Kravitz descarga su arsenal

El neoyorquino hizo vibrar con su potente directo en el Palacio de los Deportes de Gijón a 6.500 personas entregadas a su causa y la de su excelente banda

Pablo Antón Marín Estrada

Sábado, 18 de julio 2015, 19:55

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Se prometía una gran descarga de rock en el concierto gijonés de Lenny Kravitz y el músico neoyorquino lo cumplió con creces ante los 6.500 espectadores que acudieron anoche al Palacio de Deportes de Gijón, mil más que Elton John la víspera. Una gran banda, un poderoso muro de luz y toda la energía de un artista que lleva más de dos décadas revolucionando las listas de éxitos con sus potentes canciones, entroncadas en lo mejor de la tradición de la música popular americana de la pasada centuria. En pleno siglo XXI sus temas siguen copando la cumbre de los más escuchados y vendidos.

El primer directo en España de la gira en la que pone a rodar las canciones de su último trabajo de estudio, Strut, no defraudó al público que desde mucho antes de que comenzara el concierto hacía colas para reservarse las filas más cercanas al escenario. Tras la actuación de los teloneros, la banda neoyorquina The London Souls, que le acompaña en su tour europeo, el clima de expectación fue aumentando de temperatura hasta estallar en el delirio cuando Kravitz apareció en escena, con veinte minutos de retraso y con sus inseparables Ray Ban y rasgueando la guitarra.

Comenzó con uno de los temas de su álbum más reciente, con Frankenstein y sus fraseos incompletos que hacen de este tema una canción muy pegadiza, difícil de olvidar. Kravitz que la noche anterior había tocado ante más de 30.000 espectadores en el Festival Marés Vivas de Vila Nova de Gaia, en la ribera del Douro, la villa de las bodegas señeras del vino de Oporto demostró tener una energía intacta a sus 51 años y una vuelta al sol. Inyectó adrenalina con el arranque, pero el delirio fue a más, cuando volvió a su etapa de mayor popularidad con American Woman.

A partir de ahí, el público enloqueció con él, ya que, al terminar, se paró, se paseó por el escenario y empezó a saludar a las primeras filas. Como habían avanzado quienes ya conocían la parte visual, el escenario propició esa proximidad con sus fans. Era sobrio, sin pantallas, con tan solo media docena de focos de pantalla y un único andamiaje en el que estuvieron colgadas el resto de luces.

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Siguió con It aint over til its over, una de las canciones más conocidas de su discografía, de 1991, y con Dancin til dawn, más reciente en el tiempo e incluida en su álbum Is time for a love revolution. El funky y el soul fueron dando paso a Sister, donde el artista neoyorquino mostró su cara más intimista al interpretarla a media luz, con su guitarra acústica y la banda formado un cobijo de complicidad a medida que la canción iba subiendo de tono y los riffs de su guitarrista elevaban la emoción.

Y es que no solo Kravitz fue protagonista en el escenario. También lo fueron los músicos. Los temas, que fueron largos, les dio pie a lucir todas sus virtudes. Ocurrió con el trío de metales, el trío vocal femenino, el bajo teclado de percusión y la guitarra líder.

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Dentro de ese remanso de intimidad compartida con el público, interpretó Believe, de Are you gonna go my way, de 1993.

Pero fue un respiro, porque enseguida cogió de nuevo la eléctrica para lanzarse con sus sonidos más vibrantes e interpretar Always on the run, en la que sus seguidores pudieron disfrutar de un duelo de primeras guitarras y trompeta. Tanto el cantante como su banda siguieron con la versión larga de sus canciones, con impasses de improvisación jazzística.

En la parte final, cantó temas como I belong to you (1998) y Let love rule, del álbum con el que debutó. Con esta canción llegó el momento culmen del concierto. Bajó del escenario, tomó a una niña en el cuello y empezó a entremezclarse con el público, subiendo a las gradas y mandando cantar al público.

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Fly away, todo un himno, fue coreada, brazos arriba incluidos, por todo el aforo del Palacio. Así, con todo el público metido más que de sobra en el bolsillo, marchó del escenario para volver y hacer vibrar de nuevo con Are you gonna go my way, también de sus primeras etapas. Una propia que provocó el delirio definitivo en una noche memorable.

Kravitz exhibió sus mejores virtudes en vivo y una sabia lección del sentido del espectáculo en un concierto de rock, como en los viejos tiempos de las grandes bandas de los sesenta y setenta. De su admirado Jimmy Hendrix aprendió la presencia casi religiosa que puede imprimir un virtuoso de la guitarra eléctrica ante el público. De sus otros mayores los Stones, los Beatles, Led Zeepelin, las estrellas del soul y del funk de la factoría Motown, la facultad para recrear ritmos y ambientes sobre temas que en un disco suenan perfectos y en un directo se espera que además resuciten para cobrar nuevo significado ante los espectadores que los gozan como si acabaran de ser compuestos.

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La empatía del artista con el público se palpó desde que hizo sonar sus primeros acordes y no dejó de percibirse durante todo el concierto. También la complicidad con su banda y con el trío vocal que lo acompañaba funcionó a la perfección en cada tema, desde sus baladas más intimistas a sus temas más contundentes y cañeros. Provocativo en sus videoclips y en la difusión de su cuidada imagen, el neoyorquino mostró ayer ante el público gijonés que es ante todo un animal de escenario, un auténtico torbellino de energía en sus directos.

Con su carismática presencia llena las tablas y no deja de mantener su protagonismo en ningún momento, ni siquiera cuando cede el testigo a alguno de sus extraordinarios músicos para que se explayen en solos de guitarra, saxo o teclados.

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Anoche le acompañaban una decena de maestros, entre ellos el gran Gail Ann Dorsey bajista y cantante y uno de los pilares de las últimas giras de David Bowie, Cindy Blackman batería y percusión, que cuando no está con Lenny acompaña a su marido, Carlos Santana, el saxofonista Harold Todd y el guitarrista Craig Ross, colaborador esencial y un auténtico virtuoso con las improvisaciones de blues. Cada uno tuvo sus momentos, porque Kravitz es líder generoso.

Los espectadores que tuvieron la fortuna de asistir en la noche de ayer al concierto del torbellino Lenny Kravitz y s gran banda tardarán tiempo en olvidar lo sucedido en el escenario con la presencia de una de las estrellas del pop rock que más siguen deslumbrando con su resplandor y su contagioso calor en vivo. Un concierto memorable de este verano gijonés.

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