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Diferenciarse haciendo dulces puede parecer una tarea ardua en una sociedad sobreexpuesta a repostería, bollería e hidratos de carbono de absorción fácil que, en su mayoría, son elaborados por la gran industria alimentaria. Andrea García, pedagoga sin vocación pero apasionada creadora de alimentos con alma, ... tenía claro que quería posicionarse en este sector dándole un giro y haciendo las cosas de una forma sostenible.
La clave para conseguir que su pequeña empresa sea un referente fue apostar por un sistema de producción en el que el consumidor esté informado y el productor de las materias primas sea respetado. ¿Cómo? Utilizando materias primas ecológicas, de comercio justo y en su mayoría kilómetro cero.
«Elegimos productos de comercio justo como apoyo a personas productoras y agricultoras que resultan perjudicadas por las dinámicas del mercado tradicional que en la mayoría de los casos son desiguales y, en vez de contribuir al desarrollo social, subrayan problemas estructurales como la pobreza y la explotación laboral. Además, siempre que es posible, apoyamos a nuestros agricultores», explica Andrea García.
Sus productos, además de por un motivo ético, son seleccionadas por su calidad organoléptica. El azúcar de panela, la leche fresca de vaca, la mantequilla o el chocolate eco confieren a los dulces de esta joven mierense unas propiedades nutricionales muy alejadas de la media del mercado, dando lugar a una repostería más equilibrada, que se elabora a diario, sin conservantes ni aditivos, desde su pequeño obrador en Ujo.
«Los elaboradores cuando realizamos este tipo de trabajo artesano además de permitirnos vivir dignamente y no depender de los vaivenes del mercado, ayudamos y reforzamos la economía local creando vínculos de confianza con el cliente», cuenta.
Impartir talleres es un hilo conductor ideal para explicar el proceso y dar a conocer el minucioso trabajo que hay detrás de cada producto», explica Andrea García.
En su lista de recetas se encuentra su famoso brownie de chocolate 70% de Perú, las magdalenas elaboradas con aceite de oliva virgen extra o las galletas de chocolate, pistacho y nuez; un auténtico placer para los sentidos que hace revivir los sabores más puros.
«Poco a poco, la gente va adquiriendo sensibilidad por el origen pero, por desgracia, esta clase de alimentos sigue siendo elitista. Los precios de los ingredientes hacen que el producto final sea más caro que otras opciones industriales. Lo perfecto sería que tuviéramos un precio que todo el mundo pudiera afrontar. Para ello, lo ideal sería que lo raro fuese no consumir producto de cercanía, por ejemplo», puntualiza Andrea García.
Como reza en su libro Carlo Petrini, fundador de Slow Food y una de las cien personas que puede cambiar el mundo según la revista 'Forbes', la gastronomía, para perdurar, ha de ser buena, limpia y justa. Alma Avellana cumple estas tres premisas.
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