La reina Letizia

Diez años han pasado entre la novia y la reina y la diferencia radica en que doña Letizia, con sus hijas, se mueve ya como en casa

Leticia Álvarez

Domingo, 22 de junio 2014, 09:22

La imagen del balcón al que se asomó la pareja real con sus hijas el pasado 19 de junio rebosa simbolismo. Es la imagen del triunfo, una foto enmarcada en la planta de los césares. Doña Letizia lo había conseguido. Con su marido convertido en el rey más joven de los europeos, con sus dos hijas como garantía dinástica, con su experiencia ante miles de miradas, la mañana del jueves guardó en el fondo del armario los corsés de la princesa y dio sus primeros pasos como reina. Desde el mismo momento en que bordeó a todos en el balcón para acercarse al rey Juan Carlos y darle un beso, doña Letizia desveló que se encontraba, al fin, en su lugar.

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Diez años separan la imagen de su salida al balcón recién casada con don Felipe y convertida en Princesa de Asturias y su aparición en el mismo escenario como consorte del rey. En la primera, la novia. Feliz, enamorada, inquieta y expectante por un horizonte en el que nunca había posado la mirada. Acababa de dejarlo todo para dar un salto al vacío a un mundo, el de la realeza, del que nada sabía, pero consciente de que aterrizaría en los brazos del príncipe, quien en aquellos primeros días fue su principal apoyo para ir asimilando el protocolo y procurar dominar cada momento.

Fue poco a poco como la reina cobró forma. En la foto nupcial apareció más retraída, mucho más emocionada, algo nerviosa y sin conocer aún los beneficios que debe reportar al cuerpo una aclamación popular. Vestida de Pertegaz y con tiara prusiana, parece incluso más pequeña que el pasado jueves en el mismo balcón. Pero entonces ya se había convertido en una estrella. Desde el mismo momento de su presentación como la princesa prometida, doña Letizia ha sido centro de todas las miradas y la vía más vulnerable por la que se colaron los comentarios más superficiales hacia la Familia Real. Se ha hablado de sus retoques físicos, de su vestuario y de su búsqueda incansable de la perfección, pero todo ello le ha servido a la periodista para endurecer su caparazón y fortalecer su personalidad. Porque aunque la reina asturiana siempre dio imagen de seguridad algunas opiniones fueron realmente crueles. Sin ir más lejos a ese balcón de hace una década llegó con críticas tanto por su excesiva naturalidad como por la elección de un traje de diseñador extranjero para la pedida y por haber interrumpido al entonces príncipe en ese mismo acto. Aquellos primeros reproches, la encerraron en sí misma. Se volvió seria, más contenida, menos espontánea, mientras de manera paralela don Felipe, de carácter más germánico que campechano, empezaba a dejar entrever nuevas sonrisas y gestos, signo de que las cosas entre ambos iban bien, de que doña Letizia hacía feliz al Príncipe y le acercaba a nuevas realidades.

Todo eso se ha ido apaciguando y limando hasta llegar a la última imagen en el balcón del Palacio Real. Mismo escenario, mismas contraventanas blancas. Mismos protagonistas, pero luce el sol y no llueve como en aquel día primaveral. La pareja ha madurado y si entonces, recién casados, evitaron excederse en los gestos cariñosos entre ambos, el pasado jueves se intercambiaron continuos guiños y besos, como el que la reina da a su marido o cuando don Felipe la coge por la cintura y la acerca cariñosamente. Doña Letizia no luce tiara, lleva el pelo suelto, eso sí vuelve a vestir de blanco y está radiante. Se muestra segura, confiada y se maneja en el balcón como un escenario que ya no le es desconocido. Está en casa. Y lo está porque entre la princesa y la reina media sobre todo una nueva legitimación, la que le dan sus hijas. Leonor, heredera al trono, Princesa de Asturias, y la pequeña infanta Sofía. Doña Letizia ya no se asoma a un balcón como la nueva incorporación de la corte, ahora es la pieza fundamental en el ajedrez de la familia real.Es la reina. Y ese cambio es el mayor de los que se refleja en su mirada y en sus gestos. Esa mañana además contó con la mirada cómplice de doña Sofía, el relevo, después de diez años de esfuerzo y compromiso con la institución, quedaba cedido. Diez años le han bastado para coronarse. Es la entrada triunfal y entre laureles de una joven periodista asturiana en la historia de España.

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