Apareció discretamente hace más de tres décadas. Dos compañeras de trabajo de la misma empresa (y sin embargo amigas, diría Maitena), Gloria y Ángeles, de por allí mismo, que trabajaban en una empresa de complementos informáticos, gustaron del sitio y lo adquirieron -edificio en ruinas incluido- para montar una cantina, un merendero, algo informal donde dar mesa y guiso a caminantes. La extensa y vistosa ladera del monte Catalín, alto telón de Tazones que, con La Punta y El Faro amuralla tan mínima y plácida villa marinera y hostelera, resultaba demasiado tentadora para no convertir paulatinamente los sueños en proyectos y los proyectos en realidades con cimientos hondos, paredes sólidas, terrazas arboladas y enramadas o cristaleras amplias, leves y colmadas de paisaje, del bar a los comedores, de la pérgola al jardín infantil, y del horizonte cantábrico a la pajarera de parque.
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Dirección: La Atalaya, 9 - Tazones
Teléfono: 985 89 71 13
Cocina: Noelia Cernuda Cadera
Sala: Jéssica Cernuda Cadera
Equipo: Mónica Argüelles, Yolanda Villaverde, Adriana Negoita, Alina Razuvska y Samuel Da Silva
Apertura: 1988
Descanso: en verano ningún día (invierno los martes)
Media a la carta: 35 euros
Bodega: variada
Ajuar: de calidad
Sidra: J. Tomás , Vallina y Vigón
Recuerda Gloria: «Primero pusimos un merendero y sólo preparábamos cosas rápidas y simples, pero la gente que venía comenzó a pedirnos comidas estructuradas y serias. Entonces, a base de cursillos, de horas experimentando y de la ayuda generosa de vecinas cocineras y vecinos pescadores, fuimos aprendiendo y ampliando servicios».
Tras encargarse Ángeles de un hotel, quedó Gloria al frente del pronto popular y encomiado restaurante, y las hijas de aquella, Noelia y Jessica, crecieron 'catalinas' de salas y fogones sin que la madre no pase, vea, aconseje y disfrute comprobando cómo, tras pararnos la vida en marzo, vuelve a rodar cuesta arriba una herencia que también florece en huertas, pastos, frutales y desembarcos.
¿Su traducción en carta? Del mar todo lo que el día a día proporcione: bonito por supuesto, y en su gozosa multiplicidad, y rubieles, samartinos, chopas, lubinas, pixines, reyes, cabrachos o salmonetes en salsa, horno y plancha. Y luego mariscos de Tazones o (¡qué lujazo si tocan!) de la mismísima ría maliaya, del centollo al ostrón, de la ostra al mejillón, de la cigala y el bugre a la finísima almeja, cuyo arroz caldoso forma parte del escudo nobiliario entre otros igualmente esenciales y esenciados arroces marineros. Y con el salpicón de aguja, el pulpo encebollado, los frixuelos rellenos de marisco, el arroz con leche o el café de pota, les fabes, la carne guisada y lo que el momento dicte, reencontramos, hoy como hace veinte años, ingredientes locales de primera, guisos tradicionales y cuidadosos, limpias e intensas palatalidades y una atención próxima, familiar incluso, aunque vigilante de que su acción redondee, junto con el café de pota, las satisfacciones del comensal.
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