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Luis Antonio Alías
Jueves, 5 de febrero 2015, 12:18
Hace ahora quince años abría El Veleru sus ventanales y su vistosa terraza escalonada en una casona remozada de la calle del Rosario. Si el interior, con bajo y barra de chigre y alto de comedor sereno, recuerda la taberna que allí mismo hubo desde los tiempos del pirata Arripay, la exterior tarima esquinada que tiende sogas y vence desniveles, deja clara su condición de feliz ocurrencia. Otra de Juan Iglesias El Pegollín, que con catorce años entró de lavaplatos en La Zamorana para pagarse un viaje y acabó enrolado de hostelero vocacional fuera de grumete o de patrón.
En su haber figura la citada casa de los hermanos Méndez y otras escuelas del calibre de Casa Justo, Tino el Roxu o el Marsol;luego, como lo segundo, combinando mando y buen trato, abrió El Pegollín, chigre que le apoda, y adquirió El Alleranu.
Sólo con estas dos referencias ya se aseguraría un lugar en la nunca escrita historia de la restauración gijonesa. Recientemente, nos recordaba Janel Cuesta el «arroz con bugre y oriciu» que creó y con el que cosechó elogios y laureles, y el reparto gratuito de centollos entre sus clientes, una promoción que colapsó la entrada y la calle de El Alleranu.
Y llegó El Veleru con Fernando Viñuela de cocinero, otro gijonés que sin ejemplos próximos eligió dedicarse a las sartenes, cazuelas y besugueras cuando durante una prolongada estancia londinense encontró trabajo en un restaurante griego. Que Inglaterra despierte y arraigue vocación culinaria resulta poco habitual, pero ocurrió. Al retornar, Fernando hizo la carrera en la Escuela de Hostelería de Gijón y practicó por restaurantes de Canarias y Cataluña.
Y,por el que hoy nos ocupa, formando con Juan una pareja laboral que rompió la década de la burbuja: Juan se dedicó a la construcción con el fin de ayudar a su padre, y Fernando abrió La Viñuela, una vinatería de muy grato recuerdo.
Ahora, acabado el ladrillo y gravemente heridas las aventuras empresariales solitarias, una sucesión de oportunas casualidades les devolvió donde lo dejaron: «Entre ellas, que José Ignacio Pajares, propietario y rehabilitador del edificio y del local, anima y colabora con una imprescindible generosidad», señalan.
El Veleru ofrece guisos tradicionales con el mar por principal entorno y tema, con estricto respeto elaborador si la receta forma parte de las canónicas (fabada, fabes con almejes, callos, arroz con pitu caleya, cocochas de bacalao al pil pil, lomo de bacalao con pisto, pescados de rula a la sencillez) y crea e interpreta el repertorio propio cuidando puntos y mixturas para que la sabrosa armonía final cautive. Puro Fernandos way. Pruébense aquí los pimientos del piquillo rellenos de carne y salsa de foie, los canelones de pitu caleya, el crujiente de manitas de cerdo con perlas de manzana o el lomo de pixín con cigalas.
Los arroces se admiran visualmente antes de desatar la gula el particular de bugre y oricios, el negro, el del señoritu y pulpos, calamares y chipirones al estilo playu y al estilo Viñuela recogen la sabiduría en cefalópodos que atesora el barrio.
También hay caracoles grandes de hierba y planta, una delicatessen injustamente olvidada por los asturianos actuales que prefieren los bígaros de mofu y alga:pídanse, que con un vinín se reza el Ángelus.
En fin, el reencuentro, el reinicio, la ilusión, la seriedad y la inventiva auguran un brillante porvenir a El Veleru en la Cimavilla actual, tan necesitada de mantener y hermanar las máximas exigencias y calidades con el carácter isleño, pero abierto, alegre y convivencial que la destaca y singulariza.
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