Alicia G. Ovies
Miércoles, 2 de septiembre 2015, 00:12
Durante más de treinta años, María José Capellín ha ejercido como directora de la Escuela Universitaria de Trabajo Social. Ahora estrena jubilación y papel como abuela de un bebé de cinco meses. Una nueva etapa que coincide con el cierre jurídico-administrativo del centro educativo, cuyos estudios seguirán impartiéndose en la Facultad Jovellanos. Son días, por tanto, de echar la vista atrás, hacer balance y analizar cómo ha cambiado el sistema educativo.
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¿Cómo se siente al no comenzar el curso como directora?
Rara. Por un lado tengo muchos proyectos y ganas de hacerlos. Por otro, cierto vértigo de pensar que ya no soy la directora de la Escuela de Trabajo Social. Ni siquiera existe. Pero como su cierre fue paulatino el duelo de la pérdida ya se ha hecho. Ha sido muy agobiante y tengo ganas de dejarlo porque no sabes la cantidad de papeles que se pueden llegar a acumular en 33 años. Es una cosa increíble. Tengo que deshacerme de ellos, ver qué libros dejó y cuáles me llevo. Hay un poco de melancolía.
Con estos días llegarán también los recuerdos.
Al revisar las memorias de cada año y las carpetas sí que he hecho ejercicio de toda la trayectoria y de las sucesivas generaciones que han ido pasando. Creo que he tenido una suerte enorme de haber trabajado en algo que me ha gustado muchísimo y que me ha dado mucho. El tener cada año una generación nueva que viene con expectativas de hacer cosas. Para mí la enseñanza ha sido muy satisfactoria. Además, este tipo de enseñanza ligada a temas sociales me ha permitido comprometerme con multitud de proyectos y conocer a gente.
¿Qué destacaría de estos años?
Me quedaría con los vínculos que establecí. Cuando voy por el pasillo y veo las fotos de las promociones pienso cuánta gente ha aprendido, cuánta me habrá detestado, cuánta riqueza humana he tenido. Luego, a partir de la escuela pude contactar con ONG, asociaciones, conocer muchas realidades. Me llevo un bagaje inmenso. Es muy emocionante ver a una alumna 14 años después y saber que está implicada en algún proyecto. O alumnos que se acuerdan de ti. Eso es invaluable.
¿Siempre quiso dedicarse a la enseñanza?
Una primera etapa de mi vida me dediqué a la política, pero estuvo muy determinada por la dictadura. La enseñanza había sido mi sueño. Entrar como profesora me permitió dedicarme al trabajo social. Luego, la posición un poco excéntrica que tenía el centro -única escuela pública que no estaba dentro de la Universidad- nos permitía más autonomía. Pudimos hacer proyectos educativos novedosos. Construíamos ciudadanía crítica y activa.
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¿Cuál era la situación del centro?
Siempre hubo inseguridad económica y jurídica. Cuando la escuela 'Pío XII' cierra, el Ayuntamiento lo asume temporalmente. Tres años después los estudios se hacen universitarios. Hay un acuerdo para mantenerla en situación de tránsito cinco años. Al final, pasaron 33. Esta etapa ha sido mucho más satisfactoria que si hubiese estado normalizada. No hay certezas ni seguridades en esta sociedad y menos cuando trabajas con aquellos que tienen todas las inseguridades y ninguna certeza.
¿Entrar a formar parte de la Facultad Jovellanos ha beneficiado a los estudios?
Cada etapa tiene su historia. Yo soy crítica con el cambio al modelo anglosajón. Podría dar de sí, pero ese tipo de enseñanza necesita mayores medios. Me alegro de no estar ahora. Me hubiera resultado difícil cambiar mi modelo a algo muy normalizado y con muchas limitaciones objetivas. Discutir diez años un modelo para cambiarlo a los cuatro es una falta de sentido común. Tienes que analizar los puntos fuertes y débiles para mejorarlos. La Universidad actual va a tener retos muy fuertes.
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«El crimen de las fronteras»
¿Algún día se hará una ley de Educación con el apoyo de todos?
Se debería. Este país tiene un problema serio de consenso en el marco educativo. No se tiene claro lo que hay que hacer. Hay una enorme desconfianza para construir con toda la sociedad cómo queremos que sean las siguientes generaciones. La sociedad en conjunto ha perdido confianza en sí misma sobre qué es lo que debemos transmitir. Es algo obligado que una sociedad tenga un pacto amplio de educación.
¿Las generaciones actuales tienen menos conocimientos?
Muchos profesores no se dan cuenta de que están juzgando su propia evolución. Asimismo, uno de los fallos que tiene el sistema educativo es que no es fluido. El paso del bachiller a la universidad es muy fuerte. Antes no había tanta distancia, pero estudiaban muchísimos menos. El conocimiento era más limitado. Además, el impacto de las nuevas tecnologías es algo que los no nativos digitales aún no somos capaces de entender. Van a significar una necesidad de cambiar el modelo para que te tengan que enseñar a analizar y manejar la información, no dártela.
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¿Con qué proyecto se quedaría de los que ha realizado?
Todos aquellos en los que he percibido la incorporación de los estudiantes. Cada vez que hubo uno que les hizo cambiar la manera de ver el mundo, de entenderlo. Hoy mi proyecto sería una movilización respecto al tema del Mediterráneo. El crimen de las fronteras.
Por lo que entiendo, está retirada, pero seguirá en activo.
La mitad del tiempo pienso en viajar, leer, hacer puzzles. La otra, la que ganará, me hace pensar en seguir ligada al feminismo y colaborando con temas como la política social. Hay épocas de más esperanza. Ésta parece ser una de las contrarias, pero yo soy optimista y peleona.
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