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VISITA. César Ruiz-Larrea, a la derecha, con sus socios, Antonio Gómez y Gonzalo Ortega, ayer en el nuevo Hispania. / MARIO ROJAS
La sobriedad del cubo
Oviedo

La sobriedad del cubo

El arquitecto de la sede del Colegio de Arquitectos explica cómo concibió la reforma del antiguo Hispania, un edificio «de poca riqueza constructiva»

P. ALVEAR

Martes, 6 de noviembre 2007, 02:11

El Palacio del Marqués de Gastañaga supera el siglo de historia. Corría el año 1895 cuando el maestro de obras Pedro Cabal Menéndez lo erigió para una familia aristócrata de la ciudad. Años después se convirtió en un colegio y el edificio sufrió importantes modificaciones. Ahora, la sede del Hispania comienza una tercera etapa convertida en la sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias. Inaugurada el pasado 15 de octubre, lleva 24 horas en funcionamiento.

Salvo la fachada, poco queda del antiguo palacio y centro escolar. Sólo en el recuerdo de algunos reposan las imágenes de un edificio de escala doméstica y muy ornamentado. Ahora, tras la cara exterior del nuevo Hispania, se levanta un cubo blanco, plástico, moderno, sobrio, con espacios diáfanos y cuya polémica visera, de 12 metros, integra los árboles de El Campillín en la sede colegial.

Es lo que ha buscado su artífice, el arquitecto César Ruiz-Larrea, y sus socios Antonio Gómez y Gonzalo Ortega. Ayer visitaron el resultado de su obra. «Conceptualmente, hemos hecho un edificio muy contemporáneo y lo hemos despojado de la decoración original convirtiéndolo en una pieza abstracta», explicó el ganador del concurso de ideas a nivel nacional para la adecuación de la sede del colegio profesional.

Del antiguo palacio se mantiene «la fachada, los muros y el tamaño». Y poco más, porque, según Ruiz-Larrea, el Hispania «era un inmueble de poca riqueza constructiva». El esfuerzo por renovar las piedras de la fachada fue «enorme», al «estar desechas por el paso del tiempo». Ruiz-Larrea apostó, al igual que Santiago Calatrava en el Palacio de Congresos de Buenavista, por el color blanco. Por dentro y también por fuera. Los amplios ventanales, vestigio del pasado palaciego, y los espacios abiertos del interior acercan la luz.

Visera

Los trabajadores del Colegio de Arquitectos ocuparon por primera vez ayer sus despachos en Marqués de Gastañaga. Casi siete años han tenido que esperar para hacerlo, ya que la compra del inmueble se cerró en 2001. Por el camino quedan los desencuentros con los vecinos, contrarios, sobre todo, a la visera que se alza a la entrada del inmueble. Es justo esa cornisa la que «hace que el arbolado de El Campillín se meta dentro del edificio, se integre». Sobre ella, explicó Ruiz-Larrea, discurre un manto verde para que aquellos vecinos que estén en cotas más altas «puedan ver en la cubierta un jardín». Para defender aún más la controvertida marquesina, el arquitecto recordó que «antes había una cubierta que era como una boina sobre un edificio ecléctico. Era un añadido». La obra del palacete, con 2.000 metros cuadrados, está valorada en 2,5 millones de euros. Un presupuesto escaso pero que «ha hecho que pongamos a funcionar las neuronas». Y hayan resuelto el interior «con pladur pintado de blanco y suelo industrial».

Acompañado por sus socios, Ruiz-Larrea visitó el edificio, que considera como «un hijo», para observar «cómo lo visten». El cambio de un espacio de lectura por un archivo no gustó al arquitecto, como tampoco la disposición de algunos muebles. Se lo dirá, aseguró, al decano de los Arquitectos, Ángel Noriega.

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