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JOSE LUIS CAMPAL
Sábado, 7 de marzo 2009, 04:16
La librepensadora feminista Rosario de Acuña y Villanueva de la Iglesia (1851-1923) perdurará en la memoria asturiana como una mujer de ideas socialistas avanzadas para su tiempo que, tras una agitada vida viajera (recorrió Italia, Portugal, Francia) no exenta de destierros y enconadas polémicas con los poderes más ultramontanos, se estableció en el Cervigón gijonés. De cuna aristocrática, su gradual pérdida de visión, que la conduciría inexorablemente a la ceguera, no la arredró a la hora de asumir posiciones arriesgadas para su tiempo (abandonó a su primer marido y contrajo segundas nupcias, ingresó en una logia masónica, colaboró con las agrupaciones obreras y se hizo enterrar en el cementerio civil de El Sucu) y consagrarse a una infatigable vida literaria de la que da cuenta su abundante producción, que está siendo ahora felizmente recuperada.
Junto a su labor narrativa -donde fustigó, por ejemplo, la desigualdad que sufría la mujer, sometida al patriarcado-, no fue menor su dedicación a los escenarios. Para el teatro escribió un buen puñado de dramas cargados de tesis progresistas, denunciadoras del apocado estado de la cuestión social o de marcado tono antibelicista y anticlerical: 'Rienzi el tribuno' (1876), 'Amor a la patria' (1877), 'Tribunales de venganza' (1880), 'El padre Juan' (1891).
En esta estela se sitúa 'La voz de la patria', drama antimilitarista acerca de la contienda de Marruecos que pudo verse en el Jovellanos gijonés cien años atrás, en la segunda mitad del mes de septiembre de 1909.
La acogida de 'La voz de la patria' en la ciudad donde ella residía, y a cuya representación la autora no pudo asistir por encontrarse enferma, fue buena. Así, el comentarista del periódico 'El Noroeste' reconoce su «sencillísima acción», acaecida en «un lugar del heroico Aragón», donde luchan «dos grandes sentimientos: uno, el amor de madre, egoísta y de reducidas miras; otro, el amor patrio, generoso y amplísimo, que es el que sale al fin triunfante», y otorgó al plantel de actores el calificativo de excelentes. Para el anónimo crítico resultaron determinantes en el juicio general «la naturalidad de la trama, el verismo de los caracteres, la inspiración y galanura de la forma, y los nobilísimos impulsos que mueven el corazón de los personajes».
Coincidiendo con el centenario estreno de 'La voz de la patria', los diarios regionales ofrecieron un soneto de ese mismo año en el que la inconformista escritora, que odiaba el término 'poetisa', evoca su venidera condición de sexagenaria y se presenta esperanzada y tranquila, libre de ataduras religiosas, frente al dilema que ha acongojado a hombres y mujeres desde la noche de los tiempos. El poema es éste:
«Ya se acerca el momento, van las horas / hundiéndose en las manos del destino / y quedan, de la vida en el camino, / una feliz y mil desoladoras. // Al ver cómo se acaban, ¿por qué lloras, / desgraciado mortal?, ¡si es desatino / que sienta terminar el peregrino / jornadas de dolor abrumadoras! // ¡Hurra por la vejez, alzad el vaso! / Ella buena y piadosa nos advierte / que estamos cerca del seguro puerto. // Para la eterna paz no hay más que un paso... / ¡Mensajera divina de la muerte! / ¡Nido del alma a lo inmortal abierto!».
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