ANA SEGURA
Jueves, 29 de abril 2021
Si Adolfo y Eduviges levantaran la cabeza, sonreirían orgullosos pero no darían crédito. El matrimonio, natural de Otur, abandonó el campo para montar una tienda de ultramarinos en la que vendían desde fabes a madreñes o bicicletas de la marca Peugeot. También los bollinos ... de mantequilla que ella elaboraba con mimo y sin importancia. El dulce se convirtió en germen de La Luarquesa, la marca de galletas que más de un siglo después pone el nombre de la villa blanca de la costa verde en el mapa del mundo.
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Desde Almuña, adonde se trasladaron para continuar creciendo, viajan a todo el país y a destinos más lejanos: Portugal, Francia, Irlanda, Alemania, China... Ya han comenzado conversaciones con el mundo árabe. La base del producto no ha variado desde 1896: mantequilla, huevos, harina y azúcar. La empresa se impuso no incorporar aditivos a sus productos, que complementa únicamente con frutos secos, manzanas, naranjas, fresas... así hasta sumar dieciocho variedades, a las que se incoporarán nuevas propuestas bañadas por chocolate puro.
Se trata de una apuesta por la calidad en detrimento del precio que el consumidor ha sabido valorar. Sus galletas de cortesía son líderes del mercado, impulsadas por los acuerdos alcanzados con las empresas cafeteras, convertidas en clientes y embajadoras, porque las colocan en la hostelería de medio país con su nombre al frente o en el reverso.
Pero remontémonos, de nuevo, más de un siglo atrás. Adolfo y Eduviges alumbraron una larga familia. Los beneficios del próspero negocio comenzaron a quedarse cortos para alimentar a siete vástagos así que él, siempre inquieto, buscó nuevas formas de conseguir dinero. Por las tardes trabajaba de camarero del Círculo Liceo, también conocido como el Casino de Luarca.
Entre café y café, tuvo el valor de pedir al dueño del Banco Trelles, asiduo al local, un crédito para montar una panadería. Contra todo pronóstico, el banquero dijo 'sí' y demostró casi por azar y simpatía, su visión, porque la idea fue próspera y el dinero reintegrado.
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El negocio pasó de generación en generación hasta llegar a la actual. Marino García Jaquete, bisnieto y hoy gerente lleva ahora las riendas del negocio. La necesaria adaptación al mercado, la mecanización de procesos y la apuesta por el I+D para conseguir productos no perecederos sin recurrir a la química, no han alterado la esencia de la marca. La mirada al pasado es perpetua.
En unos meses, de hecho, la antigua tienda de ultramarinos volverá, 125 años después, a abrir sus puertas en la misma ubicación, convertida en exclusivo espacio de venta de las famosas galletas. Los bollinos de mantequilla y las mantecadas, receta original de la buena de Eduviges, regresarán a casa.
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