El soberano alahuita, en cocodrilo y en textil estampado; arriba, sin mangas y a lo Lennon.

El armario estrambótico del rey de Marruecos

Mohamed VI enciende las redes sociales por los llamativos estilismos con los que reemplaza a la chilaba fuera de su agenda oficial

i. ochoa de olano

Jueves, 12 de enero 2017, 10:17

Las imágenes públicas del soberano alahuí de los últimos meses son suficientes para extraer, al menos, dos conclusiones. Una, la profundidad insoldable de su fondo de armario y dos, el despertar colorista y liberador en el que, a sus 53 años, parece inmerso el monarca vecino. El rey de Marruecos dio las primeras muestras de su peculiar metamorfosis el pasado agosto, cuando fue fotografiado mientras caminaba de incógnito por las calles de París con un desaliñado look reaggue que, sin embargo, no logró despistar a todo el mundo. Un súbdito, operario de limpieza de la ciudad, le reconoció y se apresuró a dejar la escoba y presentarle sus respetos. Desde entonces, la cercanía de Mohamed VI, que se presta encantado a hacerse selfies allí por donde pasa -ya sea un aeropuerto, un ultramarinos o una calle por la que transita, axilas al viento, al volante de un despampante descapotable-, unido con su desmelene estético, constatan su gusto por la moda estrambótica.

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A su debilidad por los accesorios, con especial atención a las gorras y a las gafas -las tiene con montura a lo John Lennon y a lo Mariano Medina-, se une su pasión por los chaquetones de astracán -los tiene en negro y en gris- y las americanas de piel de cocodrilo, como ilustra la foto que se dejó tomar hace unos días, en una tienda de Marrakech, junto a su esposa, la princesa Lal la Salma, con la tiene dos hijos. Eso sí, tampoco hace ascos a una de textil si de por medio hay buen estampado, como demuestra la imagen en la que aparece con el productor musical RedOne.

La progresiva desinhibición de su vestuario cuando la agenda oficial no le obliga a enfundarse una chilaba tradicional ha ido acompañada de una transformación física que hacen difícil reconocer a aquel joven que hace diecisiete años sucedía en el trono a su padre muerto. Ahora con barba, bastante menos cabello, bastantes kilos de más, una piel sospechosamente tensa en la cara y unos labios ostensiblemente más gruesos, despista a cualquiera. Tanto es así que, hace un par de veranos, España tuvo que pedirle disculpas oficilamente después que la Benemérita tratara de abordar su yate, cuando surcaba el Estrecho, convencido de que se trataba de un traficante de drogas.

Pero el hijo de Hasán II no solo crece a lo ancho. Mohamed VI, que en su discurso de rey debutante prometió acabar con la pobreza y la corrupción de su país, ha levantado desde entonces una fortuna personal de unos 5.700 millones de dólares, le calcula Forbes, sin contar su fabulosa colección de automóviles y otra de inmuebles, que le aúpa al quinto puesto del ranking de ricos de África. Mientras que su secretario personal aparecía en los Papeles de Panamá, el rey magnate, líder espiritual de su país, hacía lo propio en la lista Falciani de clientes del HSBC, entidad que le guardaba en Suiza 7,9 millones de euros. Calderilla para su fondo de armario.

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