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Luis Antonio Alías
Jueves, 14 de mayo 2015, 01:30
Curvando y esquinando sus miradores acristalados, rodeado por el Gobiernín, el campo de San Francisco, la calle Uría y la plaza con nombre de dudoso origen ¿la escandalera allí montada ante la pretensión de salvar Pajares usando un limitado ferrocarril de cremallera o sencillamente porque se vendía escanda? el Termómetro, terminado en 1944, destaca como uno de los mejores edificios del primer vanguardismo cosmopolita carbayón. Por esa razón, tras superar las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, cuando la piqueta privó de tantas bellezas arquitectónicas a la capital del Principado, cuenta con su correspondiente catalogación monumental y ninguna guía medianamente completa se olvida de glosarlo.
Pues su bajo y entresuelo, con terrazas abiertas a las calles Fruela y San Francisco, los ocupa esta Corte de Pelayo desde que el decorador Jesús Martínez, la empresaria Concha Suárez, y Lorena, la hija de ambos, apostaran con entusiasmo por la hostelería. Jesús deseoso de decorar sus propios locales después de muchos ajenos, Concha abriendo caminos nuevos que suponía más sociales y sabrosos que la construcción o la ingeniería, y Lorena por vocación y convicción hasta convertirse, casi adolescente y sin abandonar estudios, en gerente responsable. Así sigue, acompañada ahora por su marido Héctor, cangués del Narcea y futbolista crecido en el bar familiar.
Comenzaron con el café El Colonial, en Las Salesas, que mantienen; luego tomaron bajo su responsabilidad el Pelayo, centro de innovaciones culinarias fundado por José Menéndez el Rey y María Pedregal a comienzos del pasado siglo; pero el derribo total de los interiores detuvo su nuevo despuntar con la Q de calidad y la entrada en Mesas de Asturias. Y ya que la tradición asumida exigía una continuidad igual de noble, trasladaron no sólo al rey, al rey con toda su corte, donde antes estaba el Banco Popular.
La decoración de Jesús parte de los cafés parisinos con una cálida combinación de mármol, madera, piedra y objetos clásicos sin interrumpir las claras vidrieras que convierten en mirador ancho y abierto cualquier asiento. Abajo se puede optar por una selección de vinos a combinar con docenas de esmerados pinchos;arriba, los dos salones según la calle vista, el Fruela y el Uría, dejan la regia rotonda para quienes lleguen en el momento adecuado y permiten variadas elecciones que el comensal sabrá apreciar desde el enunciado a la degustación: el tataki de atún con crema de aguacate, la ensalada de rape braseado y sopa de almendras, el lomo de rape a la sartén con salteado de chipirones, la merluza del pincho en su caldereta, el bacalao con pisto de tomates y vieira, la paletilla de lechal a baja temperatura, el pitu de caleya a la antigua, el solomillo de xata al foie con vino de Cangas
Domina, pues, el clasicismo, la modernidad dispone de ancho asiento, y por eso nos recuerda más bien a la corte de Alfonso II o de Ramiro I.
Y nos queda no mencionar, rendir culto al cachopo llariegu, kilométrico, pantagruélico, crujiente de panco y jugoso de queso de cabra, jamón ibérico, lacón ahumado casero, pimientos, espárragos y salsa de pitu, mejor cachopo de Asturias en el I concurso de tales, aún no cumplido el año ni fallado el II concurso:¡Ya lo quisiera la histórica corte de Pelayo entre tantos nabos con jabalí!
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