María De Álvaro
Jueves, 13 de agosto 2015, 00:05
Hay pocos olores más nauseabundos que el que deja el agua turbia de un jarrón en el que se han marchitado unas flores. Pocas imágenes más tristes que la de un triciclo desvencijado y sin niño o un vestido de novia usado en una percha para coger ya nada más que polvo. La felicidad se parece a un pavo real con la cola abierta. Y mantener ese abanico en alto todo el tiempo es imposible. Y un pavo real sin abanico es solo un pavo. Y es feo. Tal vez más feo que cualquier otro pavo, porque una vez fue extremadamente bello. Y, como todo el mundo sabe desde tiempos de Caín y Abel, las comparaciones son odiosas. Las flores podridas, el triciclo sin niño, el vestido sin novia son restos de un naufragio, constataciones de que ahí hubo un barco que flotó. Y no flota.
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Antes de que Milena Busquets pusiese de moda el 'También esto pasará' con su libro de una tarde de verano (y ya), Isac Dinesen, bueno Karen Blixen (o las dos), ya lo había aprendido en África, al pie de las colinas de Ngong, y, antes, mucho antes, Teresa de Jesús, en Ávila. «Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa». Lo bueno y lo malo. La alegría y la pena. Las rosas y las ortigas. Pero eso no quita que no haya nada más triste ni más maloliente que ver cómo se quedan algunas cosas que un día brillaron.
Viene todo este rollo al caso de que esta mañana, cuando salí de casa, vi al pobre Jovellanos colocado en lo alto de su pedestal en la plaza del Seis de Agosto, con una paloma cagándole en la cabeza y un montón de coronas y ramos pudriéndose a sus pies, los mismos que hace solo unos días servían para homenajearle. Como una metáfora de la vida misma. Como desmintiendo a golpe de imagen de peli neorrealista italiana esa frase que a su lado rezan las baldosas: «¿Acaso es la sociedad otra cosa que una gran compañía en que cada uno pone sus fuerzas y sus luces y las consagra al bien de los demás?» Pues acaso no, Jovino, darling. Acaso solo somos lo que hay entre la flor aún sin cortar y la flor podrida. Ese tiempo.
Menos mal que nos quedan los esquejes y las semillas. Y que hemos aprendido a cultivar, a regar si no llueve. Menos mal que todos los días amanece. Incluso cuando las nubes lo cubren todo. Incluso cuando a los pies de Jovellanos, las flores están podridas. Y ahora a ver si viene Emulsa y las recoge. Esto ya dicho sea de paso.
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