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ENRIQUE ARENAS
Domingo, 25 de mayo 2008, 12:02
El viernes 30 de noviembre de 2007 fue un día normal. Él se levantó temprano para trabajar en el tablero y a las once de la mañana nos fuimos a Villaviciosa a comprar y a tomar un café con Miguel González y su esposa Pilarín, como hacíamos cada semana. Volvimos a Valdediós sobre las dos de la tarde, a la hora de comer y, tras la siesta, Joaquín trabajó durante bastante tiempo en varios dibujos. Fue su última creación. Al día siguiente se levantó con dolores en ambas piernas. Llamamos a su hija Mónica y salimos hacia el hospital sobre las diez de la mañana. No regresó».
Carmen Díaz Cotera, que compartió 34 intensos años de su vida con Joaquín Rubio Camín, recuerda así los últimos momentos pasados junto a su marido en la casa-estudio de Valdediós. Desde el fallecimiento del artista, ocurrido hace ahora cinco meses, su viuda nunca más volvió a habitar la vivienda que compartieron durante tantos años y sólo regresó en contadas ocasiones.
El 'santuario' permanece inalterado, como congelado en el tiempo. Cada cosa en su sitio. Parece que todo está preparado para que el autor aparezca en cualquier momento y reanude el trabajo pendiente. Carmen narra, durante una visita a la casa, la historia de Valdediós y sus vivencias junto al artista irrepetible.
El inicio
«Todo empezó por una panera», recuerda Díaz Cotera, que conoció a Joaquín en el invierno de 1973, en Madrid.
El arquitecto villaviciosino José Ramón Miyar se la regaló al escultor y éste inició de inmediato la búsqueda de un lugar para su ubicación. Sabía que no podía ser frente el mar «porque entonces no se concentraría en su trabajo», ni junto a una carretera o en un lugar urbanizado. Una coincidencia lo llevó a Valdediós y allí se quedó para el resto de su vida.
Carmen, cántabra de nacimiento, conoció a Camín en Madrid, por una casualidad. «Yo trabajaba en 'Mr. Pibody', una tienda de música ubicada en la calle de Rodríguez Sampedro. Un día entró una persona que me pareció curiosa. Llevaba una chaqueta estilo Mao, que luego me dijo había diseñado él mismo, un bolso en la mano y una llamativa pajarita. Además, para rematarlo, cuando me habló con esa voz tan fantástica, me pidió un disco de Krzysztof Pendereki. Pensé que era un bicho raro y allí se inició todo. Empezamos a charlar de música y luego, otro día, volvió a la tienda y me invitó a ir un sábado a ver 'Sócrates', la obra teatral de Marsillach. Después de salir varias veces nos comprometimos porque estábamos muy seguros de lo que hacíamos. Nos casamos a nuestro aire y siempre celebramos el aniversario coincidiendo con el día en que fuimos por vez primera al teatro, el 13 de enero de 1973. Yo tenía 40 años y Joaquín, 44.
Para entrar en la finca de los Camín hay que atrevesar una portilla de madera de color azul y a la vivienda se llega por un camino que se interna en la frondosa vegetación. Castaños, abedules, pinos, eucaliptos, bambúes, limoneros y otras especies comparten espacio con esculturas de hierro, angulares y piezas de madera que se integran perfectamente en el paisaje.
«Él siempre tenía a Asturias en la cabeza y por eso dejó Madrid en cuanto pudo y regresó a su tierra», señala Carmen para explicar por qué se instalaron en el Principado.
Sobre la elección del valle de Villaviciosa para ubicar su casa-estudio, Carmen recuerda que «el sitio era para los dos, pero él lo buscó a su gusto porque, sobre todo, iba a ser un lugar de trabajo. Yo seguí viviendo en Madrid durante un tiempo y él iba y venía. Me contaba cómo había diseñado la casa y cómo estaba empezando la construcción. Aquello fue un milagro porque apenas teníamos dinero para afrontar los gastos. Los materiales y la mano de obra los pagó Miyar a cambio del diseño que Joaquín hizo para su estudio de La Coruña. Un buen día vine para quedarme. Me trajo en su 'Cuatro latas' y vi cómo era la finca, cómo era la panera y cómo estaban las obras de avanzadas. Lo primero que pensé fue que aquello no era para mí. Yo siempre había sido de asfalto y nunca me había llamado el campo. Empezamos a vivir allí cuando la casa estaba aún en obras y yo a los dos días ya era la persona más feliz del mundo. Nadie puede ni imaginarse las dificultades tan grandes que pasamos pero, sin embargo, éramos felices. La primera noche que nos quedamos fue un completo desastre porque llovió y nos mojamos sin remedio».
El bosque
La casa está ubicada al final del largo camino. Toda la luz que entra en la vivienda es cenital y llega al interior a través de lucernarios ubicados en el techo. Tiene una sola puerta y nada más pasarla, a la derecha, está ubicada la cocina y una gran chimenea, así como el acceso a la habitación principal y al baño. Frente a la entrada hay un mueble antiguo sobre el que reposan una escultura de Jorge Oteiza con la inscripción «a Rubio Camín, mi querido y viejo amigo» y un torso de bronce que el escultor gijonés dedicó a su mujer. «Para Joaquín su trabajo y su profesión eran lo primero y lo más importante en la vida. Un día le pregunté si yo era su musa y me dijo que no. Era así de franco. Me enfadé un poco pero luego se me pasó», relata Carmen.
«Casi tan importante como su casa-estudio era su bosque, que él creo, así como el contacto diario con la naturaleza», dice también. «El exterior de la casa fue algo que cuidó mucho. No quería un jardín al uso. Era una finca pelada y allí fuimos plantando de todo y siempre plantas muy pequeñas. A él le gustaba ver crecer los árboles y distinguía perfectamente todas las especies. Tenía una gran afición por la botánica y por los pájaros. Una escena habitual era verlo observar las aves con unos prismáticos desde la puerta de la casa. Por la noche, hablaba con la curuxa. La primera vez que lo vi me quedé pasmada porque, además, el búho le contestaba. Valdediós era un sitio de trabajo y de naturaleza. Donde quería vivir y donde quería morir, como así fue».
El trabajo
En el interior de la vivienda, al lado de un pequeño salón con una mesa de madera en el centro se encuentra el tablero de arquitecto que Camín trajo de su estudio madrileño. De allí salió la mayor parte de su producción artística. En la pared, cuelgan obras de Aurelio Suárez, Barjola, Pelayo Ortega, Muela, Verónica Rubio, Orlando Pelayo, Alfonso Fraile, Elías Benavides y Reyes Díaz.
«Él no era metódico en su trabajo, pero tampoco anárquico», recuerda Carmen. «Se levantaba a las seis de la mañana y se ponía 'a funcionar'. En realidad él trabajaba a cualquier hora porque en ocasiones se acostaba pensando en algo y a las tres de la madrugada se levantaba para ponerlo en marcha. Hacía un apunte o varios y se volvía a acostar. Decía que trabajaba durmiendo. Por la noche se acostaba como un reloj, a las once. Después de comer dormía una siesta. La primera hora del día era la mejor para él. A las doce dormía un rato en lo que él llamaba la siesta del canónico. Tras la siesta de la tarde volvía al trabajo y sobre las ocho tocaba el piano. Si no, leía. Hacía muchas cosas y siempre decía que necesitaba cien vidas para hacer cien cosas distintas. Era un entusiasta de la vida».
Los recuerdos
Ahora, Carmen no es capaz de recordar momentos malos en Valdediós y sólo se acuerda de todo lo positivo que hubo en su convivencia con Camín, que fue mucho . «No tengo malos recuerdos de aquella época y está claro que tuvo que haberlos porque, como decía Joaquín, no sabíamos si podríamos comer al día siguiente. El mejor momento fue cuando llegamos a Valdediós y no soy capaz de acordarme de nada malo». Sí tiene en la memoria Carmen a los amigos que los visitaban. «Una vez que nos instalamos en Valdediós y que se supo que Camín vivía allí, nos visitaron todos sus amigos, desde Oteiza hasta Basterretxea, Paco Farreras, el poeta Ángel González o el arquitecto Lahorga», recuerda ahora. «Lo echo mucho de menos», reconoce Carmen. «Ten en cuenta que desde que nos encontramos en el año 1973 únicamente me dejó sola dos veces. En una ocasión cuando se fue a Muros con Carantoña para hacer el busto de Jovellanos y, en otra, cuando fue a Madrid, a la fundición, para hacer la aguadora de Mieres. El resto del tiempo estuvimos siempre juntos. Como dicen en mi pueblo, éramos como Bernabé y la ciega. Ahora la ausencia es tremenda».
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