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PACHÉ MERAYO
Viernes, 6 de junio 2008, 04:28
Valeria Serrano tenía 11 años el día que murió su abuelo, el gran escultor Pablo Serrano, que hizo orden del caos. Dice que aprendió mil cosas de él mientras estuvo a su lado exigiéndole «el esfuerzo de la experimentación y de la búsqueda», pero confiesa que después de su marcha, en 1985, las esculturas, los escritos, los dibujos preparatorios, incluso su voz en el recuerdo, le «siguieron enseñando cosas de él en su ausencia». Habla así Valeria, ahora ya con 34 años y un profundo conocimiento de la obra de su abuelo, mientras observa la expuesta en Gijón, en el Centro de Cultura Antiguo Instituto (CCAI), donde se celebra el primer centenario de su nacimiento.
A la nieta de Serrano le gusta todo del escultor premiado en 1982 con el Príncipe de Asturias de las Artes, «pero especialmente las obras monumentales y los hierros de los primeros años». Esas obras con las que trató de «romper las barreras de una sociedad anquilosada», como explicaba ayer, durante la apertura de la muestra, la directora del Museo Pablo Serrano, Marisa Cancela Ramírez de Arellano, para quien el creador aragonés (Crivillen, Teruel, 1908), trasladó a sus trabajos «una manera de ver el mundo que también manifestó como el gran pensador que era».
Valeria Serrano está de acuerdo con todo lo que dice la experta, pero ella tiene también voz propia respecto a la obra de su abuelo. De hecho está trabajando en la elaboración del catálogo razonado de toda su herencia. A diferencia de su padre (Pablo Bartolomé Serrano) la vida no le llevó por el camino del arte («no pasé de los dibujos infantiles que mi abuelo enmarcaba orgulloso», dice). Ella estudio Derecho. Sin embargo, en su elección pesaron «mucho» las enseñanzas del escultor. «Mi abuelo me descubrió el arte, claro, pero también la vida. Me enseño que hay que ser honestos, trabajadores, constantes y tener fe en el hombre y en lo que él llamaba su 'luz interior', además de combatir las injusticias».
Por eso Valeria decidió dedicar su formación en leyes a defender la propiedad intelectual. «Era mi manera de estar con el arte, sin ser artista», comenta deteniendo la mirada en uno de los textos de Serrano que acompañan sus obras. Textos, por cierto, volcados sobre la pared de su puño y letra, con sus tachaduras y sus reflexiones sobre la construcción y la destrucción, el orden y el caos. «Es una gran exposición», advierte. Una gran cita con el legado de un hombre que inició su trayectoria artística en la abstracción (las obras de sus comienzos se pueden contemplar siguiendo el recorrido de la muestra hacia la derecha) y se despidió del mundo con una mirada absolutamente figurativa (dispuesta en el CCAI, en los espacios de la izquierda). Un hombre que interpretó a los maestros del Prado y retrató a los mejores poetas y también a sus amigos, haciendo algo que él llamaba, según su nieta, «sacarles la esencia». «Si el retratado estaba vivo decía que le sobraban unos minutos para tomar su verdad, si estaba muerto, además de sus rasgos estudiaba su filosofía», añade Valeria, que recuerda, ya ante la pantalla en la que se vuelca un documental sobre el proceso creador de Serrano, cómo siendo muy pequeña sus amigas le pedían conocer a su abuelo. «Querían hacerse fotos con él, ver sus escultoras y a mí eso me llamaba mucho la atención, porque para mí eran tan normales. Después supe que en aquellos trabajos había de todo menos normalidad».
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