Secciones
Servicios
Destacamos
CHELO TUYA
Domingo, 17 de mayo 2020, 02:24
En 1986, La Rectoral no solo se convirtió en la primera casa rural de Asturias. Con el hotel de Taramundi nacía desde el Principado y para el mundo una nueva fórmula de alojamiento: el turismo rural. La modalidad perfecta para una región que encontró en el 'Paraíso Natural' su eslogan eterno. No en vano, las encuestas indican que el 90% de los turistas llegan (y vuelven) a Asturias por su naturaleza que ven sobresaliente.
Paisaje y alojamiento rural forman un tándem que se ha convertido en la joya de la corona del turismo asturiano. De aquella pionera, a la que la electricidad llegó solo tres años antes y que arrancó sin teléfono (internet y Google son del nuevo milenio), hasta hoy la oferta se ha multiplicado. Tiene Asturias 1.854 alojamientos rurales, -casas de aldea (1.141), apartamentos (559) y hoteles (163)- y 18.627 plazas.
La 'Asturias vaciada' creyó encontrar en la casa del abuelo o el pajar del bisabuelo la única vía para fijar población y mantener la vida en pueblos y aldeas con tantos tesoros naturales como déficit en comunicación y servicios. Y acertaron. Pese al menor tamaño de Asturias en comparación con otras comunidades, el turismo rural asturiano ha liderado en pernoctaciones. Hasta que llevó la COVID-19.
La oferta rural, que vivió un 2019 de récord con casi un millón de reservas, se enfrenta a un 2020 con la incertidumbre de la pandemia. Para burlarla, vuelve a tirar de lo que la llevó al éxito: la casa del abuelo y el pajar del bisabuelo, adaptados, claro, al siglo XXI. Y ambos, como demuestra la baja tasa de afectados en Asturias, libres de virus.
Él conoció un Villar de Vildas en el que se tardaba cuatro horas, en burro, para llegar a la parada del autobús. Supo lo que fue emigrar con una maleta de cartón sin más posesión que las ganas de comerse el mundo de un chaval de 16 años. Uno que se marchó de Somiedo para no ser lo mismo que su padre, madreñero, pero que volvió a sus orígenes.
«Mi padre no se lo creía cuando, en 1990, compré la casa aquí». Y no podía hacerlo porque sabía que su hijo, Adriano Berdasco, había volado muy alto (Bruselas, París, Canarias...) «ganando mucha pasta» en el sector turístico.
La casa que compró «para que mis padres tuvieran una más grande» se convirtió en el Hotel Rural La Corte de Somiedo, uno de los primeros, abierto en 1994. Y allí sigue Berdasco, hoy presidente de la Federación Asturiana de Turismo Rural (Fastur), que aglutina a 500 empresarios.
«Fuimos pioneros en un momento en el que algunos veían una locura abrir un hotel en la aldea», recuerda. Porque eso «no tenía nada que ver con la idea de sol y playa» que el mundo entendía por turismo. Hoy cree que «esta crisis nos hace huir de las grandes aglomeraciones y aquí tenemos todo lo contrario».
Lo suyo es ya un núcleo rural, con apartamentos, casa íntegra y bar a un paseo de la Braña del Pornacal. «Esto es salud. Todo el que viene, lo comprueba», dice.
Este año pensaba hacer una gran fiesta. El 28 de julio se cumplirán veinte años desde que decidió convertir la casa de su abuela, en Argüero, en el Hotel La Figar. «Había hecho Turismo y me lancé, era el momento de auge del sector», reconoce Noelia Esteban. Tanto se lanzó que hoy preside la asociación Casonas de Asturias, que aglutina a los hoteles de la marca de calidad del Principado. Unos hoteles diferentes, con pocas habitaciones, «en mi caso, ocho», y un paisaje natural que generan «un público fiel. Tenemos clientes que vienen todos los años», asegura Esteban, que confiesa las ganas «de volver a empezar. Necesito la adrenalina del trabajo», además, lógicamente, de los ingresos. «Para el sector ha sido muy duro estar cerrados estos meses. Y perder todas las reservas que teníamos, sobre todo, en Semana Santa».
Los clientes, confirma, también «tienen ganas de volver». Aunque ella esperará «hasta julio» para abrir, tiene a diario «peticiones de reservas». Los que vuelvan a su casa se encontrarán «el mismo hotel, pero sin adornos, y el mismo cariño, pero con mascarilla». Anuncia ya que la fiesta del veinte aniversario «esperará a 2021».
Su presente era la publicidad, pero el turismo se convirtió en su futuro en 2001. Cuando convirtió la cuadra que tenía su padre en una finca de su Colunga natal, en Lloroñi, en una casa rural de cuatro habitaciones con baño. «Solo mantuvimos la fachada principal, que es de piedra», recuerda Ana Soberón. Encabeza ella ahora el Clúster Rural y es la portavoz de la Mesa de Turismo de la Federación Asturiana de Empresarios (Fade), que aglutina al 90% del sector rural.
El origen del nombre, Ablanos de Aymar, tiene truco «cuando abrimos no había internet y aparecíamos por orden alfabético», por lo que buscar un nombre con 'a' «era prioritario», bromea. Lo encontró en un libro de Braulio Vigón y apostó por él «porque recoge lo mejor de esta zona: los avellanos y el mar... Estamos al pie del Sueve y a kilómetro y medio de la playa de Espasa».
Un entorno que ha convertido su casa en destino fijo «de muchos clientes. A algunos les hemos visto crecer. Otros empezaron viniendo con sus padres y ahora vienen con su pareja», recuerda. De hecho, «teníamos lleno ya para San José, Semana Santa y puente de mayo. A ver si recuperamos». Porque, apunta Soberón, «los gastos, como los 4.000 euros al año de autónomos, han seguido ahí pese al cierre obligado».
El primer cliente de su familia no se alojó en la Casa del Tesoro. Ni ella existía como tal ni lo hacía el concepto 'turismo rural' a mediados del siglo pasado cuando Benjamín, un pescador adicto al Sella, se pasaba dos meses alojado en Casa Maruja, el bar-tienda de Triongo. Allí se crió Jaime García, quien en 2002 decidió convertir la vivienda de su bisabuelo en la Casa del Tesoro, un alojamiento rural en Cangas de Onís con seis habitaciones y capacidad para trece personas.
«Siempre la alquilé íntegramente y, ahora, es lo que más se demanda. Tras todo lo que ha pasado, el confinamiento, la distancia..., las familias buscan una casa para estar todos juntos. Igual que los grupos de amigos. Hay ganas de estar unidos, pero con seguridad». Unas ganas que le quedan claro cada día. «Tenemos ya peticiones de reserva. De hecho, un grupo de amigos que practican cicloturismo querían alojarse ya, pero abriremos con todas las garantías», lo que ocurrirá a mediados de junio.
El presidente de Alojamientos Rurales con Actividades (Arca), entidad integrada en Otea, la patronal turística que aglutina, además, hostelería, hotelería y campings, tiene claro que «estar en tu propia casa, con una parrilla cubierta y un prau para tomar el sol es lo mejor». Especialmente este año, en el que los comerciantes del entorno se han puesto de acuerdo para servir a domicilio.
«Sabemos ya de profesionales que preparan todo lo necesario para, por ejemplo, hacer una parrillada, y lo traen a la casa, para que el cliente no tenga que salir si no quiere».
Mantiene García que el turismo rural necesita apoyos, «como la rebaja en el IBI», y que haya relevo generacional. En su caso, cree haberlo logrado. «Mi sobrina Alicia está encantada en la casa». Eso sí, Alicia tiene ocho años.
Ella nació en Avilés. Él, en Piedras Blancas. El trabajo les llevó a Madrid, hasta que en 2003 decidieron que la capital no era para ellos. «No fue nada improvisado. Estuvimos dos años buscando el enclave perfecto». Y apareció en Boal. En El Bosque de las Viñas. «Realmente, lo que nos enamoró fue el bosque. Boal es una zona muy desconocida, pero es preciosa», porque la casa que encontraron no era mucho más que un caserón con pajar rodeada de un muro. Él es el único que se mantiene inalterado. El pajar se ha convertido hoy en cinco apartamentos «individuales, con chimenea, jacuzzi con vistas al ventanal y terraza privada», explica Nuria Santana.
Ella y Jose Moreno llevan desde 2005 al frente de los apartamentos rurales El Bosque de las Viñas, a los que la COVID-19 pilló en plena ampliación. «Teníamos los cinco apartamentos del pajar, para parejas o tres personas, y hemos ampliado a otros dos, en la casa», explica Santana.
En esa casa, además, se ha habilitado «una gran zona común, pensada para cuando vienen grupos que tengan donde juntarse a comer». Sin embargo, la zona quedará «pendiente de inauguración, ya que las normas de seguridad lo impiden».
Lo que sí podrán disfrutar los clientes es el «área de relajación exterior», que se traduce en la instalación «de una sauna nórdica y un 'hot-tub', un tonel de agua caliente». Todo a partir del 29 de mayo. «Por tener, teníamos ya peticiones, pero abriremos cuando esté todo más claro». Y no por falta de ganas. «Nosotros nos dedicamos en exclusiva a esto, es nuestra vida y los bancos no entienden de moratorias, solo quieren que nos endeudemos más». Una opción que no entra en sus planes. «Nosotros sabemos que nuestro alojamiento gusta. Teníamos llena la última quincena de marzo, la Semana Santa, mayo... Esto ha sido un mazazo, pero también estamos seguros de que saldremos adelante».
Una seguridad basada, afirma, «en el convencimiento de que ofrecemos calidad. Nadie querrá ir a un sitio donde nos tomen todo el tiempo la temperatura. Aquí la garantía es que hay bienestar y tranquilidad para disfrutar de las vacaciones».
En 2003, con treinta años y dos hijos, sus padres se hicieron con una gran casa señorial. «Estaba bien de precio porque era fruto de un embargo», precisa. El complejo incluía un edificio anejo, de caballerizas y viviendas para el servicio «que estaba para tirar».
Pero Ana Llano decidió que ahí podría estar su futuro. La hija de Marisa, la dueña de una tienda para todo de las de toda la vida en Cangas del Narcea, optó por reformar aquellas caballerizas y y convertirlas en alojamiento. Y así nació La Pumarada de Limés, una casa rural a tres kilómetros de Cangas del Narcea con espacio para nueve personas.
«Era el boom del turismo rural, pero en esta zona apenas si había alojamientos, más allá de los que utilizaban los viajantes o familias de la zona que volvían aquí durante el verano», explica Llano, que preside la Asociación de Turismo Rural Fuentes del Narcea y es la vicepresidenta de la Federación Asturiana de Turismo Rural (Fastur).
Su intención inicial era especializarse en el alquiler íntegro, pero «llegó la crisis y hubo que adaptarse. Alquilamos por habitaciones». Y los clientes respondieron. «Hemos tenido siempre gran aceptación», confiesa, quizá porque el alojamiento se mantiene fiel «a la esencia rural de los pioneros como Adriano Berdasco (presidente de Fastur) o Magdalena Álvarez, mi antecesora en la asociación».
Respeto al entorno y cuidado trato directo y constante de los propietarios. «A mi madre le encanta cocinar y siempre lleva a los clientes algo. Frixuelos, torrijas, una ensalada, una tortilla...», algo que choca a los nuevos, que «siempre se sorprenden de que les demos gratis esos productos».
La fórmula se repetirá este año. Pese a la pandemia, las mascarillas o los geles hidroalcohólicos, «mi madre seguirá ofreciendo lo que haga a los visitantes», que, eso sí, ya no podrán alquilar la casa por habitaciones. «Este año he decidido volver a mi propuesta original y alquilar solo la casa íntegra». Explica Llano que lo hace «para garantizar todas las medidas de seguridad».
Asegura que siempre ha sido «optimista. Sé que estamos en una situación muy difícil, pero también creo que todos hemos aprendido que queremos estar en entornos seguros y tranquilos», como los que ofrece «el turismo rural asturiano». Una oferta que sitúa a la región «a la cabeza del país, ya que las normas turísticas implantadas por el Principado son las más exigentes de España». Sus primeros clientes llegarán «en julio» y tendrán, seguro, tortilla de Marisa. Y gratis. Y con huevos de aldea.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.