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Un jueves al mediodía del mes de mayo que acaba de irse, Inferno ofreció su primer servicio a ocho clientes en la gijonesa calle de Melquiades Álvarez. Era el inicio de la nueva aventura personal y profesional de Carolina Fanjul (Gijón, 1985). Apenas 24 horas después, ya competía en el Campeonato de Pinchos y Tapas de Gijón con una propuesta cuyo nombre es toda una declaración de intenciones: 'A Fuego', que resultó además finalista. Pisa fuerte una cocinera habituada a ponerse el mundo por bandera. Risueña y pura dinamita, busca el desafío y supera los retos a golpe de constancia y frescura. Pocos serían capaces de convertir la cafetería de un hospital en finalista del Concurso Nacional de Pinchos y Tapas. Ella lo hizo.
–¿Qué es Inferno?
–Una experiencia desde que entras. Creo que no hay ningún local de este estilo en Asturias; puedes amarlo o detestarlo. Es muy yo. Me impliqué tanto en cada detalle que que yo lo pinté, coloqué el suelo de resina, hice prácticamente todo por el miedo a no saber transmitir a un tercero lo que quería.
–¿Encontraremos cocina desenfadada?
–Es cocina de autor con un poco de fusión. Me gusta mezclar productos, especias y técnicas de diferentes partes del mundo e incorporar producto asturiano. En la carta hay platos contemporáneos y tradicionales, todos con un toque. Quiero que sea ameno y juego con los detalles y las presentaciones. Las croquetas, de tres tipos, llegan en una calavera; el brioche 'lo trae' un perrito…
–¿Todo para compartir?
–La idea es que por 30 o 40 euros te puedas hacer tu propio menú degustación eligiendo los platos que tú quieras. No hay primeros, ni segundos, solo doce propuestas saladas y tres dulces. Si comes más, elijes más. La carta irá rotando cada dos meses para que todo sea más dinámico.
–Es su primer proyecto propio
–Y mi vuelta a casa. Yo soy muy gijonesa, criada en el paseo de Begoña y ahora encantada de vivir en El Llano. Era el momento perfecto para dar el paso; la situación económica ha mejorado y, después de veinte años, me picaba el niki. Tengo una suerte increíble con mi familia, que me ha apoyado en todo, y esta primera carta es un pequeño homenaje a ellos, desde el producto mallorquín –mi hermano y mis sobrinas viven allí– al plato favorito de mi cuñada.
–¿Lo suyo es un idilio con los fogones?
–Desde pequeña lo tuve claro. Estudié en la Escuela de Hostelería de Gijón y después en Irizar ,en San Sebastian. Estuve en Akelarre, con Arzak, y después en Cantabria y en distintos restaurantes de Asturias hasta que acabé en la cafetería del Hospital de Avilés, donde aprendí a organizar un equipo de trabajo, gestionar compras… La cocina es importante pero también todo lo demás. Estos siete años me han permitido dar el paso.
–Consiguió que la gente fue al Hospital San Agustín de Avilés específicamente a comer. Casi nada.
–La gente flipaba (se ríe). Hacíamos jornadas gastronómicas mexicanas, tailandesas, jugábamos con los postres… La idea era hacer una cocina divertida y equilibrada para comer bien, no para comer por comer.
–Una rara avis.
–Tenía mis miedos pero tuve mucho apoyo. Suelo hacer lo que creo que está bien y no pienso qué dirán o si es arriesgado. Al final la cocina me apasiona…
–Y decidió apuntarse al Campeonato de Pinchos y Tapas de Asturias.
–Quedamos finalistas todos los años que participamos y, en una ocasión, segundos. De ahí, al campeonato de Valladolid, donde no dije que éramos un hospital. Escribí en la inscripción Cafetería San Agustín únicamente porque quería que, si me eligieran, no fuera por la coña del hospital, sino por la propuesta.
–Con experiencia sanitaria en el buen comer, ¿cómo ve la salud de la gastronomía asturiana?
–Impresionante. El problema es que no nos sabemos vender bien pero ahora mismo tenemos gente joven buenísima, guisanderas a un nivel excepcional, cocineros consolidados, producto … Se nos valora poco a nivel nacional, pero tenemos todo para triunfar.
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