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Antigua parroquia. / LITOGRAFÍA DE PARCERISA
Avilés en la obra «Recuerdos y bellezas de España» (1855)
AVILES

Avilés en la obra «Recuerdos y bellezas de España» (1855)

PPLL

Lunes, 14 de julio 2008, 04:33

«Asturias y León» es uno de los volúmenes que componen la magna colección titulada «Recuerdos y bellezas de España», que ha sido calificada como «obra cumbre del romanticismo español» y que estaba destinada «a dar a conocer sus monumentos y antigüedades en láminas dibujadas del natural» por Francisco Javier Parcerisa y Boada (Barcelona, 1803-1876). Este dibujante y pintor fue quien acometió la ardua tarea de divulgar, literaria y gráficamente, los monumentos, ruinas y antigüedades de España, para lo que era preciso recorrer las diferentes provincias y luchar contra las malas comunicaciones y las incómodas posadas. El propio Parcerisa se encargó de la parte gráfica de la obra, para la que realizó 588 hermosas litografías en un asombroso esfuerzo artístico, que lo sitúa como el más importante ilustrador español de su época. La parte literaria corrió a cargo primero el poeta Pablo Piferrer, al que sustituyeron sucesivamente Francisco Pi y Margall, Pedro de Madrazo y el arqueólogo e historiador José María Quadrado (Ciudadela, Menorca, 1819-Palma de Mallorca, 1896), que fue el autor de varios volúmenes, entre ellos el de 'Asturias y León'.

Esta ambiciosa obra comenzó a publicarse, en entregas quincenales, en 1839 y el tomo 'Asturias y León' apareció, como ya se ha dicho, en 1855. En 1977 la editorial asturiana Ayalga Ediciones, de Salinas (Castrillón), realizó una edición facsimilar y numerada de este tomo, completamente agotada desde hace años. Hay una segunda edición de toda la obra, con distinta y menos afortunada presentación, publicada en Barcelona entre los años 1884 y 1891, que completa el recorrido por toda España.

El tomo de Asturias incluye sólo dos preciosas litografías de Avilés (la antigua iglesia de San Nicolás y la capilla de las Alas), dibujadas del natural por Parcerisa y que constituyen dos de los testimonios gráficos más antiguos que sobre nuestra villa se conocen. Hay que resaltar, en la lámina correspondiente a la actual iglesia de los padres franciscanos, la vieja fuente (hoy desaparecida) y las vendedoras de cerámica, cuyo mercado tenía lugar en la plaza llamada hoy de Carlos Lobo.

Descripción de Avilés

Comienza el texto de José María Quadrado, que sin duda estuvo aquí en compañía de Parcerisa, hablando, bastante acertadamente, sobre la historia de la villa avilesina. Así dice: «El primer documento en que hallamos el nombre de Avilés (Abilles) es la donación de Alfonso III en 905, que concede a la villa con sus iglesias de S. Juan Bautista y de Santa María a la catedral de Oviedo. Otorgó Alfonso VI a Avilés el fuero de Sahagún lo mismo que a la capital de Asturias, y diez años después que a ésta, en 1155, se lo confirmó Alfonso VII con muy leves modificaciones. Fernando II en 1188, Alfonso IX en 1199 ampliaron las atribuciones del poder episcopal sobre Avilés.»

A continuación hace el autor una pormenorizada descripción de los monumentos avilesinos: «Las casas solariegas de la villa llevaban impreso el mismo carácter de antigüedad y nobleza; muchas en corto espacio han desaparecido. Trasládanos aun al siglo XIII la del marqués de Valdecarzana, con su portal ojivo orlado de molduras, con sus cuatro ajimeces de doble arco semicircular partidos por una columna bizantina, encima de la cual se abre un redondo rosetón, con sus dos cornisas que corren a lo largo de la fachada, la una por debajo de las ventanas recortada en puntas, la otra tachonada de florones describiendo curvas concéntricas a los arcos, y nada falta a su grave conjunto sino el saliente y labrado alero que no ha mucho la cobijaba». Describe también Quadrado el «suntuoso palacio» del marqués de Camposagrado, «que no sólo por su riqueza y grandiosidad, sino más aún por su elegancia, merece una favorable excepción entre las obras de su clase»; y la casa del marqués de Ferreras (es Ferrera), así como «todo el caserío generalmente, hasta el de la clase inferior, se recomienda por un carácter de solidez, aseo y sencilla regularidad, que saca afuera, por decirlo así, la cultura y bienestar de sus moradores». Y continúa el texto: «La mayor parte de las calles ostentan a ambos lados en toda su longitud vistosos y cómodos soportales, sirviéndoles de centro la espaciosa y alegre plaza, que más de una capital de provincia pudiera envidiar, ceñida de lindo pórtico y de majestuosos edificios de piedra. Entre ellos se distinguen las casas Consistoriales, una de las mejores obras de los canteros discípulos de Herrera al empezar el siglo XVII, que presenta encima de once arcos otros tantos balcones flanqueados de pilastras, decorado el del centro con frontispicio, y en el ático la esfera del reloj, cuya torre aparece a su espalda».

Menciona seguidamente la iglesia de San Nicolás, antigua parroquia de la villa (se refiere a la llamada actualmente iglesia de los padres franciscanos); la capilla de Santa María de las Alas, que califica de «antigua e interesante», con su retablo de alabastro (hoy perdido); y el templo de San Francisco, al que se había trasladado la parroquia de la villa, y del que, entre otras cosas, destaca la pila bautismal que, «harto gastada ya en sus relieves, parece excavada en un antiguo capitel, resto probablemente de alguna obra colosal de la decadencia romana».

«Dos puentes situados sobre un brazo de la ría enlazan a Avilés con el arrabal de Sabugo, poblado en su mayor parte, como más próximo al mar, de marineros y pescadores. Allí en despejado campo extiende sus anchurosos patios y su moderna y vasta iglesia el convento de la Merced», así como «rodeada de un pórtico posteriormente añadido, descuella la parroquia dedicada a Santo Tomás de Cantorbery, interesante iglesia que no dudaríamos tomar por una de las que en 1199 cedió Alfonso IX en dicho arrabal al obispo de Oviedo, si la forma ojiva de la portada y del arco toral de la capilla mayor no indicasen una fecha más reciente de algunos años».

Y remata Quadrado su descripción de la que denomina «hermosa villa» con estas elogiosas palabras: «Pocas, aun entre las ciudades de primer orden, han sido tan celosas o tan afortunadas como Avilés en la conservación de sus monumentos; pocas han sabido conciliar al par de ella las mejoras de lo presente y las aspiraciones a su futuro desarrollo con el respeto a lo pasado».

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