Es uno de los trucos que los medios emplean para que hagamos clic, clic, clic. Tan engañoso como irresistible, el ya clásico titular que te informa de que llevas toda tu vida haciendo algo mal (pelar naranjas o atarte los zapatos, lo mismo da) explota ... por un lado nuestra curiosidad innata y por otro el muy humano propósito de enmienda, de ansia de mejora y de pelar las naranjas como debe ser. Si yo fuera un poco más desaprensiva podría haber titulado este artículo como 'Llevas toda la vida refiriéndote equivocadamente a la sopa: he aquí el porqué' o 'La sopa no es lo que tú crees y lo que descubrirás a continuación te sorprenderá', pero ustedes ya saben que yo aquí no tuteo a nadie y además todo ese castillo de clics estaría basado en una falacia.
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Si viviéramos en la España de hace 400 años entonces sí que estaríamos metiendo la pata al usar la palabra sopa tal y como se entiende hoy en día, pero los significados de los términos cambian, se expanden para incluir nuevas acepciones y terminan siendo distintos a lo que fueron originalmente. El diccionario de la RAE nos dice que la primera y más común acepción de sopa es la de «plato compuesto de un caldo y uno o más ingredientes sólidos cocidos en él», pero si pudiésemos viajar al Siglo de Oro comprobaríamos que entonces la sopa no era el líquido, sino el pan que se echaba dentro de él. Y como no se le añadía un solo trozo, sino varios, lo normal era hablar de sopas en plural. Borrachas, doradas, de ajo, de gato, con aceite o con queso... Las sopas siempre iban en compañía, ya que era lo que daba sustancia al plato y lo que realmente alimentaba de él. El caldo sin pan, por mucho que contuviera verduras u otros elementos, no era sopa ni era nada, sólo agua caliente con sabor.
Al igual que otras palabras tan gastronómicas como tapa, escanciar, guisar, brindis, espetón o adobo, la sopa también se la debemos a las lenguas germánicas. La mayoría de ellas no llegaron al castellano a través de los godos sino del latín vulgar, que adoptó vocablos como 'suppa' (del protogermánico 'supô', pan remojado en líquido) y acabó legándolos a los distintos idiomas romances. Por eso nosotros decimos sopa, los franceses 'soupe', los italianos 'zuppa' y los rumanos 'supa', de forma muy parecida a como la denominan los ingleses ('soup'), alemanes ('suppe'), neerlandeses ('soep') o suecos ('soppa'). Con el tiempo, en casi todos estos idiomas el significado del término original se acabó ampliando para encumbrar al guiso líquido por encima del pan, pero su esencia panarra continúa estando ahí.
Por esa escondida razón seguimos diciendo «hacer sopas» cuando nos referimos a untar pan, galletas u otros alimentos sólidos en un líquido. La misma base tiene la expresión 'ponerse como una sopa' o 'ensoparse', que según el 'Diccionario de autoridades' de 1732 era «hacer sopas con el pan o mojar un pedazo de él en vino o otro licor para que se ablande». Para que vean ustedes que el léxico avanza que es una barbaridad, en el siglo XVIII licor no se aplicaba únicamente a las bebidas espirituosas sino a todos los líquidos como agua, vino, leche, etc. Fue justo en esa época cuando la sopa tomó su moderno sentido, pasando de ser simple pan empapado a un plato compuesto en el que la miga y la corteza fueron poco a poco perdiendo su antiguo protagonismo. Lo que no se extravió fue la importancia de las sopas panaderas en la cocina popular. Con una sospecha de aceite, bien de ajo y aún más pan la sopa de ajo (de cuya historia daremos cumplida nota próximamente) persistió hasta hace bien poco como receta básica de casi todos los hogares y durante varios siglos no se concibió una comida de fuste que no comenzara con una receta ensopada. Mi paisano José de Urcullu (1787-1852), pionero del uso de la palabra gastronomía en España, incluyó en su libro 'La Gastronomía o los placeres de la mesa' (1820, traducción libre de 'La Gastronomie' de Joseph Berchoux) un pasaje acerca del inicio de un banquete. Primero debía haber sopa, después cocido y todo lo demás resultaba opcional:
«Ya la sopa presentan en la mesa, de excelente comida anuncio cierto, dorada, sustanciosa, ¡oh cual exhala el olor de la vaca, y de torreznos! Jugo de vegetales es su caldo, y de gallina menudillos tiernos, acompan~ada con ligera escolta de platillos hermosos, cuyo objeto es mover suavemente los sentidos, y abrir el apetito casi muerto.»
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Parece mentira que la sopa haya inspirado alguna vez a las musas, pero Urcullu no fue el único poeta del cuchareo. Bretón de los Herreros y Ventura de la Vega también cantaron a las humildes sopas de ajo -prometo publicar aquí sus versos- y en Castilla existe una antigua rima que ensalza los beneficios de tal condumio. «Siete virtudes tiene la sopa / calma la sed y el hambre apoca / hace dormir y digerir / sabe bien y nunca enfada / y pone la cara colorada». ¿Cómo iba a tener tantas bondades si no fuera por el pan?
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