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Carmen Ordiz Pérez
Viernes, 28 de abril 2017, 12:34
Francisco Gayoso (Oviedo, 1974) es la cuarta generación de confiteros y su vida ha estado siempre ligada al obrador, la cafetería e indiscutiblemente a las pastas más emblemática de Oviedo, las Moscovitas. Pero Rialto es más que dulce, es historia y tradición, pocos secretos y mucho cuidado por el producto.
Un salón para varias generaciones. «La confitería Gayoso viene de Luarca, allí trabajaba mi bisabuelo. Mi abuelo dió el salto a Oviedo, abriendo con un socio este local, el de la calle San Francisco, sobre los años 40. Para mí el salón de té es mi vida entera, como para muchos clientes. Generaciones de una misma familia han convivido en estas paredes. Eso es muy bonito aunque también es una gran responsabilidad para nosotros».
Cinco millones de Moscovitas al año. «Mi abuelo comenzó a hacer las Moscovitas hace más de 60 años por probar. No lo hizo con ninguna ambición. Era una pasta más que se encontraba en el expositor, pero las clientas pronto empezaron a pedir la pasta fina de chocolate, hasta el punto en que decidió hacer una bandeja solo para ellas. De elaborarse una sola bandeja al día pasamos a que actualmente se elaboren aproximadamente cinco millones de Moscovitas al año. Para elaborarlas tenemos 14 pasteleros. Todo el proceso es manual, desde el dosificado hasta el baño de chocolate. La clave no está en los ingredientes, para nosotros, aunque suene a spot antiguo, el secreto de las Moscovitas está en el mimo y cariño. Cuando tratas el producto como algo muy especial, la gente lo percibe».
El gremio confitero: fidelidad y discreción. «Son profesionales muy fieles. Guardan con mucho reparo la formulación, la receta y los secretos del obrador. En la casa el motivo por el que se van es la jubilación. Nuestro último maestro confitero estuvo desde los 16 años, paró para realizar el servicio militar y volvió aquí con nosotros hasta que se jubiló».
El asturiano, el mejor embajador. «Muchos llevan nuestro producto por el mundo y lo sienten como suyo. No habría presupuesto en publicidad que nos hubiera permitido conseguir lo que se ha alcanzado gracias al boca a boca. Una de las historias que más me ha emocionado fue ver al sacerdote Enrique Figaredo en nuestro salón de té explicandole a unos niños de Camboya de dónde venían las pastas que él con mucho cariño les suministraba muy de vez en cuando para darles un capricho. Eso para nosotros es mucho mejor que la visita de cualquier famoso o una mención en redes sociales».
El gigante Inditex. «El año pasado nos contactaron para formar parte de la cesta de navidad de los 60.000 trabajadores que tiene en sus empresas Amancio Ortega. Lo servimos en un mes, con muchos empleados trabajando explícitamente en eso. Para nosotros fue un reto a nivel logístico pero también un honor ver que nuestro obrador artesano era capaz de servir a un gigante como el grupo Inditex».
Asturias en el mapa. «Los asturianos a veces no nos creemos los productos que tenemos. Me han juzgado por llevar las moscovitas a tiendas gourmet de Madrid o Barcelona, donde estaban expuestas al lado de bombones belgas o macarons. Yo no tenía ningún complejo, al final es el cliente quien decide. No voy a ser yo el que haga de menos a un producto que está hecho a mano, en Asturias y con mucho cariño. Los llevamos con mucho orgullo y están funcionando muy bien nacional e internacionalmente».
Rialto, en la gran manzana. «Este año comenzamos la aventura de llegar a Nueva York. Es simpático que algunas personas no saben que detrás de Rialto hay una pastelería cafetería, creen que es una marca que elabora pastas como muchas otras. Alucinan cuando visitan nuestra tienda y ven que hay más cosas. En contraposición están muchas señoras que asocian la casa a un salón de meriendas más que a la creadora de las moscovitas. No saben que tienen tanta aceptación fuera».
La historia de Rialto se escribe en femenino. «Mi mujer es la cara visible en Rialto. Ella, como mi madre, es la que mima a los clientes y a los empleados. Las mujeres tienen un don para la gestión del negocio. Mi madre se daba cuenta de la necesidad de descanso de las dependientas, de sí a una señora le gustaba un pastel u otro, mi padre era más pragmático. Ahora ese rol lo juega Ana, la mayor parte de las veces es ella la que está en el negocio y yo estoy en casa cuidando a los niños. Debería de ser eso lo normal, compartir las tareas domésticas. Habría muchas más mujeres en puestos altos si no se les cargara con todo el peso de la familia».
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