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Domingo, 6 de septiembre 2020, 11:08
Paz Padilla acudió este sábado al plató de 'Sábado Deluxe' para hablar con Jorge Javier Vázquez (JJ) de uno de los momentos más duros de su vida: el fallecimiento de su marido, Antonio, el pasado julio a los 53 años, víctima de un cáncer ... . Fue una entrevista a corazón abierto, aunque más que entrevista pareció un monólogo, pues casi no hicieron faltas preguntas.
Sufre aún al ver las imágenes de su marido, pero también sonríe. «Lloro, me viene la emoción y, a otra cosa, mariposa». No quiere compasión: «El otro día leí en una revista: 'Paz Padilla vuelve a sonreír'. No, yo no he dejado de sonreír. El hecho de que ha fallecido mi marido no me quitado el humor».
JJ: Lo que no puedes controlar es el dolor.
Paz Padilla: Lo que no podemos controlar es el amor. Lo amo y lo amaré con locura.
Hubo tiempo para mensajes de autoayuda: «La felicidad es el amor. Todo lo que él me ha dejado es amor», reivindicó. «La muerte forma parte de la vida. Cuando tú naces vas a morir», reflexionó. «Dicen que las almas gemelas se separan jóvenes», se consoló. Otra: «Pensamos que la vida es lo que queda por vivir. Y la vida es lo que hemos vivido».
Fue una entrevista con dedicatoria: «Agradecer a Mediaset el cariño que me ha dado. Hablo de la nave nodriza. Con la La Fábrica de la Tele, la productora. Y con los compañeros», se extendió Paz Padilla. «Dedico esta entrevista a su familia. A su padre, un hombre que ha enterrado a su hijo y a su mujer con dos semanas de diferencia, y a su hija».
Paz Padilla supo guardar en secreto el drama hasta el último momento. «No lo sabíamos nadie», apuntó JJ. Ella siguió trabajando, poniendo su mejor cara, pero se lo contó a la «nave nodriza». «Yo quería protegerlo a él, a su hija y a su madre. Yo tengo una vida expuesta. Pero a él tenía que protegerlo. ¿Cómo lo protegía? Pues que no lo supiera nadie», argumentó Paz.
En todo caso, reveló que, cuando entraban los anuncios, se iba a llorar. «Un momento que para mí fue muy duro fue cuando murió el hijo de Ana Obregón. Yo me iba para atrás [del plató] me quitaba el micrófono, y a llorar, a llorar y a llorar».
¿Cómo empezó todo? «Tenía problemas de sueño, de concentración, y pensábamos que era estrés». Fueron a Urgencias. Le hicieron una resonancia. El pronóstico: «Tiene un tumor y probablemente le quede muy poco tiempo de vida», le espetó el médico. Estaban ella y su mánager, Arturo, «mi amigo, mi hermano». El doctor se lo contó de sopetón, sin anestesia. Después se lo dijo a él, a Antonio: «Tienes un tumor». Lo aceptó «con dos coj...». Ella puso buena cara al mal tiempo: «Esa noche lloré en silencio». Y él asumió que su vida había cambiado en unos minutos.
Desde entonces, solo fueron ocho meses. «Yo, en el confinamiento, fui feliz».
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Se empezó a preguntar el motivo por el que una persona joven, sana y deportista podía ser víctima del cáncer. «Empiezas a pensar que nos están envenenando». Cambió la comida, todo orgánico. Compró gallinas. Montó un huerto. Nada de pollos con hormonas ni vacas con antibióticos. Todo orgánico. Y a reforzar el sistema inmunológico. «Yo intento salvarle la vida. No se ha muerto mi marido, se me ha muerto mi alma gemela, el amor de mi vida», insistió.
La relación, en este reencuentro (habían sido novios de jóvenes), fue corta pero intensa. Solo un año. Él consiguió trabajo en Madrid. Y a los cuatro o cinco meses le detectaron el cáncer. «Yo he aparecido en su vida para ayudarle a morir. Y para amarle con todas mis ganas. Le he dado amor del blanco, del puro».
Hubo quimio, hubo radioterapia. Mientras, ella hacía «Got Talent». Sus compañeros tampoco lo sabían. Él también lo sabía: «Nadie se muere sin saber que se está muriendo», sentenció Paz.
Le dejó una lección de vida: «Yo ya no tengo miedo a la muerte. La muerte se puede vivir con serenidad. Si tú sabes que van a ser los últimos días que vas a pasar con el amor de tu vida, pues voy a disfrutarlos, y voy a hacer que sea una muerte bonita, que sea una despedida preciosa».
«Mi hermano me decía: 'Yo no entiendo que digas que la muerte de Antonio fue preciosa'. Le dije: 'Porque tú no te has acercado a la muerte'. Porque cuando alguien que tu quieres se va a morir, tú lo único que quieres es arroparle como si fuera tu bebé. ¿Por qué cuando nace un bebé lo acariciamos y cuando alguien se va, que llega el final de su vida, lo apartamos, no queremos verlo?», reflexionó.
Llegó el final. Su cuñada, Encarna, que es enfermera, le ayudó. «Yo le ponía la morfina, porque quería que se muriese en casa. En el hospital los médicos te ayudan a vivir, no a morir». «En sus últimos seis días llené la habitación de flores, de música, de olor a lavanda y le di las gracias», recordó.
Dio detalles hasta de sus últimos segundos. Se metió con él en la cama. Lo abrazó. «Ya está mi amor, ya está», le decía. «Venga, va, gordo, ven por mí cuando me toque». «Y, poco a poco, mi gordo se fue yendo. ¡Fue un momento tan mágico! O lo sientes o lo vives o nunca podrás llevar eso contigo». Se murió en sus brazos. Ya fallecido, se dieron la mano todos los que estaban en la habitación. Y al poco entró la perra, «Martina». Que se subió a la cama.
Llamó a sus amigos. Y sus amigos fueron. «Y yo saco una botella de Moët & Chandon. Y brindamos por mi Antonio. Yo estaba alegre, estaba feliz. Y sé que eso es muy difícil que la gente lo pueda entender».
Y después, ¿qué? Vació el armario: «He regalado toda la ropa y me he quedado con sus pijamas». «Me pongo todo el rato un vídeo en el que Antonio me decía te quiero», confesó. Piensa en lo que pudo haber sido y no fue: «Me hubiera encantado tener hijos con Antonio«.
«Yo soy feliz. Ser feliz es un estado. Tengo que seguir viva, ser feliz. Se lo debo a él». Pero sabe que nunca vivirá un enamoramiento igual: «Como me enamoré de mi Antonio no me volveré a enamorar de nadie».
Y, en el futuro lejano, ¿qué?. Cuando ella también se tenga que ir: «Creo que me encontraré con él. Iré al mismo lugar».
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