Lucio Blázquez, el logotipo de la cocina madrileña, ha convertido su restaurante en el espejo de la España democrática. Hizo su aprendizaje culinario en la calle con más pedigrí del 'foro', la Cava Baja, donde arrieros, pícaros de Flandes, canónigos e hidalgos de salpicón diseñaron ... lo mejor de la cocina capitalina. Enterrador oficial de las dos Españas, exhibe como eslogan eso de 'En tripa vacía no cabe alegría', y ha demostrado que es más fácil cambiar de ideología que de gustos culinarios. Este tabernero de guisos rotundos ha hecho la auténtica reconciliación nacional: repartiendo huevos estrellados y chuletillas de cordero a diestra y siniestra. Se negó absolutamente a coquetear con la Nouvelle Cuisine y se quedó con los callos a la madrileña. Poderes fácticos, restos de centurias que hacían guardia bajo los luceros, lumpen de burguesía castiza, banqueros con gomina, predicadores del cuarto poder, mujeres hermosas, toreros pintureros, 'guiris' llenos de dólares y las dos Españas machadianas comen en su casa como lo hacían Cervantes, Lope de Vega o Quevedo, a la manera tradicional de Madrid.
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En Lucio la gente va a mirarse y a que el tabernero le dé legitimidad al saludarlo. Y ello a pesar de su provecta edad. Lucio es el restaurador que mejor sabe hacer casting de clientes. Cuando está para los leones lo manda al piso de arriba, al purgatorio. Cuando está en la pomada, lo sienta en el piso de abajo. Uno de sus platos más célebres son los huevos estrellados; aunque dice que es un invento suyo, la historia lo desdice. Los de Lucio están fritos con patatas. Los antiguos, como es natural, no conocían la inefable delicia de las patatas fritas. La venerable solera de este plato sencillo y suculento queda aseverada por Lope de Vega en una carta a su protector, el duque de Sessa. En una justa poética celebrada el 2 de marzo de 1612, Lope tiene que pedir prestados los espejuelos a Cervantes porque olvidó los suyos; y escribe: «Yo leí unos versos con unos anteojos de Cervantes que parecían huevos estrellados mal hechos». Exactamente, la ortografía utilizada por Lope de Vega es esta: «Yo leí unos versos con unos anteojos de Zerbantes que parecían guevos estrellados mal hechos», según recoge el tomo tercero del libro 'Epistolario de Lope de Vega Carpio', editado por Agustín González de Amezúa en 1941.
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