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luis gómez
Jueves, 14 de septiembre 2017, 12:16
Alejandro Gómez Palomo recuerda a las grandes promesas futbolísticas todavía sin cuajar que los equipos más poderosos se disputan a golpe de talonario. Todos quieren contar con ellos en sus filas. Lo mismo sucede con Palomo, centro de todos los focos. Sin embargo, con ... solo 24 años y cuatro colecciones en su haber, la sensación más impactante de la moda española de las últimas décadas no tiene nada que demostrar. Fulmina etapas a toda velocidad con un descaro y riesgo desmedidos. Igual que las incipientes figuras del balón, pero con el aval de los resultados.
Palomo Spain, su firma comercial, es ya una realidad contrastada que exhibe importantes títulos en su particular sala de trofeos: Miley Cirus, la joven estrella del pop norteamericano, vistió un ‘palomo’ en su último vídeo, ‘Malibu’. Y la gran diva Beyoncé recurrió el pasado julio a un espectacular estampado del modisto cordobés para presentar en sociedad a sus gemelos a través de su cuenta de Instagram. Un impacto a escala planetaria que ha llevado al diseñador andaluz a colocar sus prendas en algunos de los grandes almacenes más exclusivos del mundo. Palomo tiene estrella y algunos ya le comparan con Jean Paul Gaultier, el viejo ‘enfant terrible’. Él está encantado. Es el diseñador al que se entrega la Fashion Week Madrid, que arranca hoy con la intención de pegar un golpe definitivo en la mesa y buscar acomodo entre los gigantes. Es el señuelo con el que intenta plantar cara a las hegemónicas y (por el momento) inalcanzables pasarelas de París, Milán, Londres y Nueva York.
El director de cine Pedro Almodóvar ha sido el último famoso en sucumbir al vuelo de este provocador que cosecha admiradores de todas las generaciones, desobedece los géneros y no entiende de límites. El realizador manchego se declara un devoto seguidor del lenguaje estético de este joven que viste a mujeres con ropas «deseables» y pensadas originariamente para hombres. ¿O es al revés? ¿Su propuesta es un jeroglífico al que posiblemente ni él mismo encuentre solución? Quizás ni siquiera le interese resolver, por el momento, este enigma. Prefiere seguir sumando fieles a su causa con una propuesta, subrayan destacados editores, «desvergonzadamente ambigua» y anticonvencional.
Palomo es el orgullo de Posadas, un pueblo de 7.500 habitantes de Córdoba donde tiene su taller y en el que vecinas de toda la vida enhebran sus ideas con una parsimonia artesanal, concepto antagónico en un negocio que no entiende de pausas. Formado en la London College of Fashion de la capital británica, el chaval levanta polvareda con sus campañas en las que rinde culto a las «raíces españolas. Cada vez me siento más cómodo con mi cultura. No hay que buscar nada fuera. En España hay una cultura riquísima y no tenemos que envidiar nada a nadie», proclama. Plaga sus colecciones de explícito contenido sexual y derriba fronteras practicando un juego sutil en el que da rienda a sus fantasías más íntimas. Posiblemente la clave de su triunfo radique en la sinceridad y espontaneidad con la que subvierte las nociones tradicionales de masculinidad y feminidad.
Muestra el deseo desde un prisma puro y natural. Nada suena a impostado en su moda, que se mueve entre los extremos. A Palomo se le toma o se le deja porque no admite medias tintas. Es de difícil digestión, aunque tampoco haya inventado la pólvora. Antes que él muchos diseñadores intentaron dar hilo a un discurso que traviste sin pudor a la población masculina, al estilo de cómo vestían David Bowie o Mick Jagger en los psicodélicos años setenta del siglo pasado. «Yo hago ropa para chicos, me inspiro en ellos aunque entiendo que cualquier vestido que les hago lo quiera llevar una mujer. No hay límites. Mis amigos llevan faldas, tacones, abrigos de pelo... Cada uno debe expresarse como quiera», sugiere.
Aunque en menos de dos años ha pasado de ser un estudiante desconocido a convertirse en el ojito derecho de la industria española y empiecen a hacerle la ola, asume que el camino que le queda por cubrir no va a ser rosa, su color favorito. Sabe sortear las zancadillas propinadas desde las esferas más conservadoras. Las sufrió el pasado verano cuando el centro cultural Mona Bismarck de París se negó en un principio a acoger su desfile por considerarlo «abiertamente gay». Finalmente, cedió a las presiones y se desvinculó de «toda actitud homófoba». Pese a este toque de atención, Palomo se ha atrevido a llevar sus diseños a Rusia, un país muy poco tolerante con las manifestaciones homosexuales.
Palomo es un vecino ilustre de Posadas, pero poco más. Allí se conoce todo el mundo. «Voy todos los días a mi taller, que está como a un kilómetro de distancia de mi casa, cruzo todo el pueblo y saludo a la mujer que vende cupones, a la que pone el desayuno en el bar... a toda la gente». Abre el taller, «una especie de cortijo», a las ocho de la mañana, donde trabaja con María Luisa, Mari Luz y Carlos. «Me aportan energía». A Palomo le encanta vivir en su pueblo «porque puedo dedicar todo al trabajo».
Si algo tiene es que juega en todo momento con las cartas bocas arriba: «Siempre que hago las cosas las hago intentando exigirme. Quiero llegar a la gente, que se emocione o se identifique», razona. Y tiene bien claro a quién se dirige. En realidad, lleva ejerciendo de diseñador desde niño porque es lo que siempre ha deseado. «Desde que tenía no sé si 4, 5 o 6 años. Jugaba a las Barbies, cosía, me encantaba disfrazarlas y disfrazarme. Viendo la tele me quedaba embobado con los desfiles de Galliano y Saint Laurent. En primaria, cuando te preguntaban qué querías ser de mayor, mis compañeros decían bombero o astronauta, pero yo lo tenía claro. Yo quería ser diseñador de moda», asiente.
Él y sus padres. Norberto y Manoli siempre le han animado y se han dejado todos sus ahorros por hacer realidad el sueño de su hijo. En más de una ocasión han tenido que pagar el cátering para agasajar a los invitados de sus desfiles. «En el primero hicimos nosotros la comida. Preparé salmorejo y humus y su padre cortó el jamón. A todas las presentaciones han venido un montón de amigos y familia que nos ayudan a sacar las cosas adelante. No somos ricos y este es un mundo de ricos», advierte Manoli.
Pero los tiempos corren a favor de Palomo, un enamorado del estilo de vestir de Michael Jackson y Oscar Wilde. Para unos es el pasaporte al futuro, y para otros representa la más folclórica tradición patria. La realidad es que cada vez se ven más ‘chicos palomos’ por las calles:«Quien quiera serlo lo es sin querer serlo», reflexiona.
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