Pastrami, un festival de placer carnívoro entre dos rebanadas de pan

El pastrami juega al despiste. L 'i' final invita a pensar en su origen italiano pero no. Su nacimiento se sitúa más al norte, en Rumanía, desde donde viajaría a Estados Unidos de la mano de los muchos inmigrantes que abandonaron el viejo continente.

Los judíos rumanos llevaron hasta Nueva York una carne curada que, enmarcada en dos rebanadas de pan, se convirtió en sándwich icónico. Era mitad del siglo XIX. Lo que se concibió como una forma de conservación –'pastrama' significa conservar en rumano- de una de las partes más económicas del animal, el pecho, derivó en recetas suculentas con partes más nobles.

A España su fama llegó a través de la gran pantalla, pues es bocata callejero y de 'deli' recurrente en el celuloide, 'Cuando Harry encontró a Sally', por ejemplo.

El pastrami es, sin embargo, mucho más que un fiambre cortado en finas lonchas. Al monumental sandwich le antecede un laborioso proceso que puede prolongarse durante semanas, incluso superar el mes, como ocurre en el caso de Katz, uno de los templos del producto al otro lado del charco.

La carne, de vaca o ternera, habitualmente la falda, se desangra primero, generalmente a través del prensado, para condimentarla después con especias (tomillo, cilantro, estragón albahaca, mejorana…) ajo... A continuación, se pone en salmuera para ser finalmente cocida y ahumada.

Finísimamente cortada, los neoyorquinos la apilan entre dos rebanadas de pan de centeno, muchas veces escoltada por rodajas de pepinillo, mostaza y hojas de rúcula, un homenaje al que hoy le toca ser homenajeado.