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El Peñón de raíces, visto desde el aire. / MARIETA
Las leyendas de El Peñón
Castrillon

Las leyendas de El Peñón

Ídolos de oro enterrados, mazmorras ocultas en una cueva o relatos de ángeles alados que auxilian a nobles locales ante la invasión morisca. Es la otra historia del Castillo de Gauzón

JOSÉ L. GONZÁLEZ

Domingo, 16 de agosto 2009, 04:18

Ahora se sabe que el castillo de Gauzón estaba ubicado en El Peñón de Raíces, que data del siglo VII, mucho antes de que se fundara el Reino de Asturias, que era morada de nobles encargados de defender la bocana de la ría de Avilés. Son hechos históricos apoyados por pruebas arqueológicas que nadie puede discutir. Pero, antes de que el equipo de arqueólogos que dirigen Iván Muñiz y Alejandro García comenzase a arrojar un poco más de luz sobre la historia de este enclave, la tradición oral se encargó de envolver lo que era un olvidado promontorio en un halo de misterio que encerraba pequeñas píldoras de verdad. Son historias de ídolos de oro enterrados, de cuevas que albergan mazmorras, de ángeles alados en auxilio de nobles que lucharon contra la invasión morisca. Leyendas que han contribuido a que no se olvide lo que un día hubo en El Peñón y que han alimentado la imaginación de un pueblo durante años.

Relatos como el del Rey Paene, figura sin registrar en los libros de Historia, al que la leyenda atribuye una mezquita en lo alto de El Peñón, un tesoro enterrado con seis figuras de oro y otras muchas alhajas propias del mundo de los cuentos. La historia de Paene y sus riquezas atrajo a muchos buscadores hasta el promontorio de Raíces. No encontraron nada. «Emilio Fernández Cuervo, uno de los ayalgueros más famosos, recogió en una gacetilla la historia de este rey. Él realizó búsquedas en el castillo y, por supuesto, no se topó con nada», explicó Iván Muñiz.

Estas gacetillas, muchas veces copiadas a mano, incluían indicaciones que debían llevar a los ayalgueros hasta su objetivo. Dos pasos a la izquierda sobre la piedra de la cara oeste, tres a la derecha tras pasar por las escaleras... En este caso no ha servido para descubrir grandes riquezas, pero sí que ha fijado una leyenda reelaborada por la memoria colectiva, que incluía varios elementos próximos a la verdad. Lo explicó Alejandro García. «En la leyenda se habla de una mezquita. En realidad no la hubo, pero sí sabemos que en una parte del castillo había una iglesia, y que la fortificación contaba con unas escaleras en la falda de El Peñón».

La base de esta leyenda de ayalgueros, según explican los arqueólogos, puede ser la observación. De la iglesia que hubo en su día se pasa a una mezquita, un elemento curioso al que se le añadió otro muy habitual: un tesoro.

Pero la memoria no sólo se alimenta de la observación, sino también de las vivencias, buenas o malas, de un pueblo. En la cara sur del promontorio existe una cueva de pequeñas dimensiones que los arqueólogos no han estudiado aún en profundidad. Se ubica a media altura de El Peñón y no es una zona de excavación prioritaria. Para las gentes de la zona, en cambio, tuvo otro valor casi terapéutico. Por el pequeño hueco de la gran piedra, los vecinos fueron echando la rabia que les producía la opresión a la que eran sometidos hasta crear una leyenda que recoge la existencia de unas mazmorras en las que sus antepasados habían sufrido la ira de sus señores. «Es una recreación. La cueva existe, pero sus dimensiones son muy limitadas. Este era un centro de poder feudal y eso deja un pensamiento negativo sobre la gente de la zona, que ha podido llegar a transformarse en esta historia», señaló Iván Muñiz.

No sólo los buscadores de tesoros o las personas más humildes eran aficionados a la creación de leyendas. La familias de 'nuevos nobles' que adquirieron poder y relevancia social en épocas tardías necesitaban demostrar que su linaje procedía de antaño. Fue el caso de una de las familias más poderosas de la historia de Avilés: los Alas, que eligieron el castillo de Gauzón para ambientar su recreación.

Apoyo celestial

La leyenda de esta estirpe dice que el fundador de su linaje, Martín Peláez, defendió el castillo en el siglo VIII ante los ataques de los musulmanes. Pero no lo hizo solo. Un ángel alado, que fue el que dio apellido a su familia, bajó del cielo para ponerse de su lado en la contienda. En agradecimiento a su valentía, el propio Rey Pelayo le concedió a la familia el derecho a representar el suceso en su escudo de armas, del que aún se conserva un ejemplar en el entorno del monasterio de La Merced.

Parece claro que se trata de una leyenda, pero el propio escudo sirve también de fuente documental. La imagen representada invita a los historiadores a pensar si se podría fundamentar en lo que eran las ruinas del castillo o la vestimenta de los nobles en el momento en el que se creó la leyenda y también en la visión que tenían del castillo en aquella época. «Antes de la segunda mitad del siglo XVI la leyenda ya estaba forjada. Esta historia nos habla de hasta qué punto el castillo era importante para Avilés. La principal familia de Avilés decidió forjar allí su linaje. Además, aparece el castillo con dos o tres torres, Martín Peláez con armadura en la puerta de entrada, las escalas de asedio del ejército musulmán a los lados, el ángel alado en la torre central y, a los pies de la fortaleza, un mar de sangre con cabezas y brazos de los musulmanes muertos en combate», afirmó Iván Muñiz.

El trabajo del equipo de arqueólogos que investigan en este enclave ha permitido conocer más acerca del origen y evolución del castillo. Su labor se centra en rescatar la historia de Asturias con una base científica. Entre los hallazgos que les permiten construir su relato histórico se encuentran puntas de lanza, piezas de cerámica llegadas de tierras lejanas, suelos de estancias regias o dados que usaban los soldados para jugarse el jornal. Elementos que servirían para otros muchos relatos literarios alejados del que desarrollan los arqueólogos.

Pero esa forma de seguir elaborando leyendas ya no les corresponde a ellos. «Nosotros no trabajamos para desmontar leyendas, que son historias con vida propia. Sería injusto hacerlo, son más bonitas que la realidad», afirman.

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