O. SUÁREZ
Martes, 4 de enero 2022, 01:43
Con nata, con crema pastelera, de hojaldre, con dulce de leche... Pero el rey de los roscones sigue siendo el tradicional: de masa brioche y con frutas escarchadas por encima. Los hornos de las pastelerías gijonesas están estos días que echan humo con la producción de un dulce típico que desafía al coronavirus y a cualquier otro inconveniente que se presente. La tradición manda y es de lo poco que queda de celebración en una extraña Navidad de menos encuentros y más nostalgia.
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«Hemos tenido muchísimos encargos, tantos que ya no podemos aceptar más, hay gente que viene e incluso le parece mal que no podamos reservar, pero es que de verdad el obrador ya no da para más... Sacamos algunos a la venta en el mostrador cada día pero ya no podemos aceptar más encargos», comenta apesadumbrada Inés Villaverde, gerente de la confitería La Playa, en la calle Corrida, mientras varios clientes preguntaban por la posibilidad de hacerse con uno de sus característicos roscones de brioche rellenos de pasta de almendra. «Muchos nos dicen que por qué no los hacemos incluso en verano», ríe.
También en Balbona, en la calle Cabrales, las colas para comprar el roscón se ven desde la calle. Son muchos los que deciden no esperar a que pase la comitiva de los tres de Oriente para hincarle el diente. «Durante estos días saldrán aproximadamente 2.000 roscones, muchos por encargo y otros por venta directa, los hacemos de tres tamaños y con distintas características: hojaldre, de masa tradicional, rellenos, con crema, con nata... y siempre con la sorpresa dentro, eso que no falte», explica Pilar Estrada, la encargada de la confitería. Pese a tratarse de un año especial de limitaciones y restricciones derivadas de la pandemia, «el ritmo de ventas es prácticamente igual a los años anteriores, en ese sentido no hay mucha diferencia».
Donde sí aprecian un cambio respecto al tamaño de los encargos es en la pastelería Dama, en la calle Uría. «Notamos que los clientes quieren roscones no tan grandes como otros años, se nota que por miedo al coronavirus las reuniones son de menos personas y por eso llevan roscones medianos y menos de los grandes», señala María Jesús Álvarez, la propietaria, y el artesano pastelero Alfonso Argüelles.
En Punto Caramelo, en la calle Caridad, Valentina Vila entrega a Maite Calzón el roscón que había encargado. «Es el último por hoy, ya no tenemos más», dice la dependienta, mientras dentro, los hornos se preparan para dar salida a una nueva remesa de distintas variedades, pero todos con una misma leyenda: que aquel a quien le toque la sorpresa disfrute de un año de buena suerte, a ser posible, de salud.
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