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ALEJANDRO L. JAMBRINA
AVILÉS.
Jueves, 22 de octubre 2020, 00:34
José Rafael Valdés, más conocido como Falo, lleva 23 años observando el mar Cantábrico desde el restaurante al que da nombre, Casa Falo, en lo más alto de San Cristóbal. La semana que viene se jubilará a los 67 años y eso es precisamente lo que más echará de menos, no poder ver el mar desde su cocina ni a los clientes que le han acompañado durante media vida. «Ha llegado el momento de descansar, este es un trabajo muy sacrificado y es hora de marcharme a pesar de que me duele en el corazón», confiesa Falo, que cerrará las puertas de su restaurante el 1 de diciembre.
Natural de Verdicio, donde sigue viviendo hoy en día junto a su mujer, Falo entró en el vasto mundo de la hostelería bastante tarde. Antes había dedicado toda su vida a sus dos pasiones: la mar y el fútbol. «Recogí percebes muchos años y se me daba muy bien, era muy ágil porque también jugaba de portero», recuerda el hostelero, que llegó a defender la meta de una decena de equipos asturianos hasta los cuarenta.
Si el deporte le ayudó a ser mejor hostelero no puede decirlo con seguridad. Lo que sí tiene claro es que conoce los productos de la mar como nadie y eso es lo que le ha llevado a ser uno de los hosteleros más valorados de la comarca. «Mi negocio ha estado especializado en pescados y mariscos y yo siempre he dicho que no hay otro secreto que un producto fresco, bien cocinado y buen precio», asegura Falo, que en sus primeros años como hostelero regentó Casa Marcelino, en Heros.
Las casualidades hicieron que tuviese la oportunidad de adquirir su actual restaurante, anteriormente discoteca, y no lo dudó un momento cuando se asomó al acantilado sobre el que se asienta y vio el mar en todo su esplendor extenderse hasta donde alcanza la vista. «El local estaba hecho polvo y tuve que trabajar mucho, pero siempre he estado muy contento de los resultados que me ha dado este restaurante. Todo ha sido gracias a los clientes, aquí no ha habido crisis nunca, he de reconocerlo».
De hecho, ni siquiera el coronavirus le ha golpeado como a otros, ese no es el motivo de su jubilación. «Puedo decir con orgullo que este mes de agosto hemos trabajado como nunca porque tengo a los mejores clientes del mundo y les estaré eternamente agradecido», agradece el hostelero.
«Siento mucho tener que marcharme porque la gente me pide que me quede, pero quiero descansar y dedicarme a la pesca y a la caza. Ahora solo espero que alguien se haga cargo del negocio para poder venir a tomarme unas sidras, pero de momento no ha habido suerte».
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