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EUFRASIO SÁNCHEZ
Jueves, 27 de junio 2019, 16:43
En Cracovia no hace falta buscar mucho para encontrar rincones hermosos. La belleza vive allí. Cada paseo por sus calles regala momentos conmovedores, como si un foco iluminara cada objeto con perturbadora luz. Callejeando en dirección a la Cracovia del Casco Viejo, se desemboca en la Plaza Mayor llamada también Plaza del Mercado, una de las plazas medievelas más grandes de Europa ( 4 hectáreas), que deja la mente tiritando a causa de su descomunal tamaño y de la magia que desprende, y en la que aún se conservan muchas de las antiguas edificaciones, predominando el Mercado de los Paños, que hoy bien podría ser llamado el mercado del ámbar, dada la cantidad de puestos que alberga dedicados a la venta de esta resina; la torre del Ayuntamiento; la iglesia románica de San Adalberto; la basílica de Santa María, una auténtica joya del gótico, desde cuya torre más alta se oye cada hora el sonido de una trompeta, un símbolo musical que tenía la función de despertar a la población durante la Edad Media. Según la leyenda, este hecho guarda relación con las invasiones tártaras, cuando el guardia de turno, al ver aproximarse a los enemigos, se puso a tocarla y casi al mismo tiempo una flecha le atravesó la garganta. Aunque murió logró despertar a la ciudad que consiguió defenderse, por lo que el toque aún hoy se mantiene en su honor a cargo de funcionarios del cuerpo de bomberos, disfrazados de la época. Aunque existen anotaciones datadas en el siglo X sobre la existencia de Cracovia, la fundación de la ciudad en base a la Ley de Magdeburgo corrió a cargo de Boleslao «El Púdico» en 1257. Cracovia es la cuna de la cultura polaca y fue la capital del reino durante más de cinco siglos.
Como sucede en cualquier polo de atracción turística, son muchos los visitantes que foguean con sus cámaras, que no ven nada si no es a través de la pantalla. No es mi caso. Sí lo es el de tomar muchas notas, tratando de arrancar el secreto de cada rincón, de cada edificio o, cuando de gastronomía se trata, de cada producto o de cada plato. Amor a primera… visita, sintiendo como si el tiempo se hubiera detenido en los adoquines de sus calles, para en cualquier momento, al doblar la esquina, ver aparecer un carruaje de caballos esmeradamente engalanados, que hacen recordar la carroza de Cenicienta. Construcciones de coloridas fachadas góticas de ladrillo con dinteles de arcos y marcos de piedra en iglesias, muchas iglesias a cada cual más sorprendente, a la que se suman abundantes espacios verdes y un castillo de cuento elevado sobre la colina de Wawel, que contó con su propio dragón, habitando una cueva. Para acceder a ella, unas escaleras a modo de pegamento arquitectónico de nexos peldaños en forma de remolino hasta descender a las entrañas de la tierra y dar con la gruta donde moraba el dragón, representado a la salida por una escultura metálica que lanza lenguas de fuego de manera intermitente. Cuenta la leyenda que un audaz y valeroso zapatero remendón lo mató dándole de comer un trampantojo de oveja relleno de azufre. Compartiendo colina con el castillo se alza su majestuosa catedral, que ha ido mudando estilos desde el románico inicial, al gótico, para ser conocido hoy como Perla del Renacimiento, donde se celebraban las coronaciones de los reyes de Polonia, y en la que se encuentran las tumbas donde yacen monarcas, héroes y obispos. La imagen enseguida se da cuenta de que Cracovia, bañada por el río Vístula, tiene todo lo que se necesita para invadir los sentidos como un torrente: resistencia, eternidad, exceso, decadencia y la belleza más absoluta.
Como es preceptivo en un gastrónomo que se precie no pudo faltar un recorrido por la plaza de abastos. Situado muy próximo al centro de la ciudad, está poblado de olor a campo, con atmósfera propia de mercado local. Aquí no hay turistas. Rebosante de frutas, flores y hortalizas, algunas exóticas a nuestro conocimiento, devuelve al agricultor el respeto que se merece y sirve de apoyo a la naturaleza. También abundan en este mercado todo tipo de charcuterías abarrotadas de embutidos, lomos, salchichas y salchichones, tiernos y curados, destacando de estos últimos una especie de fuet delgado y alargado llamado kabanosy, perfumado de hierbas aromáticas entre las que destaca la menta. Así mismo además de los inevitables pierogi (especie de empanadillas o de gyozas) existe un pan típico de Cracovia en forma de grandes rosquillas, entre dulce y salado, que la gente se va comiendo sin reparo por cualquier calle a modo de tentempié. Por todo ello y por el patrimonio gastronómico de la ciudad formada durante siglos con la fusión de la cocina polaca y las influencias de muchos rincones de los países vecinos y de árabes y judíos, Cracovia ha sido reconocida como Capital Europea de la Gastronomía para 2019.
A pesar de que Mahatma Gandhi estaba convencido de que frente al campo incorrupto, las ciudades tenían sangre de hormigón y que eso hacía infeliz a la gente, aquí no ha tenido razón. Cracovia es hoy día una urbe de 800.000 habitantes, a lo que hay que añadir una ingente población estudiantil que da vida y frescura juvenil a sus calles, bares, terrazas, pubs, clubs… pues no en vano cuenta con la excelente y vetusta Universidad de Jagiellonian, fundada en 1364 por Casimiro III el Grande, y por la que pasaron personajes tan ilustres como Nicolás Copérnico o Karel Wojtyla, quien acabaría siendo el Papa Juan Pablo II.
Con todo, Cracovia reúne lo que podríamos considerar como los principales mandamientos para una ciudad habitable próspera y acogedora. Verde: una ciudad necesita pulmones para respirar; la tupida frondosidad del Parque Party se ocupa de ello. Pública: la calidad de los espacios públicos con los que cuenta, influye en la felicidad de sus habitantes. Móvil: resulta un lugar muy habitable al facilitar el movimiento de sus pobladores, desde recorridos peatonales, carriles bici y raíles para un excelente transporte público como son sus tranvías. Culta: en su caso la población es la savia de la ciudad y la cultura es su alma. Antigua y moderna: Cracovia es un depósito de cultura social e histórica, que ha sabido evolucionar constantemente a pesar de los reveses padecidos. Que fueron muchos. Pero no es mi propósito pormenorizar aquí las continuas invasiones, ocupaciones y aplastamientos que ha experimentado a través de los siglos y los horrores infringidos por los nazis en épocas todavía recientes, visibles en el gheto judío y en los conocidos museos de la Farmacia o de la Fábrica de Schindler que tuvimos ocasión de visitar. A pesar con los que a pesar del sufrimiento, no han conseguido borrar la sonrisa del rostro de sus gentes. Por fortuna, la ciudad fue respetada durante las distintas guerras. Alemanes y soviéticos evitaron destruirla, ya que una vez invadida la consideraban de su propiedad y no querían perderse el deleite que les producía su hermosura.
No suelo visitar dos veces el mismo lugar porque en esta vida hay muy poco tiempo y muchas cosas por hacer. Pero Cracovia se ha ganado un puesto en mi ranking de «lugares a los que regresar».
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