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La moda en la restauración pasa porque la comida sea ligera, como manda el actual culto al cuerpo, y por un cierto sentido de la belleza que está condicionando el contenido de las propuestas culinarias de la comida familiar o de la propia restauración pública. ' ... Comer para vivir'. Es un buen eslogan que define una visión optimista del presente en contraposición al 'Vivir para comer', fruto de la obsesión enfermiza por la comida. La gula siempre ha sido pecado para la Iglesia, pero en otros tiempos, cuando la sabiduría y el conocimiento se refugiaron en los monasterios, de ellos salieron un montón de recetarios, la religión siempre asociada: una mesa bien puesta antes se bendecía; hoy decimos que es la hostia. Comer por puro placer, si se hace con equilibrio, no sólo no es pecado, sino que puede ser virtud. Por el contrario, hay quien piensa que la glotonería es antiestética; vuelve a los cuerpos gotosos, obesos, deformes y torpes. De todos modos, son multitud los que para comer pueden pasar con cualquier cosa; no solo no son exigentes con la calidad de los productos, sino que se enorgullecen de que ésta no les importa: se lo 'tragan' prácticamente todo. Si nos fijamos en los jóvenes, por ejemplo, vemos que les encanta la comida rápida, productos industriales de gran consumo que encuentran sin buscarlos en los centros comerciales, justo al lado de las tiendas de ropa. Lo más sorprendente del fenómeno alimentario es que las industrias tienen la capacidad de reciclarse a una velocidad extraordinaria, marcando tendencias, uniendo ropa, diseño, ocio nocturno y comida o bebida. La juventud opta por una imagen desenfadada, construida en contraposición a los gustos por los que han ido pasando diferentes generaciones, cada uno de los cuales ha calado en el subconsciente juvenil. Juventud es contestación, diferencia y libertad por encima de normas establecidas. Si comer es un acto formal que se debe hacer sentado, los jóvenes buscan modos de consumo informal; con una estética distinta: comer con música, viendo la televisión, tumbados en el sofá; beber directamente de la botella o la lata; comer cuando el cuerpo lo pide; pasta de colores; ensalada con kétchup; pedir una pizza por teléfono… Lo que sucede es que la comida convertida en objeto de consumo pierde su misma esencia: se difumina su condición y finalidad fundamental como alimento. Con el agravante de que las multinacionales no son inocentes en la implantación de estas tendencias.
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