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ANTONIO PANIAGUA
Sábado, 11 de noviembre 2017, 01:57
No es fácil imaginar a Alejandro Sanz acarreando ropa sucia para llevarla a lavar. Pero así fue y al recadero no le importa reconocerlo. Entonces, el cantante no era nadie, o casi nadie, y se encargaba de llevar la indumentaria sudada de Los Morancos ... a la lavandería cuando estos actuaban en la sala Windsor de Madrid. «Ahora somos nosotros los que le recogemos las cáscaras de plátano y los cacahuetes en Miami», dice César Cadaval, el más bajo del dúo de humoristas. Hoy Alejandro Sanz es un triunfador que ha vendido 25 millones de discos y que atesora el mayor número de premios Grammy: 20 latinos y tres americanos. El cantante, músico y compositor, que cuenta con más de 18 millones de seguidores en Twitter, tiene un pronto fuerte y una sensibilidad especial. La vida de este chico de barrio, un híbrido entre la meseta madrileña y el Atlántico gaditano, ha sido diseccionada en una biografía por el ejecutivo discográfico y escritor Óscar García Blesa. En ‘#Vive’, así se llama el libro publicado por Aguilar (608 páginas, 18,90 euros), el autor ha recabado el testimonio de 200 personajes relevantes en el devenir del artista, quien ha dado su plácet a la obra. Joan Manuel Serrat, Penélope Cruz, Rafael Nadal o Alicia Keys son algunas de las figuras, entre otras muchas, que ofrecen su testimonio sobre el artista. Este periódico avanza en exclusiva la biografía, a la venta en las librerías el próximo jueves.
Con 26 años de carrera a cuestas, Alejandro Sánchez Pizarro, su verdadero nombre, echa la vista atrás y rememora sus orígenes. García Blesa hurga en sus comienzos, no desde que nadaba en las aguas amnióticas del vientre de su madre, pero casi. El compositor (Madrid, 18 diciembre de 1968) es hijo de Jesús Sánchez Madero, un guitarrista de Algeciras amigo del padre de Paco de Lucía, y de María Pizarro Medina, una fuerza de la naturaleza con ojos de loba nacida en Alcalá de los Gazules (Cádiz). En el número 27 de la calle Vicente Espinel, en el humilde barrio madrileño de Ciudad Lineal, crecieron los hijos del matrimonio, Jesús y Alejandro. En ese piso pocas cosas podían ver los dos chicos: un patio interior, ropa tendida y los trajines de tres monjas de Palencia que vivían de alquiler en un cuarto con terraza que su madre les había alquilado.
El niño Alejandro apuntó maneras pronto. El primer regalo que le hizo su padre, uno que le «cambió la vida», fue una raqueta. Pero en vez de ejecutar un revés, el crío agarró el mango, se colocó frente al espejo y tocó el encordado como si fuera una guitarra.
Alejandro siempre vio a su padre, músico, como a un héroe, aunque se pasara largas temporadas fuera de casa por culpa de las giras con su grupo. Quien se quedaba a cargo de los hijos era María, una mujer nada medrosa, sino decidida y con arrestos, una matriarca que arrastraba a toda la familia consigo. Cuando daba una voz le temblaban las piernas al interpelado. Y eso que lidiar con su progenie no era tarea sencilla.
Harta y con ganas de quitarse de en medio por unas horas a los chavales, María apuntó a las criaturas a clases de guitarra. En realidad, los quería inscribir en kárate, pero en ese momento el aula estaba cerrada y el cupo completo.
Pronto descubrió Alejandro que tenía eso que los flamencos llaman ángel. Estaba abducido por la guitarra, se levantaba a las seis y media de la mañana a ensayar arpegios, al principio no muy bien porque su madre, hasta la coronilla de tanta matraca, se la estampó en la cabeza, con tan mala suerte que le hizo un boquete al instrumento. El pequeño Alejandro lo arregló de mala manera colocando un papel para ocultar el agujero. En el remiendo había un anuncio de Kodak del que salía el famoso pajarito de la foto. Desde entonces su profesor de guitarra le decía: «A ver, el del pajarito, qué traes hoy».
El aprendiz de artista era una rara avis. Al adolescente le tiraba el rock andaluz, el heavy metal y, claro está, el flamenco. ¿Cómo no le iba a seducir el cante jondo? Cuando los Sánchez viajaban de Madrid a Algeciras, en unos viajes eternos que duraban doce o catorce horas dentro de un 600 que conducía su madre (en esos veranos el padre andaba de turné), su familia se juntaba con Ramón de Lucía, hermano mayor de Paco y Pepe de Lucía.
Los Sánchez se mudaron en 1980 a Moratalaz, un barrio al este de Madrid, hoy de clase media, pero que entonces era territorio comanche y paraje idóneo para pendencias. Allí el chaval conoció la calle. En Los Nardos, un bar que había al lado de unos billares, le contrataron para tocar tres veces al mes durante toda la semana: a las tres, a las nueve y a la una.
Sus comienzos fueron duros. A los 18 años actuaba en lugares poco recomendables, en bares, restaurantes, ‘boites’ y clubes de alterne. Cuando logró que una discográfica le abriera sus puertas, a alguien se le ocurrió una idea la mar de peregrina: bautizarle con el nombre artístico Alejandro Magno. Con el tiempo, el Magno mudó en Sanz.
En los primeros noventa era difícil para un solista hacerse un hueco en la industria discográfica, que prefería por esa época apostar por los grupos. Sin embargo, el artista tuvo suerte y los sellos Hispavox y la Warner se enzarzaron en una puja por ficharle. Fue la segunda la que se llevó el gato al agua y la que editó en 1991 ‘Viviendo deprisa’, su primer disco oficial. Miguel Ángel Arenas, ‘Capi’, fue su descubridor.
En 1997 sacó ‘Más’, en el que se incluía su celebérrimo tema ‘Corazón partío’, que toma su título de una bulería que cantaba Camarón. Su parto fue laborioso. Grabada con los mejores músicos, a Alejandro no acababa de gustarle la canción, no tenía ese «pellizco» que toca el alma. Sobre ella corrieron muchos bulos, que si primero se la ofrecieron a Camela, luego a Rosario Flores... Pero una vez bien pulida y con los arreglos pertinentes, el compositor tuvo claro que era una de sus mejores canciones, una composición que entreveraba los acordes aflamencados con los ritmos pop y latinos. Fue tal el éxito que todos querían su trozo de la tarta. El tema incluía en su letra este verso: «Tiritas pa’ este corazón partío, tiritando de frío». Como quien no corre vuela, un picapleitos que representaba a una multinacional sanitaria quiso parar la reproducción de la obra porque en ellas se hablaban de las tiritas, una marca registrada.
Amante del vino, el músico es un ‘gourmet’ en toda regla. Como en la cocina, su arte se nutre del aliño de distintas disciplinas creativas sabiamente condimentadas con ingredientes diversos. Por eso es denostado por los puristas, aunque como él mismo dice, la batalla por el flamenco puro, si alguna vez la hubo, «ya está perdida».
Al fin y al cabo, el mestizaje es lo que hizo su maestro Paco de Lucía, cuya muerte en febrero de 2014 le dejó noqueado. «Me tiré en mi estudio de grabación tres días. No tenía consuelo. En el estudio, lo mismo tocaba que lloraba que ponía vídeos de él…».
Otro de sus éxitos más escuchado es ‘Y, ¿si fuera ella’, un tema compuesto durante una crisis con la mexicana Jaydy Michel, su primera mujer, con quien tuvo su hija Manuela. Jaydy se había ido a su país, y Alejandro le dijo a su manera, con una canción, que regresara. Así lo hizo ella, aunque la pareja se divorció en 2005. De su matrimonio con Raquel Perera, con quien se casó hace cinco años en Jarandilla de la Vera (Cáceres), nacieron Dylan, de seis años, y Alma, de tres.
Alejandro Sanz es un hombre de su tiempo que no rehúye el compromiso. No en balde hace cuatro años dirigió una carta al entonces presidente de EE UU, Barack Obama, para detener las prospecciones petrolíferas en el Ártico y aminorar así, si todavía se puede, el cambio climático.
Los antecedentes socialistas no le impiden recibir halagos de políticos de cualquier pelaje, desde José María Michavila, ministro de Justicia con Aznar, a Gabriel Rufián, de ERC. Al diputado que exhibió una impresora en el Congreso le van los cantautores al estilo de Sabina, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Pero hace justicia a Sanz. «Alejandro era más lírico, más poético y me impactó».
Alejandro odia los aviones y los aeropuertos. Adora el mar y los trenes. Abomina de la piratería y la reventa de entradas, lo que le ha deparado las antipatías de alguna gente que milita en el partido del morro. Quizá la mejor definición venga de él mismo. Una vez el periodista Jesús Quintero, ‘El loco de la colina’, le preguntó:
– ¿Qué hace usted por los demás?
– Pues, hombre, no jodo mucho.
Ahora que se cumplen 20 años del lanzamiento de ‘Más’, el disco más vendido de la historia de la música española, no cambiaría ninguno de los segundos de esas dos décadas. «El rencor y el arrepentimiento no me aportan nada. Prefiero olvidar», asegura.
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