Ana Obregón, junto a su hijo Álex, en el funeral de la madre de Alessandro Lequio, en enero de 2015. E. P.

Ana Obregón: «La felicidad es ese instante entre una putadita y la siguiente»

Adicta al trabajo, quiso compensar a Álex el tiempo que no le pudo dedicar de niño, y llevaba muchos años volcada en él

Sábado, 16 de mayo 2020, 01:55

Que la vida está llena de baches es algo que ya sabía la actriz. Sin embargo, esto es distinto. Ana se enfrenta a sus 65 años al peor sufrimiento imaginable, el de una madre que acaba de perder a un hijo en plena juventud. «Se ... apagó mi vida», acertaba a escribir en sus redes a pocas horas de haberse despedido de Álex, a quien solía referirse en las entrevistas precisamente como el hombre de su vida.

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Dicen que uno no se conoce de verdad hasta que se enfrenta al desgarro más profundo y Ana Obregón, tantas veces considerada 'Antoñita la fantástica' y reducida al estereotipo de chica frívola y fabuladora, se ha revelado en estos dos últimos años como una mujer de una pieza, como una madre coraje de admirable fortaleza, capaz de mantener el ánimo incluso en los momentos más desesperados.

«Me encierro en mi cuarto y lloro muchas horas. Luego salgo y sonrío. Tengo que ser fuerte por mi hijo. La vida me ha hecho fuerte». Parecen declaraciones recientes. Sin embargo, Ana las realizó hace doce años, en mitad de su turbulenta ruptura con el polaco Darek, un momento especialmente amargo en el que denunció amenazas y soportó todo tipo de críticas y presiones. Su hijo, también entonces, era su salvavidas y el faro de su existencia. No se cansaba de repetirlo.

Si como actriz y presentadora no le ha importado explotar su faceta más pizpireta y superficial, como madre Ana Obregón ha sido implacable. Igual que otras muchas famosas, sucumbió a la tentación de vender la exclusiva del nacimiento de su retoño, pero con los años se convirtió en una auténtica leona a la hora de defenderlo del acoso mediático. «Estáis consiguiendo que mi hijo crezca como un niño amargado, triste y lleno de traumas», les gritó a unos paparazzi que colisionaron con su vehículo cuando la actriz trasladaba a su pequeño y a otro amiguito a una fiesta de cumpleaños. Álex Lequio tenía entonces unos diez años. Y, por suerte para él, no creció triste ni lleno de traumas, sino con un desparpajo notable que de chiquitín le llevó a arrancar de una dentellada la gomaespuma de un micrófono insolente y, ya de mayor, a componer un sorprendente rap en el que ironizaba sobre las ventajas y desventajas de ser 'el niño de la Obregón'.

Volcada en su hijo

Proclive a las confidencias personales, Ana solía declarar en las entrevistas cierta mala conciencia por haber sido una madre adicta al trabajo. «A veces me he sentido muy culpable y muy mala madre por no haberle dedicado todos los momentos que necesitaba», llegó a confesarle a esta periodista. La causa, explicaba ella, era que la maternidad había coincidido con el momento álgido de su carrera. Con los años, intentó compensar a su pequeño y no había declaraciones de la actriz que no estuvieran salpicadas de frases como «Ahora lo que más me apetece es estar con mi hijo» o «Lo más importante para mí es levantarme a las siete de la mañana y llevarle al colegio». Y cuando entró en la adolescencia... «Deseo estar muy encima de él. Tiene catorce, le quedan dos años para ser más independiente y no quiero perdérmelos».

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El celo maternal se multiplicó cuando Álex, un excelente estudiante, se matriculó en una universidad privada de Carolina del Norte. Su madre no dudó en cruzar el charco e instalarse en Miami para tenerlo más cerca. Para cuando llegó la terrible noticia del cáncer, madre e hijo llevaban años siendo inseparables. Ana entonces no lo dudó. Lo dejó todo para volcarse en cuerpo y alma en la curación de su retoño. Una reacción habitual en madres de niños y jóvenes con enfermedades graves. «Nunca he sido más valiente que en la época en la que mi hijo tuvo cáncer», afirma una madre catalana cuyo pequeño logró salvarse. «En esos momentos -dice otra madre-, te brota una fortaleza desconocida, porque ellos necesitan que estés fuerte. El mundo desaparece y te concentras en luchar contra la enfermedad, te sientes imbatible».

Esa templanza acompañó a Ana Obregón a lo largo de los dos años de ingresos, tratamientos, terapias y recaídas que soportó su hijo Álex. Siempre a su lado, como una roca, quitándose importancia y concediéndosela a él, que sobrellevó la enfermedad con una serenidad, un humor y una presencia de ánimo encomiables. «Mi hijo me está dando una lección», repetía la actriz. Ella, a su manera, también se la ha dado a la opinión pública. El cliché de Anita la fantástica se ha esfumado para siempre ante la imagen de esta Ana Obregón doliente, pero capaz de soportar con heroica entereza, frente a las cámaras y en plena pandemia, la peor tragedia de su vida.

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