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Popeye, un marino desgarbado y malhumorado que ni siquiera es de carne y hueso, es probablemente el mayor y mejor prescriptor gastronómico de todos los tiempos. No hay 'influencer' ni 'instgrammer' que lo supere. El personaje animado, nacido en 1929 a manos de Elsie Sega, se atiborraba a espinacas para lograr una fuerza descomunal.
La relación de Popeye con las espinacas va más allá de un simple recurso cómico en los dibujos animados; es un fenómeno que impactó tanto la cultura popular como la industria alimentaria, especialmente en los Estados Unidos. La asociación del personaje y la verdura ha favorecido durante décadas su consumo.
Los niños deseaban mutar como él. Sustituir de un bocado la apariencia pusilánime por la musculatura. Atizar un guantazo al enemigo que le hiciera volar. Ninguno sabía entonces, y muchos aún lo desconocen, que la serie partía de un error científico. Popeye comía espinacas y no lechuga o espaguetis porque se creía que éstas eran una fuente extraordinaria de fuerza debido a su altísimo contenido de hierro.
Aún persiste esta idea y todo parte de una coma mal puesta. El químico alemán Erich von Wolf se equivocó al situar el decimal en un estudio publicado en 1870, atribuyendo sin querer al vegetal de hojas verdes diez veces más contenido en hierro del que en realidad tenía. De 35 miligramos por cada 100 gramos a los 3,5 reales. Todo pensaron que las espinacas eran una «superfuente» férrica.
El error se corrigió tiempo después pero ya era tarde. El mito del hierro y las espinacas había echado raíces en la cultura popular. Popeye se aprovechó y nos engañó a todos. Cierto que tampoco interesaba demasiado desmentir el embauque porque no hay mentira en que las espinacas tienen un exquisito perfil nutricional y su consumo genera múltiples de beneficios.
Es alto su contenido en minerales, vitaminas, pigmentos y fitonutrientes. Una porción de 100 gramos contiene, por ejemplo, 28,1 microgramos de vitamina C, el 34% de la recomendación diaria. Hierro tienen, aunque no tanto como se pensaba, y el cuerpo no lo absorbe tan bien como el presente en los animales.
Sea como fuere, lo cierto es que la influencia de Popeye incrementó hasta un 33% las ventas de la verdura y la industria alimentaria lo adoptó como un símbolo saludable. En Texas incluso le construyeron una estatua.
Los niños, mientras tanto, disfrutaban viendo volar las espinacas hacia su boca con tan solo apretar una lata porque sabían lo que vendría después. Popeye vive en la memoria de muchos y sigue siendo un personaje icónico.
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Álvaro Soto | Madrid y Lidia Carvajal
Cristina Cándido y Álex Sánchez
Lucía Palacios | Madrid
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