Carmen Ordiz Pérez
Jueves, 18 de mayo 2017, 20:06
Desde que se críase en la carnicería Josefa Iglesias Valle, en la calle Campomanes de Oviedo, hasta hoy, ha pasado mucho tiempo, madrugones y viajes en busca de la mejor carne.
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Cuando apenas tenía 13 años comenzó a flojear en los estudios y su padre, como castigo, decidió mandarle a Barcelona. Se subió a un tren de mercancías junto a 6.000 corderos, un maletín de madera con mudas y un poco de hierba sobre la que poder dormir durante los tres días que duraba aquel trayecto. El representante catalán que esperaba las cabezas de ganado en la estación le acogió en su casa y tras ver la actitud que tenía como tratante decidió que quería adoptarlo. Tuvieron que ir desde Asturias en coche a buscarlo.
Vuelve a su tierra y aquí, siendo aun un crío, conoce a su mujer y madre de sus tres hijos, Rosario Menéndez Fernández, Charo, de quien dice que «fue tanto o más importante que yo en la historia de esta empresa. Ella venía de una familia de llagareros, hija del Pitón. Es una persona muy trabajadora y aunque eran otros tiempos, su apoyo fue imprescindible». Juntos trabajaron los seis puestos de carne que tenían en a plaza del Fontán. Con la ayuda de su padre compró el solar de la Calle del Rayo donde actualmente se encuentra la fábrica y ella siguió trabajando en la plaza y criando a sus hijos. Él comenzó a ser mayorista y repartir carne por toda Asturias, invirtiendo en una flota de camiones, alguno de ellos con refrigeración, poco comunes en la época.
Hace más de 30 años que se instaló en la Feria Internacional de Muestras de Gijón, inicialmente con un puesto más modesto y posteriormente con un stand especialmente diseñado por Chus Quirós para que fuera confortable tanto para trabajadores como clientes. «Pronto empezó el éxito. La gente valoraba nuestra calidad». Quizás este sea el motivo de que, tal y como dice Eduardo Méndez Riestra en su Diccionario de Cocina y Gastronomía de Asturias, «la firma El Cuco sea una de las más populares cada mes de agosto en la feria de muestras». El buque insignia de la casa, el chorizo. A pesar del éxito de todas las referencias, el chorizo rojo y el criollo son aquellos productos que más aceptación han tenido a lo largo del tiempo. El rojo, por su sabor, textura y composición que hacen que sea fácilmente digerible. El criollo, un chorizo fresco inconfundible cuando se prueba, que hace que sea uno de los preferidos de los parrilleros de la región.
Emprendedor y con una capacidad de trabajo admirable, mira el futuro con esperanza a pesar de creer que «hay que vivir la calamidad de empezar con un bocadillo para tener respeto al trabajo. Viene una generación muy preparada, pero tienen que ser más serios. No tiene más misterio que saber caer y levantarse, no rendirse a la primera. Eso, en lo laboral y en lo personal».
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Para Manuel Suarez la persona más importante de su vida junto a su mujer fue su padre, quien le enseñó lo que es hoy. Actualmente, al mando de la empresa familiar está su hija Mariluz Suarez, de quien él habla con especial orgullo. «Tras estudiar en la universidad se incorporó en la casa. Supo ganarse el respeto en un sector muy masculino. Es muy echada para adelante, como su madre».
Dice sentirse realizado con todo lo que ha logrado, a pesar de haberse encontrado diferentes piedras a lo largo del camino que reconoce le han hecho ser mucho más fuerte. Su objetivo lo ha conseguido, pero su deseo es ver a los suyos sanos y «si algún nieto sigue con la cuarta generación en el mundo cárnico, yo sería feliz. Eso sí, siguiendo la filosofía de que para para conseguir un producto bueno tiene que haber mucha seriedad».
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