Georgina Olivar, con sus churros. Paloma Ucha

Churrería La Gloria (Gijón)

«Los churros son atemporales, lo que hacemos es repensarlos»

La familia heredó un oficio que la bisabuela empezó a practicar para subsistir. La que ahora lleva la batuta lo aprendió a los 14 y decidió mantenerlo y actualizarlo

Sábado, 1 de abril 2023, 10:28

Gloria empezó, continuaron el hijo y la nuera y ahora es la nieta, Georgina Olivar, la que está al frente del negocio familiar: churrería La Gloria. Los primeros pasos los dieron yendo de pueblo en pueblo en mula; empezar a hacerlo en un camión con remolque fue una revolución. Aquí, cada generación ha aportado algo; la tercera, entre otras cosas, abrir un local que va a cumplir cinco años en el barrio gijonés de El Llano.

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-Vayamos tres generaciones atrás. ¿Cuál es el origen?

-La necesidad. En 1944, una galerna afectó sobremanera a Lastres hasta el punto de que muchos hombres y toda la flota pesquera desaparecieron; el marido de mi bisabuela se perdió en el mar. Empezó a hacer churros para buscarse la vida. Funcionaba el trueque, así que ella los cambiaba, por ejemplo, por una docena de huevos. El negocio como tal lo empezó mi abuela sobre 1952 como churrería Lastres. Después pasó a llamarse churrería Gloria, como ella, y cuando mis padres tomaron el relevo en los primeros 70 quedó La Gloria.

-De aquella hacían el servicio 'a domicilio' propio de la época.

-Sí, yendo a las fiestas y ferias de Asturias. Mis abuelos empezaron desplazándose en bici o en mula; llevaban el caldero de zinc, un hornillo para el agua y aceite y montaban como una especie de paraguas. Luego, se construyeron una caseta de madera que ya se podía transportar en un carro y, cuando mi padre se sacó el carné de camión, se compraron uno y construyeron una churrería de planchas de aluminio. El remolque lo compraron en 1983, cuando se quedó embarazada de mí.

-¿Cuándo empieza?

-Mis padres me dijeron, en 1991, que si quería hacer la Comunión y una bici, tenía que ganar dinero. En la Semana Negra me pusieron a vender patatas fritas, ganaba 1.000 pesetas al día y conseguí comprarme una 'mountain bike' de 11.000 pesetas a final de aquel verano (Ríe). Cuando cumplí los 13, falleció mi padre, y ahí aprendí lo que era el negocio. Aprendí a freír churros con 14 años.

-¿Tuvo claro quedarse?

-Me tocó. Estudié Bachillerato y FP de Turismo, pero cuando empiezas a buscar trabajo y te topas con el mundo laboral del becario, que cobran 280 euros por una jornada partida por la que están fuera de casa 12 horas... Pues mira, con lo mío por lo menos estoy en casa.

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-¿Qué tienen los churros para no pasar de moda?

-Son atemporales. Lo que se hace es repensarlos. A las mezclas con marcas comerciales, como Oreo o Kinder, se suman distintos rellenos y baños con diferentes tipos de chocolate. También ha cambiado mucho el mercado en cuanto a intolerancias y alergias; aquí las cuidamos mucho, igual que al cliente vegano. Bueno, los churros de por sí lo son.

-¿Qué más cambios le tocaron a la tercera generación?

-Mi madre era más 'sota, caballo y rey' porque el mercado y el propio negocio lo eran. Ahora hablo con gente de Madrid que llama a un distribuidor que contacta con la comercializadora que llama a la subcontrata que opere en ese concejo... Se ha perdido el contacto directo y las cosas se complican y alargan porque, además, estamos con claves para todo, con páginas caídas, con servidores colapsados... Y yo al menos lo entiendo, pero cuánta gente habrá que no...

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-¿Por qué decide abrir local?

-Porque en 2013 me detectaron una enfermedad que me dificultaba, entre otras cosas, conducir. Ir a las fiestas se me hizo muy difícil; un verano me lo pasé durmiendo en estaciones de autobuses esperando a que empezara el servicio porque no siempre me podían ir a buscar o los compañeros me podían acercar. Busqué la forma de poder seguir trabajando. Pasamos más de dos años buscando un buen local y lo abrimos en julio de 2018. Nuestra clientela de toda la vida ya sabe que estoy aquí, no nos hemos perdido; me hace mucha ilusión cuando entra gente de Infiesto, Villaviciosa, Colunga, Mieres...

-Y llegó la pandemia...

-Han sido años muy complicados. A las semanas cerrados le siguió una desescalada en la que lo seguimos pasando mal porque teníamos todos los gastos, pero no ventas. Y luego nos volvieron a cerrar en una época clave, Navidad. Pero la cosa no acabó ahí porque hace justo un año llegó la huelga de transportes y la guerra en Ucrania; de repente, la garrafa de aceite pasó de costar 50 a 120 euros y hubo desabastecimiento, y subió el gas, la electricidad... Ahí valoramos cerrar porque era trabajar a pérdida.

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