![Navidad, eterna Navidad](https://s2.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/201712/24/media/cortadas/navidad-ok-U402219249u0C-U50457217707k4H-624x385@El%20Comercio-ElComercio.jpg)
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Puede que los soldaditos de plomo hayan dado paso a las fichas de Lego, que las tablets ganen la batalla a las muñecas y que la lotería se compre online y el número deseado aparezca a golpe de ratón, pero, pese a los cambios, pese a las más que evidentes diferencias, pese a que las guirnaldas queden obsoletas en el reinado del led, el espíritu, la ilusión, el encuentro familiar, siguen ahí, presentes, intactos, inamovibles.
Puede que hoy se imponga el catering; puede que hoy se beba más cava que champán, pero el derroche en la mesa y las copas no ha cambiado desde que se inició el siglo XX y este periódico publicaba un anuncio que daba cuenta de por dónde iban los manjares de la época. Al menos en La Cervecería: «Ha recibido magníficos ejemplares para estas Pascuas de aves procedentes de Strasburgo y París, corderitos y pavos de Medina del Campo. Ofrece también exquisito surtido de salchichones de perdiz, pollo, foie gras y liebre y gran variedad de exquisitos fiambres elaborados en su acreditada casa». Ya entonces, 1900, se elaboraban cestas para regalo «con artículos selectos» de 50 a 500 pesetas. Y bandejas preparadas, de 10 a 50 pesetas, que el catering no es un invento de hoy. Con pan dulce de Génova y mantecados de Sevilla comenzaban el siglo los pudientes, porque claro está que los precios de este establecimiento de la calle de los Moros de Gijón no estaban al alcance de todos.
La Navidad, pese a sus buenos deseos y su amor fraterno y solidario, siempre ha distinguido entre ricos y pobres. Y los Reyes Magos, también.Pero antes de cenas y convites y antes de que Sus Majestades dejen sus obsequios aquí y allá y con mayor y menor presupuesto, en España los que menos tenían y tienen siempre han mirado hacia la Lotería como esa suerte de mágico papel capaz de cambiar la vida, de poner más marisco en la mesa y de eliminar un color tan navideño como el rojo de las cuentas corrientes. El Gordo y el Niño han tapado agujeros, han pagado pisos y coches y han desatado esas sonrisas que no tienen precio. Y aunque hoy las ventas online y a través de terminales restan volumen y encanto a la celebración, la lotería sigue saliendo a la calle y descorchando ostentosamente bebidas con gas. Y la lotería sigue siendo regalo obligado; intercambio habitual; compra segura en la tienda de la esquina y el bar de enfrente.
Y callejera y vibrante sigue siendo la Nochevieja, fiesta mayúscula, con uvas, con cotillón, con bailes. En 1967, en la sala Acapulco se anunciaba la presencia del Negrito Poly, estrella máxima del Teatro Nacional de La Habana. Las orquestas Taboga y Florida con Manolo Bascuas completaban la oferta. Eso en Gijón; en Candás, en la sala Manila, prometían para ese misma noche «la despedida del año más alegre de Asturias en un ambiente de cordialidad inigualable». Ahí es nada. Y baile, también había baile, en este caso con Argentino y su conjunto Maravilla.
Hace 50 años se anunciaban ya cuando el año iba a acabar las inmientes rebajas que, como los Reyes Magos, llegan puntuales en enero. En materia monárquica el pasado fue excesivamente proclive al betún. Eran otros tiempos y Baltasar nunca era racialmente acorde como la evangélica narración, salvo contadísimas excepciones. Lo cierto es que una mirada a las imágenes de Reyes de antaño a veces deja al espectador ojiplático, y eso que por fortuna suelen ser fotos en blanco y negro. Pero poco importaba a los niños y niñas, felices con sus juguetes que previamente habían enviado cartas como la de Jaimito, un niño de Oviedo de 1920, que pedía cuatro o cinco soldados de caballería, unos cuantos sellos de Panamá y Oceanía y un álbum para ellos. Jaimito empezaba alegrándose del buen viaje de Sus Majestades de Oriente y concluía con anhelo hoy universal: «Les desea felices pascuas su amigo que le besa la mano».
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