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Nunca en la niñez pasamos tardes aburridas, frías, viendo llover. Los recuerdos son tardes de verano, sin deberes y, si acaso, en un pueblo libres, al sol y al viento. Aunque para algunos no existiera el pueblo más que de forma efímera durante unas cortas vacaciones escolares. Aunque en Asturias lloviera de media uno de cada tres días. Esas tardes de verano son eternas en nuestras cabezas. Y si algo de esas tardes nos queda en la memoria, si algo nos marca de por vida enraizado en la memoria atávica, ese algo, de esas tardes, son las meriendas. Si Ciudadano Kane fuera Pinón, hubiera dicho Casadiella.¿Y usted? ¿Qué merendaba cuando era un guaje?
Meriendan arándanos de la finca de su padre, Samuel Morán, en batido con leche y a veces con zumo de naranja. O a puñaos, que a los 9, 6 y 5 años que tienen estos nenos, todo sabe mejor. Los disfrutan con casadiellas del Casino, porque su bisabuela se las hacía por las tardes a su padre, tras preguntarle ¿quieres merendar unas casadiellas? Y ella, claro, se ponía a freir. Nada sabe mejor que el recuerdo. Ellos aún no lo saben, pero dentro de muchos años cuando no estemos y ellos sí, les emocionará una casadiella. Como un potaje o un pan que te recuerda a tu abuela o a tu madre, porque fueron siempre ellas las que guardaron lo que somos y nos dijeron que nos querían dándonos de comer, transmitiéndonos una forma de sentir la vida, una cultura gastronómica y una forma de ser de un pueblo, el asturiano, tras su mandil.
«Salía de casa y decía que iba a ver a los güelos. Y ya volvía al oscurecer sin más preocupación», rememora Morán de su niñez en Tellego. «Con una aguja de coser sacaban las guindas del orujo, y me las ponían con el arroz con leche. Mi abuelo hacía sidra y destilaba aguardiente y también iba con la bota de vino. Un día mi tía, por la ventana, me veía raro vigilando y cuando pensé que nadie me veía, le pegué un trago al vino. Y ahí me pilló», bebiendo el vino a escondidas, lo que parecía ser más bien una costumbre. Hoy, padre de tres hijos, es el mediano el que dice que se cae, por costumbre, en el bebedero de las vacas, buscando renacuajos, y llega a casa «como si se tirara a la piscina. Una vez... pero dos...» murmura el padre.
Quizás salgan a su madre, o a él, ingeniero técnico industrial, que planteó plantar arándanos tras beber abundante sidra el día de su propia boda y que anda peleando con certificados energéticos para compensar «una producción de arándanos que no da lo que el Serida dijo que iba a dar. Llevamos 9 años, yo apunto cada hora de trabajo, cada gasto y sé lo que me cuesta producir. Si en 5 años no conseguimos que las plantas den lo que dicen que tienen que dar, va a haber que replantearse si seguir». Así, dice «en Asturias hay casi más producciones abandonadas que produciendo».
No apunta Morán, propietario con su padre y hermano de Morán Berries, en Tellego, sin intención de disparar. El fué quien hace ya unos años peleó hasta que la Dirección General de Tráfico retirara un radar que estaba «mal colocado» a la salida del túnel Ángel Uriel de la A-66, en Oviedo, obligándoles a devolver el importe de más de 15.000 multas. «No quieren escuchar al ciudadano, yo presenté un escrito que era muy sencillo de leer, pero no quisieron». Y, al final, varios millones de euros a devolver.
Será por esa formación técnica que le llevó a trabajar en una planta nuclear: «esas barras verde fosforito que vemos en los Simpson, en realidad son azules», o por crecer «en esa libertad del pueblo enfrentándote a tantas cosas y aprendiendo a caerte», por lo que él apostó por el azul de los arándanos. «Que los tenemos aquí y no tenemos la costumbre de consumirlos». Dicen, «yo no soy médico», que pueden ayudar con las infecciones de orina, que son buenas contra el colesterol y en la salud cardiaca, y son, entre otras cosas, buenas para la piel. Vamos, todo un superalimento que llamaríamos si no estuviesen plantados ahí al lado por pequeños productores de los de kilómetro cero.
Estos de Moran Berries, en temporada (de verano como los recuerdos) pueden ir a recogerse con los niños y comprarlos a través de su página web. «No vendemos a grandes empresas que buscan precio», explica. Lo primero, además de hacer pasar una buena tarde en familia, da la posibilidad de buscar renacuajos en el bebedero de las vacas. Y ahí sí, seguramente, sea un instante eterno como cuando merendábamos... (rellene aquí usted).
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