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La Tená de Carmen

La Tená de Carmen

Carmen Río protagoniza el cambioy preserva las raíces locales con un toque cálido y sentimental

Luis Antonio Alías

Jueves, 27 de agosto 2015, 17:04

En Noreña, y durante buena parte del pasado siglo, la Cuadra de Alfredo siempre fue el chigre del buen comer. Y Alfredo un paisano de madreña, boina y sorna que jamás permitía en su establecimiento un mal palo de sidra o un vino peleón.

Socorro, su mujer, sabía cómo criar, cocinar y darles Samartín a pitos, gochos y xatos, y los callos, potes, fabes, adobos y carnes gobernadas que guisaba adquirían, en su sencillez, una rara perfección.

Tras ella les tocó el turno a Luis y Sabina, hijo y nuera;y en su momento se sumó Cuqui, el nieto, que abrió, pocos metros más allá, el restaurante que los nuevos públicos y tiempos demandaban: La Tená.

Hace unos meses, ambos establecimientos cerraron. Una difícil situación personal y económica discretamente manejada acabó con ochenta años de gozos y nostalgias que nuestro colaborador Miguel Ángel Fuente Calleja sintetizó en un admirable libro.

Ahora La Tená, independizada de la Cuadra y tras la sentida clausura, acaba de iniciar una nueva aventura como La Tená de Carmen.

¿Y quién es Carmen?

Carmen Río Cancio nació en una aldea de la lucense Foz; sus padres regentaban un bar tienda, y hasta la bisabuela todas las mujeres ejercían de guisanderas por encargo para bodas y tornabodas. Y la influencia familiar o prende, o espanta, y en este caso concreto prendió hasta el punto de iniciar, a los 17 años, una vida laboral por salas y fogones que incluye las mayores responsabilidades culinarias en Casa Pepita de Lugones y El Asador de Abel.

¿Y cómo cocina?

Igual que si su abuela y su bisabuela trabajaran hoy, situando el ayer en el hoy, con el toque cálido y sentimental de la cocina local y regional vestida de mercado y refinamiento, un poco como anuncia la mezcla entre popular y elegante de la casa esquinera pintada de añil y de sus interiores ladrillo, madera, luz tenue que casi recuerdan más al petit restó familiar y rural francés, que a la casa de comidas asturiana, coquetería incrementada por los recientes arreglos.

Los ofrecimientos, familiares de nombre y de contenido evocador, pero nada usual por la delicadeza añadida: calamares a la romana, croquetas de langostinos, huevos rotos con gambas, merluza en todas sus posibilidades frita, a la cazuela, al horno, en cachopo, a la asturiana y prolónguese el etcétera, bacalao al pilpil con compota de tomate, pescados diarios de rula a la espalda o plancha destacando el delicado pixín, entrecotes de ternera y buey, cachopo crujiente y tierno, escalopines al cabrales, secreto ibérico confitado, cuartos de lechazo

La cuchara resume esencias inmortales: sopa de marisco, arroz caldoso con marisco, fideuá, garbanzos con langostinos, pote y fabada. Y lo mismo ocurre con los postres: brazo de gitano, tarta de galleta, frixuelos, arroz con leche, leche frita; todo grandes clásicos bajo una destacable dirección que interpreta las notas con fidelidad y devoción.

Noreña, el segundo concejo más pequeño de España tras Mondariz, puede seguir presumiendo de una hostelería para vecinos, cofrades y peregrinos a la altura de sus blasones condales, sus tablajeros, sus materias primas y su capacidad de convertir la gula en virtud capital. Y también su capacidad de renovación: a la tristeza ante el cierre de una larga presencia sucede la alegría de un nacimiento robusto y guapo.

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