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LUCÍA RAMOS
Viernes, 28 de noviembre 2014, 01:20
Nos dejó hace 27 años pero ayer Luciano Castañón (Gijón, 1926-1987) volvió a la vida, aunque solo fuese por una hora. Lo hizo gracias a las palabras que le dedicaron su hijo Chema Castañón y su amigo y artista Cecilio Testón, quienes se encargaron de glosar su vida y la que, quizás, fue su faceta literaria menos conocida: la poesía. Resucitó también a través de sus propias palabras, que cobraron vida en boca del poeta y escultor Emilio Amor.
El Grupo de Artistas Extremófilos de la Sociedad Cultural Gesto, a la que Castañón perteneció desde su creación junto a Testón y Amor, organizó ayer un homenaje a su figura. El centro municipal de La Arena, barrio que vio nacer al escritor, acogió a numerosos colegas, vecinos y admiradores de Castañón, entre los que se encontraban, además de Chema, sus hijos Jesús, afamado ceramista, y Luciano, quien regenta el Café Gregorio junto al cuarto hermano, Paco. Hijos que según recuerda el primero, faro de la emblemática Librería Paradiso, heredaron de su padre la pasión por el arte y la cultura. «Aunque Jesús siempre fue el artista de la casa, a todos, en mayor o menor medida, nos gusta todo lo que tenga que ver con la cultura», señalaba Chema a EL COMERCIO momentos antes de que diese comienzo el homenaje.
Fue el de ayer un acto en el que volvió a quedar claro que, por encima de las múltiples cualidades intelectuales y deportivas de Luciano, quienes le conocieron siempre destacaron aquellas que le hacían más humano. «Fue un poeta en tierra. Humilde y grandioso», apuntó Testón, quien recordó haberle conocido en una galería de arte, junto a Nicanor Piñole, otro de sus grandes amigos. «Yo era un cántabro desconocido, pero no le importó, me impulsó como a tantos otros artistas. Ahí nació una gran amistad», añadió.
Cinco años en el Sporting
Como el propio Luciano reconoció en numerosas ocasiones, de pequeño pasó más tiempo en la playa que en casa. «De ahí la gran presencia que el mar siempre tuvo en su obra», señaló su hijo Chema. En la playa, añadió, Castañón comenzó a jugar al fútbol y a ser conocido como 'Chano' por sus amigos. De la playa pasó al campos, primero con el Playino, luego con el Ezcurdino y más adelante con la filial Olimpia. «Con 18 años ficharía por el Sporting, donde jugó cinco temporadas antes de pasar al Avilés y luego al Cádiz», explicó Chema. Fue durante su estancia en este último equipo, concretamente en 1951, cuando Luciano publicó sus primeros poemas, en el Diario de Cádiz. «Eran versos primerizos, breves. Sencillos y luminosos, inspirados, quizás, en las lecturas de Juan Ramón Jiménez», apuntó su hijo.
Como futbolista fue, según los expertos de la época, «un fino interior, discreto y técnico que, en ocasiones, marcaba gol y a quien las constantes lesiones no siempre le permitieron ser titular». Fue precisamente una lesión renal la que le obligaría a retirarse en 1953 y la que le daría, a cambio, la oportunidad de dedicarse a la escritura. «Aunque disfrutó mucho jugando al fútbol, su verdadera vocación siempre fue la de escritor», recalcó Chema.
Regresó entonces 'Chano' a su tierra y comenzó a jugar, ahora sí, con las palabras. «Las décadas de los 50 y los 60 se centró sobre todo en la prosa, publicando obras como 'El viento dobló la esquina' o 'Vivimos de noche'», explicó su hijo. No fue hasta 1967 cuando vio la luz su primer libro de poemas, 'Barrio de Cimadevilla'. «Era un retrato en blanco y negro del barrio alto, una poesía realista con fuerte contenido social pero también una vuelta a las estructuras clásicas, como la nana», señaló Chema. A ésta le seguirían otras dos obras poéticas, 'De la mina y lo minero', caracterizada por el uso de humor negro y descripciones industriales, sin dejar de lado las reivindicaciones sociales, y 'Poemario asturiano', un canto a su tierra.
Crítico de EL COMERCIO
Testón quiso además destacar la labor de Castañón como crítico de arte. Actividad que desempeñó durante largos años en EL COMERCIO y que utilizó en numerosas ocasiones para impulsar la carrera de jóvenes artistas. «Chano no escatimaba al ayudar, era la generosidad andante. Fue el catalizador que impulsaba al pintor humilde, escondido, que no se atrevía a sacar su pincel a la calle para que no le diera el sol».
Así, Luciano hilvanó, una tras otra, infinidad de reseñas de grandes y pequeñas exposiciones y obras literarias. «Se apuntaba a todo lo que supusiera elevar la cultura del pueblo que le vio nacer», destacó Testón.
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