, pero su reivindicación no fue escuchada. Así que Miguel se habrá ido refunfuñando, que también tenía su carácter, pero con la ilusión de que alguien coja el relevo de su labor y no la deje caer en saco roto.
Miguel, de 65 años, deja cinco hijas y una compañera sentimental, Ana, que ha sido su apoyo y bastón al frente de Asfear, desde la mesa de recepción en la que atendía con afecto a todos los visitantes. Ayer hizo lo propio en el escenario más triste de los posibles, en el tanatorio, adonde numerosos conocidos de Miguel se acercaron para despedirle y acompañar a su familia. Hoy, a las cinco y media de la tarde, está prevista la celebración de la palabra en su memoria en la capilla del Tanatorio gijonés.
«Incondicional»
Ayer, Gema San Narciso, una de las principales colaboradoras de Asfear, y conferenciante habitual como médica de la Unidad de Tratamiento de Toxicomanías -en Avilés- y especialista en adicciones, le recordaba como una persona «incondicional»: «Tú llamabas a Miguel y siempre estaba ahí». Lo sabe bien porque con ella acudía a dar conferencias en el centro de terapia ocupacional Padre Enrique de Ossó y porque conoció su historia desde que cayó en el alcoholismo hasta que logró sobreponerse, salir adelante y convertirse en un ejemplo para todos.
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Las puertas de Asfear seguirán siempre abiertas de par en par para quien a ellas acuda. Pero faltará Miguel Ángel, su sonrisa y esa barba blanca que en estas fechas tan cargadas de simbolismo para muchos de quienes le conocimos le convertían en uno más de los queridos personajes navideños por su carácter espléndido y ganas de ayudar a todos más allá, incluso, de la Navidad.
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