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Adeflor, en un retrato de su etapa como director de EL COMERCIO. / E. C.
50 años sin Adeflor
Cultura

50 años sin Adeflor

DIRECTOR DE EL COMERCIO DURANTE MÁS DE 30 AÑOS,

PPLL

Domingo, 5 de abril 2009, 11:24

La figura de don Alfredo García García, 'Adeflor', singular y compleja, forjada día a día en un continuo enfrentarse con la actualidad, matizándola, concretándola, dándole sentido, puede decirse, sin temor a caer en la hipérbole, que resume y define una época entera, gijonés de siempre, ligado a Gijón de por vida, artífice de la especial fisonomía y talante que el diario EL COMERCIO posee, Adeflor alcanzó rango de maestro en el áspero e incómodo oficio periodístico. Una personalísima agudeza, un inmenso y profundo talento natural, fueron las bases primeras sobre las que se inició su carrera prolongadísima y brillante, que, si no maduró en el resonante altavoz de Madrid, fue por consciente y afectiva decisión propia.

Gijón iniciaba su expansión. Gijón era aún ciudad íntima y familiar, recogida, donde todo el mundo se conocía y saludaba, cuando nació Adeflor, el 22 de mayo de 1876, comenzaba la gran industria a consolidarse. La instalación de la fábrica Moreda y Gijón en 1873 daba paso a la industria pesada y reafirmaba una trayectoria abierta ya antes, pero camino de lograr mayor fuerza con la llegada posterior del Ferrocarril del Norte y la consecución del ansiado puerto de El Musel, Adeflor nació y creció, pues, en un ambiente de ciudad en marcha, progresiva, en expansión. La vida de Adeflor correría paralela a este crecimiento. La agudeza de su pluma y la continuidad de su labor periodística estuvieron desde su juventud ligadas al fascinante proceso de crecimiento que Gijón sufría.

Un Gijón íntimo y familiar

Pero la ciudad, limitada, reducidísima, estaba concretada en unos límites urbanos que hoy nos harían sonreír. Existían gentes con personalidad acusadísima y audaz capaces de afrontar empresas urbanas realmente osadas. Pero el panorama de aquella calle Corrida de entonces, vista con ojos de hoy, nos resultaría ciertamente pueblerino. Adeflor fue hijo de alguien importante en aquel Gijón, de don Justo García, que poseía una escuela por donde pasaron generaciones y generaciones de gijoneses. Don Justo vive aún en el recuerdo y en el afecto. Después Adeflor cursaría los estudios de Derecho, iniciaría sus actividades literarias y periodísticas, en un ambiente dinámico, de progreso continuo que señalaría las líneas de su trayectoria profesional. Desde 1887 comenzó a colaborar en EL COMERCIO. Poco a poco se fue compenetrando con este diario, al cual se ligaría de por vida. En 1909 se convirtió en redactor-jefe de nuestro diario. Más adelante, en 1921, ocupó la Dirección, donde se mantendría a lo largo de avatares históricos y convulsiones sociales hasta 1954, año en que la edad y los achaques le hicieron dejar una tarea que parecía consustancial con él.

Su inmensa labor periodística

Adeflor perteneció a una época del periodismo en la cual lo importante, lo realmente importante, era la personalidad, las aristas, la agudeza de quien escribía. Un periodista podía definir un periódico sin que importasen en el fondo demasiado las noticias que acompañaban a sus opiniones.

Adeflor parecía especialmente llamado a ser un periodista así. Crónicas de viaje, charlas populares, comentarios municipales, observaciones sobre la política interior y exterior, todo cabía en la variedad de su estilo, y a cada género sabía adaptarse con especial arte sin perder por ello ironía e intención. Antológico, por ejemplo, es el artículo que en tiempos de la Dictadura dedicó a comentar un editorial de Cuartero en 'Abc', en cierta ocasión que al famoso editorialista permitió la censura, por una vez, ejercitar su fino saber de crítico. Antológicas son, por ejemplo, aquellas apostillas que acompañaron los estampidos estériles de una draga que el pueblo bautizó con el nombre de 'Fai Fumo'. Antológicas son, incluso, ciertas argucias que le permitieron sacar adelante el periódico ante alguna pequeña catástrofe técnica. Adeflor, ligado a su periódico, fue vertiendo durante años su ingenio a su medida, y su inquietud sin regateos. El entusiasmo con que en su última época apoyó las ampliaciones del Muro valen como muestra de una incansable preocupación por el progreso de la ciudad.

Sus libros

Al margen de su actividad periodística unas veces, otras recogiendo la labor realizada diariamente, Adeflor dio remate a una serie de libros, todos ellos llenos de interés. El más logrado, por la originalidad y el sarcástico humor de sus observaciones, quizá sea 'El Concejal', pero a él deben unirse como dignos compañeros sus volúmenes de crónicas viajeras, de charlas y observaciones gijonesas, sus obras teatrales 'La señora del palco', 'Los rubianes' y 'El Milanu'. Si los artículos polémicos de Adeflor estuvieran reunidos en un libro, estaríamos ante uno de los más brillantes repertorios de ingenio pronto y bien dirigido.

La Filarmónica

Sería tarea dilatada y difícil de cubrir hacer un acopio de los méritos alcanzados por Adeflor en defensa de las necesidades de Gijón. Valga como muestra simbólica de su actitud ante hechos nuevos y prometedores el apoyo incansable que prestó a la Sociedad Filarmónica desde las columnas de EL COMERCIO a partir de los momentos fundacionales, con críticas y comentarios extensos y entusiastas. No hace muchos años, Gaspar Casado recordaba todavía públicamente la crítica que Adeflor hizo de su presentación en Gijón.

Hasta hace muy poco tiempo acudía a los conciertos con asiduidad inquebrantable. Al celebrar sus Bodas de Oro la Sociedad Filarmónica supo recordar noblemente aquella fidelidad, y le hizo presente en un íntimo y cordial acto su cariño agradecido.

Reconocimiento y méritos

Por fortuna, el destino quiso que a Adeflor le fueran reconocidos públicamente sus méritos. El título de Periodista de Honor concedido por primera vez a su persona, la Encomienda de Número de la Orden del Mérito Civil, la Medalla del Trabajo, su incorporación al Instituto de Estudios Asturianos, el homenaje que le fue rendido en 1954 en el cual fue nombrado presidente honorario de la Asociación de la Prensa, son otros tantos jalones en esta merecida serie de distinciones.

Pero el homenaje más hondo y perdurable es el que emana de modo natural de una ciudad a la cual él fue haciendo sonreír y meditar durante más de medio siglo de tarea sin tregua desde las columnas de EL COMERCIO.

No sin emoción ponemos fin a esta rápida semblanza hecha cuando el ánimo se muestra deprimido y triste. Con Adeflor se cierra auténticamente una época del periodismo, y con Adeflor perdemos todos un gijonés insigne. Reciban su esposa, doña Aquilina Luaces García; su hijo, don Alfredo García Luaces, y todos sus allegados, el testimonio del más sincero pesar, de la más auténtica condolencia de cuantos de alguna manera están ligados a EL COMERCIO: de la Empresa, de este periódico, de su personal directivo, de cuantos trabajan en su Redacción, Administración y Talleres.

La imagen de don Alfredo era familiar para todos, digna de admiración, respeto y cariño para todos. Nuestras oraciones y nuestro pesar se unen a los de la familia doliente. En todos nosotros permanecerá imborrable, con la nitidez y afecto que se guardan para las cosas propias, el recuerdo de don Alfredo García García, 'Adeflor'.

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