J. Fernández
Sábado, 21 de noviembre 2015, 04:14
Cayetana de Alba era como un huracán. Pero lo que de verdad dominaba la duquesa era el arte de poner paz. Su mejor trabajo, de hecho, lo hizo puertas adentro. Ayer se cumplió un año de la muerte de Cayetana en su palacio sevillano, donde se la llevó una neumonía. El día de su funeral, su marido (Alfonso Díez), sus seis hijos (Carlos, Alfonso, Jacobo, Cayetano, Fernando y Eugenia) y sus amigos más cercanos (entre los que estaba su inseparable Carmen Tello) se mostraron como un bloque de granito inquebrantable, solo roto por el dolor de la pérdida. Pero 365 días después, la misa encargada en su recuerdo evidenció que ese muro que la propia duquesa levantó presentaba un estado ruinoso. De nada sirvió que el viudo y el hijo mayor acordaran presentarse juntos ante la puerta de la iglesia de la Hermandad del Cristo de los Gitanos de Sevilla, donde ayer se congregaron 300 personas para demostrar que una persona solo se muere si se la olvida.
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En esos primeros bancos reservados para los más allegados se notaron más las ausencias que las presencias. Solo tres de los seis hijos de Cayetana Fitz-James acudieron. Además de Carlos, el mayor y principal heredero de la fortuna familiar, se vio a Alfonso y Fernando. Por su parte, Jacobo se ausentó sin desvelar el motivo aunque envió a su hijo, Jacobo Martínez de Irujo y Fernández de Castro, en su lugar. Tampoco estuvo Cayetano, que hasta la muerte de la 14 veces Grande de España era quien administraba la Fundación de la Casa de Alba y su legado. El conde de Salvatierra ya había anunciado que no podría acudir al encontrarse ingresado en la madrileña Clínica La Luz. En dos semanas ha sido operado dos veces a causa de obstrucción intestinal. Tampoco se presentó Eugenia, de viaje por Estados Unidos.
Las malas lenguas aseguran que estas ausencias son síntoma de la mala relación que hay entre los seis hermanos, de caracteres muy dispares, y el viudo. De hecho, mantienen desde hace meses un desencuentro por el tercio de la herencia que deben repartirse, cuadros y muebles antiguos por valor de un millón de euros. El resto ya lo asignó Cayetana a sus hijos y su marido en vida.
El tercer y último esposo de la duquesa se enteró por el cura, Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp, de que Carlos Fitz-James había organizado un oficio religioso en recuerdo de su mujer. Tampoco estaban al corriente los grandes amigos que acompañaron a Cayetana en los últimos años y que tras su desaparición se han sentido despreciados por sus vástagos.
Fue el propio Alfonso el que los telefoneó uno a uno para pedirles que le arroparan. Y cumplieron. Carmen Tello y Curro Romero, José Luis Medina del Corral, de Victorio y Lucchino, el exalcalde de Sevilla Juan Ignacio Zoido, el doctor Francisco Trujillo y su pareja, el periodista Antonio Burgos... acompañaron ayer al viudo.
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