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MIGUEL BARRERO
Sábado, 25 de julio 2009, 05:23
En la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, bajo una modesta losa de pizarra, reposan los restos de Roberto Frassinelli. No siempre estuvieron allí. Hasta 1977, los escasos iniciados que se internaban en aquel paraje fantasmal para rendir un tributo casi secreto a un personaje que había muerto dejando tras de sí una larga serie de enigmas tenían que alejarse unos pasos del templo para adentrarse entre la agreste vegetación de un cementerio medio abandonado y rebuscar el sepulcro que acogía sus cenizas. El traslado de sus huesos fue el inicio de un 'movimiento' de recuperación de su figura y su legado que llegó a su momento álgido en 1987, cuando, con motivo del centenario de su muerte, se celebró una exposición que arrojó no poca luz sobre la vida y el legado de quien fuera una de las figuras más importantes de la cultura asturiana del XIX. Después, volvió el silencio.
Pese a que no puede decirse que haya caído del todo en el olvido, lo cierto es que el nombre de Roberto Frassinelli pasa hoy inadvertido no ya para quienes visitan el santuario de Covadonga, escenario de la mayor parte de sus inquietudes y desvelos, sino para muchos asturianos que jamás han oído hablar de su existencia. Y sin embargo, tanto el personaje como sus tribulaciones merecen que se les preste, cuando menos, un poco de atención, por más que en su biografía sean pocos los datos concretos y entregarse a una reconstrucción de lo que fue su vida suponga muchas veces internarse por los territorios de la hipótesis, cuando no de la invención más o menos afortunada. Sabemos que Frassinelli nació en la localidad alemana de Ludwisburg en 1811 y que, entre 1831 y 1833, estudió en la Universidad de Tubinga las asignaturas de zoología, anatomía, química, botánica, cirugía y fisiología. También que formó parte de varias sociedades secretas y corrientes revolucionarias -entre ellas, la 'Gesellschaft der Feurreiter' y la 'Sociedad de los Jinetes del Fuego'- cuyos preceptos se regían por el entonces omnipresente ideal romántico. En 1833 podemos situarle entre los participantes en las revueltas de Frankfurt, y podemos afirmar con bastante solvencia que tres años después fue condenado por sus actividades políticas, lo que hizo que tomara la decisión de abandonar su país natal y buscar cobijo en España.
Una vez instalado en su nuevo destino, comenzó a trabajar como marchante para una clientela formada en su mayoría por anticuarios y bibliófilos alemanes. Unas actas de la Comisión Provincial de Monumentos dan fe de que estuvo en Asturias en 1844, pero no sería hasta unos años más tarde cuando el principio de una relación meramente profesional iba a acabar modificando para siempre las líneas maestras de su destino. En una fecha indeterminada, entabló tratos con los Miyar -una familia de Corao que poseía una librería en Madrid- y al poco tiempo contrajo matrimonio con una de sus componentes, Ramona Domingo Díaz, a cuyo pueblo natal se trasladarían no mucho después. Corría el año 1854.
No es difícil imaginar la fascinación que tuvo que sentir Frassinelli la primera vez que contempló los Picos de Europa, ni tampoco la turbación que debió de acompañar su descubrimiento de Covadonga. El indiscutible 'sancta sanctorum' de los asturianos vivía sus horas más bajas en aquella época, y el alemán -que, pese a no ser hombre especialmente religioso, sí hacía gala de un ardor romántico que le llevó a considerar que aquel valle condensaba las principales señas de identidad históricas y naturales de Asturias y que, en consecuencia, debía adquirir una categoría simbólica que trascendiera su condición de lugar de peregrinaje en decadencia- se le antojó un espacio de revelación que, como tal, tenía que condensar los rasgos más señalados de la idiosincrasia astur para convertirse en una ventana desde la que otear el futuro sin llegar a perder nunca de vista el pasado. Frassinelli entabló amistad con el obispo Sanz y Forés, que pronto se convertiría en uno de sus principales valedores, y utilizó sus conocimientos artísticos para aplicarlos al estudio de lo que Jovellanos denominara 'arquitectura asturiana' y diseñar un camarín que sustituyera al antiguo templo colgante, destrozado por un incendio, y albergara la imagen de la Virgen en un marco plagado de referencias al legado de un reino ya extinto que languidecía en el olvido. Sus ideas para Covadonga anularon el proyecto que el arquitecto madrileño Ventura Rodríguez había llevado a cabo para construir un templo en aquel lugar, y, después de levantar en la Santa Cueva el oratorio de La Santina, Frassinelli comenzó a trabajar en el diseño de una basílica que finalmente acabaría yéndosele de las manos. Sanz y Forés fue reemplazado en la curia ovetense por Martínez Vigil, y el nuevo obispo, conocedor de que el alemán no poseía el título de arquitecto, desconfió de la capacidad de éste para dirigir una obra de tal envergadura. Los planos, con todo, sólo sufrieron ligeros retoques por parte de su continuador, Federico Aparici, y Frassinelli acabó haciéndose cargo de la cripta.
Entre tanto, aquel hombre llegado del norte de Europa que había encontrado en el oriente asturiano su Ítaca personal había ido labrándose con su peculiar 'modus vivendi' una suerte de leyenda que, en algunos casos, trascendió sus méritos artísticos. 'El Alemán de Corao' -como empezó a ser conocido en la zona- solía embarcarse en largas excursiones por las montañas, desarrolló un estilo de vida tan excéntrico como desinhibido (durante muchos años se le recordó revolcándose desnudo entre la nieve o tomando baños en un recodo de la vega del Enol que desde entonces se ha venido conociendo como 'El Pozo del Alemán') y llegó a instalar un estudio natural en la llamada Cueva del Cuélebre, donde la superstición popular había fijado la morada de uno de los seres más conocidos y temibles de la mitología astur. Su amigo Alejandro Pidal, que solía acompañarle en sus salidas, escribió en una nota publicada unos días después de su muerte que «su verdadero teatro eran los Picos de Europa», y aunque sean muy pocos los retratos que han llegado hasta nosotros de Frassinelli -quien esto escribe sólo ha sido capaz de ver uno, y desconoce si existen más-, puede que la imagen que mejor lo describa sea un óleo de Caspar David Friedrich que muestra a un hombre de espaldas ante un paisaje rocoso difuminado por una niebla tan tupida como inquietante. No podemos ver su cara, ni la expresión de sus ojos ante la temible belleza que se le aparece enfrente, pero sí podemos adivinar en su gesto una actitud de orgullo ante el desafío que se le avecina, y una cierta altanería con la que materializa su voluntad de superarlo.
Frassinelli murió en su casa de Corao en 1887, y lo cierto es que poco queda hoy de su obra. Si conocemos el camarín que diseñó para la cueva se debe a que, por fortuna, han llegado hasta nosotros fotografías suficientes como para hacernos una idea cabal de su alzado. La cripta de la basílica, que no siempre está abierta al público, también puede dar pistas acerca de cómo hubiera sido ese templo con el que el alemán quiso reivindicar un tiempo perdido y un esplendor extraviado por los recovecos de la desmemoria. Podemos disfrutar, por suerte, de los espléndidos dibujos en los que retrató los edificios prerrománicos y de los parajes que, de un modo tan persistente como enigmático, acompañaron su vida. Alejandro Pidal dejó escrito que Covadonga no podía perder el recuerdo de uno de sus más acérrimos defensores. Más de un siglo después, apenas queda memoria allí de quien se dejó los ojos intentando que aquel valle oscuro y frondoso estuviera a la altura de su historia. En las altas instancias culturales, tan desinformadas muchas veces, tampoco parece que 'El alemán de Corao' corra mejor suerte. Dentro de un año y medio se cumplirá el bicentenario de su nacimiento, y no estaría bien desaprovechar la oportunidad que brinda el calendario. Asturias, que tan mal trata con frecuencia a sus mejores hombres, aún está a tiempo de saldar las cuentas que tiene pendientes con una de sus figuras más encantadoramente heterodoxas. También con uno de sus más entregados hijos adoptivos.
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