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L. A. ALÍAS
Jueves, 19 de agosto 2021, 03:32
Diez años han pasado desde que Luciana abriera su pequeña sidrería en la plaza de La Corrada. Y aunque nacida en Buzau, una ciudad importante al noroeste de Bucarest, llegó hace ya tres lustros al barrio alto gijonés para convertirse, un poco por obligación y mucho por decisión y pasión, en cocinera. Y, sólo por decisión y pasión, en playa.
«Sabía poco, pero puse toda mi voluntad en aprender viendo, trabajando, diferenciando ingredientes y maneras. Desde conocer sus nombres castellanos y asturianos, hasta calcular los tiempos de cocción según tamaño y peso. Y si no estaba a pie de cocina del restaurante, estaba a pie de mi propia cocina recreando recetas», cuenta.
Tuvo en La Tabacalera su escuela, y ya segura de sí misma asumió las responsabilidades en esta placina centrada por una farola que surge como corazón batiente, animado, oculto y profundo de Cimavilla.
En su breve interior, y en su soleada o alunada terraza (si las nubes dejan) sirven lo que se espera que sirvan ya que así lo demandan los indígenas, así lo demandan los foriatos, y así lo demanda el marco: parrochines frites con jamón, mejillones a la vinagreta, fabada, cachopos, pescados del día a la plancha o espalda, bonito en tacos y rodajas, chopitos con gambón, y bien menús grandes, bien tapeos informales.
Está en uno de los lugarinos señeros de la vieja villa, lo luchan gijoneses venidos de lejos, y cuando acabe el actual colapso turístico podremos sentarnos sosegadamente con el periódico en la mano, pedir una botellina de sidra, acompañarla con marinerías y disfrutar del espacio que muchos recordamos lleno de redes secando y en costura.
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