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AZAHARA VILLACORTA
Domingo, 17 de mayo 2020, 02:34
«Lola ha muerto», tituló el '¡Hola!'. Y no hizo falta añadir nada. No había otra Lola que Lola Flores, a la que su pueblo llamó Lola de España y México apodó 'La Faraona' por sus hechuras de diosa y porque, «cuando se subía al escenario, se lo comía», defiende el artista Rodrigo Cuevas. Una mujer tan libre que vivió como quiso y se fue al son de 'La Zarzamora' después de que 150.000 personas la despidiesen durante las diecinueve horas en las que su cuerpo descalzo y ataviado con una mantilla blanca -regalo de su comadre Carmen Sevilla- permaneció en la capilla ardiente.
A los gritos de «Lola, Lola» y «guapa, guapa» -sus «mariquitas» al frente-, Lola se volvió mito (ayer hizo veinticinco años) y hoy son legión quienes reivindican su legado en las redes, donde 'millennials' como Rosalía la imitan y replican sus frases en 'memes': «Si me queréis, confinarse».
No tiene ninguna duda de que Lola Flores «ha sido de las figuras artísticas más importantes de la España del siglo XX» Alberto Romero, catedrático de la Universidad de Cádiz y autor de una investigación que huye del personaje mediático que ella misma alimentó con notable inteligencia para acercarse a «una artista de considerable talento». Una creadora «con mayúsculas» que, aunque alejada de los cánones del cante y del baile, «levantaba pasiones». Pero que, además, reivindicaba a las minorías, haciendo bandera de las relaciones homosexuales («¿Quién no se ha dado un pipazo con una amiga?») y «de lo gitano y lo flamenco en unos años en los que todo eso se veía muy mal». Una mujer que habló abiertamente de sexo y drogas, que lucía minifaldas y escotazos, que disfrutó de una corte de amantes, que mantuvo a su familia, que ganó parné a espuertas pero siempre andaba tiesa. «Lola era una ONG andante», ha dicho Antonio Carmona, amigo y líder de Ketama. Un volcán: «Tengo más fuerza que Chernóbil». Porque, al margen de su genio artístico, de aquel «no canta ni baila, pero no se la pierdan» en 'The New York Times', la jerezana que rindió a América (con figurones de Hollywood a sus pies) fue dueña de un discurso visionario y transgresor que se atrevió a romper con tabúes y estereotipos en una dictadura con la que quisieron identificarla en vano. Y lo hizo desde sus primeros taconeos en «los cafés del Norte».
«Me fui al Norte con mi madre, a hacer cuatro o cinco shows al día y a ganar treinta duros diarios, especialmente en Asturias. Aquello era muy fuerte y mi madre adelgazó por lo menos veinte kilos», dejó contado la gaditana universal sobre esos años 40 de penurias. Un Norte donde firmó su primer contrato y que, como recuerda el crítico Ramón Avello, «tiene nombre de ciudad: Gijón. Primero, la contrataron nada menos que cinco meses durante 1941 en el café-teatro Arrieta y, luego, en El Musical».
Acompañada también por su hermana Carmen, de aquella, «Lola cortejaba con el futbolista del Sporting Perico Pena». Y de ahí aquel rumor que corrió como la pólvora y que apuntaba a que, cuando entonaba lo de '¡Ay, pena, penita, pena!', solo pensaba en él.
Luego volvió hacia 1945, con 'Zambra', «y, a la salida del Robledo, protagonizó un espectáculo violento con Caracol». Y, ya en los 70, rodó en Cimavilla alguna escena de 'El asesino no está solo', cinta «entre cuyos extras estaba Rambal, gran admirador de Lola, que paseaba con mantón y abanico por la calle de la Vicaría, que en la película pasó a ser el barrio chino de Barcelona».
Nunca estuvieron los 38 filmes que le ofrecieron a la altura de una mujer que se puso el mundo por peineta. Que rapeaba, perreaba, recitaba a Lorca y soñaba con ser la Magnani. Duende, temperamento y poderío. Torbellino de colores. Niña de fuego. La inventora del 'crowdfunding' («Si una peseta diera cada español...») en su doloroso encontronazo con Hacienda, por el que fue condenada a pagar 28 millones tras meses de escarnio público. Una «pantera negra» que «se desgarraba al cantar y bailar y que era todo verdad», en palabras de Rodrigo Cuevas, que cree que esa «verdad» tan suya que hizo nuestra es la que acrecienta la leyenda de una estrella cuya trayectoria recorrerán un 'biopic' y un museo en Jerez. «Lola veía la vida como veía el arte: como si no hubiera un mañana. Ahora que todo es tan descafeinado en los escenarios, se echa de menos su rabia, esa pasión que la hacía meterse en el papel y olvidarse de todo».
Antes de irse a las 4.40 de la madrugada de un 16 de mayo en 'El Lerele' con 72 años a causa de un cáncer de mama que no le dio tregua durante más de dos décadas y de llevarse con ella a su hijo Antonio solo quince días después, Lola ya sabía que no tenía sustituta: «Aunque yo muera, seguiré viva. Seré eterna». Porque, «al igual que su famoso pendiente, la de Jerez brilló y sigue brillando, convertida en el icono popular más genuino de nuestro país», resumen las estudiosas de la música Paula García y Marina Amado, Les Greques. Una «rara avis tanto en su vida como en su obra» que, como toda Faraona de tronío, feminista 'avant garde', «si fue generosa con sus dineros, no lo fue menos en sus afectos» y «sobresalió por ser la mejor de las compañeras, rompiendo con la falsa creencia de rivalidades y odios entre folclóricas». Porque el brillo de los ojos no se opera.
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