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De Avilés a Cudillero, un viaje en 1880, por Fortunato de Selgas (I)
AVILES

De Avilés a Cudillero, un viaje en 1880, por Fortunato de Selgas (I)

RAMÓN BARAGAÑO

Lunes, 17 de agosto 2009, 04:29

En el tomo tercero de la 'Revista de Asturias' (segunda época) Fortunato de Selgas publicó un extenso artículo titulado 'De Avilés a Cudillero. Apuntes de un viaje histórico y arqueológico'. En los números 21, 23 y 24 (de 15 de noviembre, 15 y 30 de diciembre de 1880) de dicha publicación se recoge la parte del viaje correspondiente a los concejos de Avilés y Castrillón. En el tomo cuarto (1881) remata el autor su viaje con la descripción del itinerario correspondiente a los municipios de Soto del Barco, Muros de Nalón y Cudillero. El propósito del artículo era resaltar los monumentos y lugares de interés histórico y arqueológico que en el trayecto se pueden admirar, descritos con el rigor y la erudición que Selgas poseía.

Fortunato de Selgas y Albuerne nació en Cudillero el 27 de septiembre de 1838 y falleció en Madrid el 7 de noviembre de 1921. Estudió el Bachillerato en Oviedo, en cuya Universidad se licenció después (1864) en Derecho Civil y Canónico. Desde su época de estudiante comenzó a colaborar en periódicos como 'El Invierno' (1859) y la 'Revista de Asturias', además de otras revistas y boletines de Madrid especializados en temas históricos. De origen modesto, su hermano mayor, Ezequiel, logró una gran fortuna, lo que le permitió dedicarse a sus grandes aficiones: la historia, la arqueología y las bellas artes. En El Pito (Cudillero) ambos hermanos construyeron un espléndido palacio, dotado de hermosos jardines, donde fueron acumulando un gran número de valiosas obras de arte de todo tipo: muebles, porcelanas, tapices, esculturas, libros y cuadros de pintores como Goya, Tiziano o El Greco, entre otros maestros.

A pesar de su privilegiada posición económica y su amplia cultura, Fortunato de Selgas fue un hombre modesto y poco amigo de figurar, al que le gustaba dedicarse a los estudios históricos y arqueológicos y a realizar obras benéficas, entre las cuales hay que destacar la iglesia, el cementerio y, sobre todo, las escuelas de El Pito, que realizaron una gran labor docente.

En Madrid, su otra residencia, colaboró decididamente con iniciativas sociales tales como las cantinas escolares y el Centro Protector de Ciegos. También llevó a cabo, entre los años 1912 a 1915, la restauración de la iglesia prerrománica de San Julián de los Prados, en Oviedo. Rechazó el título de conde de Selgas, sólo ostentó un cargo en toda su vida (el de director del Museo de Reproducciones Artísticas) y fue miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia, de la de Bellas Artes de San Fernando y de la de Ciencias Históricas de Toledo. Es autor de los libros 'Origen, fuero y monumentos de Avilés' (1907), 'Monumentos ovetenses del siglo IX' (1908) y 'La basílica de San Julián de los Prados en Oviedo' (1916).

Al inicio de su viaje, de tres leguas, entre Avilés y Cudillero, se justifica Selgas por no poder contar, dados los necesarios límites de su artículo, la historia de la «antigua Avellies, tan rica en recuerdos como fecunda en hombres célebres». Y continúa: «Separado antes de la villa por una ancha marisma, y unido hoy por hermoso caserío, se encuentra el arrabal de Sabugo con su linda iglesia parroquial de románica arquitectura, ostentando las columnas de su portada capiteles iconísticos...». Respecto al topónimo, afirma acertadamente que proviene de la «palabra latina sambucus y sabucus, de la que se ha formado la asturiana Sabugo y la castellana Saúco. Hay en Asturias muchas localidades con este nombre, y con su variante Sabugal, bosque de saúcos».

Descripción

Según la descripción de Selgas, el «arrabal de Sabugo está situado en un bajo teso, última ramificación de una elevada colina, sobre la cual aparece la iglesia de San Cristóbal. Para subir a ella, el camino serpea por áspera cuesta, y a la mitad de su altura se encuentra incrustada en la ladera una cruz de piedra con una inscripción que recuerda al viajero haber sido allí asesinado por los franceses en 1809 don Ramón Robés, cuando aquellos invasores, al mando del mariscal Ney, pasaron por la costa a la conquista de Galicia. Al llegar a la cima se contempla uno de los más bellos paisajes que ofrece Asturias, viéndose en el centro de un extenso y poblado valle la villa de Avilés con sus casas coronadas de solanas y miradores, descollando sobre ellas las cuadradas torres y las espadañas de sus iglesias y conventos. Circúyenla pintorescas aldeas, agrupadas alrededor de antiguas iglesias, que remontan algunas su fundación a los tiempos de la monarquía asturiana. Allí está la Magdalena con su románico templo en medio de un frondoso bosque, Molleda y San Pelayo, bellamente situadas, Trasona, solar de una noble familia, La Luz, célebre por sus vistas, y Miranda por su alfarería, Valliniello, escondido entre copudos pinos, teniendo a sus pies las marismas de Ruiz y la ría, orillada de hermosas colinas, semejante en la pleamar a un lago, marcándose en sus tranquilas aguas las líneas paralelas y oscuras de los muelles, como los raíles de una vía férrea al cruzar una llanura inundada».

El autor del viaje escribe, sobre la parroquia de San Cristóbal, que «es muy antigua y su actual iglesia, que tiene poco de notable, excepto la bonita espadaña, sustituyó a la primitiva de arquitectura románica, donde se celebró el 3 de julio de 1350 una curiosa ceremonia propia de aquellos románticos tiempos. El Cabildo Catedral de Oviedo, a quien pertenecía desde el siglo X, la cedió en cambio de otros bienes al convento de San Vicente, cuyo abad, don Menén Rodríguez, vino personalmente acompañado de algunos frailes a tomar posesión de aquella rica comunidad. El apoderado del Obispo Juan Nicolás, notario de Avilés, llevó al abad a la puerta de la iglesia, le introdujo en ella, haciéndole pasar bajo la cuerda de la campana, le puso en la mano un puñado de espigas, representando con esta alegoría la cesión del templo y sus rentas, de todo lo cual se levantó un acta, solemnizada al echar la firma o róbora por contrayentes, notario y testigos con sendos tragos de vino». Esta costumbre se conserva en Asturias en las transacciones de ganado, no consumadas hasta que «se echa la robla» (se toma el vaso de vino).

Continúa atravesando San Cristóbal, que se extiende por una espaciosa llanura, para bajar hasta el valle de Quiloño, ya en el concejo de Castrillón.

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