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Amador García (Oviedo, 1990) vive en Morcín, donde un 'hobby' improvisado de su padre se convirtió en oficio. Amador padre empezó a criar pitos y a posicionar un producto típico asturiano, pero poco aprovechado en el plano comercial: el pitu de caleya. Ellos apostaron por él y ahora «necesitaría dos páginas para mencionar a todos los restaurantes que tienen nuestro producto», cuenta el hijo. Y todo lo hacen sin venta 'on line' ni redes sociales.
–Todo empezó de casualidad...
–Sí, porque por el asma iba a pasar los veranos a León y un día le pedí a mi padre que me comprase dos pollitos. Le hizo gracia cuidar de ellos y cuando volvimos a Asturias, metió unos pocos en un corral que teníamos al lado de casa. A raíz de eso empezó todo, ya hizo naves un poco más grandes para tener alguno más para la familia y amigos y cuando cumplí los 20, más o menos, empecé yo.
–Unos 20 años después de la primera compra, ¿cuántos pitos tienen y en cuánto terreno?
–Tenemos capacidad para unos 1.700, ahora estaremos en unos 1.100. Contamos con, digamos, dos partes: una con capacidad para 750, donde hay tres naves, cada una con su prau correspondiente, y otra parte más nueva, que compramos después de la pandemia, con dos naves más con capacidad para 500 pitos cada una. Aumentamos porque, cuando empezamos con el matadero, vimos que con tener 700 pitos no nos daba. Tras abrirlo y ver que las cosas funcionaban, decidimos ampliar.
–Abrieron el matadero en 2016. Hasta entonces tenían que ir a sacrificar los pitos a Castilla y León...
–Pudimos hacerlo gracias a los restaurantes que nos empezaron a pedir grandes cantidades de producto. Gracias a ellos íbamos a matar a Benavente o Ponferrada todos los meses con 100 pollos. Buscábamos tener muchos para matar para tratar de hacer el viaje lo más rentable posible... Tardamos bien poco en plantear abrir un matadero propio.
–Lo largo sería llegar a conseguirlo...
–Sí, fue complicado por tema de papeles y porque, con todo el sentido del mundo, son muchos los requisitos que se pide que cumplan esas instalaciones. Pero desde Sanidad y Agroganadería pusieron mucho de su parte. La pena es que solo podemos utilizarlos nosotros.
–¿Todavía, ocho años después?
–Sí, es por cuestión de distancias. Por riesgo de contaminación, no puedo matar aves de otras explotaciones, ya que no estoy a más de 500 metros de mi propia explotación. Aunque tanto a mí como a cualquiera nos exigen certificar que los pollos están sanos antes de llegar al matadero.
–Un pitu de caleya no lo es por cuestión de raza, sino por sus condiciones de vida. ¿Por qué es famoso entonces?
–Exacto, el pitu de caleya es el pollo criado en caminos y en unas condiciones específicas, que come maíz y vive en semilibertad. Yo creo que el lugar también condiciona mucho el producto, pues no es lo mismo uno que se cría en llano que el nuestro, que está en plena montaña, y que siempre habrá razas más favorables, como el pollo rojo, que es el que procuro tener siempre. La raza autóctona de Asturias es la pita pinta, pero a ver si la encuentras de cuatro kilos...
–¿Cuánto tiempo los cría?
–Los compramos con cinco o seis meses y los tenemos hasta casi el año. Lo que hacemos es engordarlos, darles maíz para que cojan el color y la textura que los hacen especiales. Comprarlos de pequeños no nos sale rentable, ni es siquiera plausible porque necesitaría muchísimo terreno. Los tenemos libres en los praos y ellos deciden si entrar en la nave o no; sí los guardamos si llueve mucho para que no vayan por el lodazal.
–¿No hay depredadores?
–Tenemos pastor con electricidad y, de momento, sirve. Pero es verdad que llevamos un tiempo viendo a muchos más raposos de lo normal, parece que están tramando algo.
–¿Qué gusta a los cocineros de su producto?
–Que es una carne oscura y dura que tarda en cocer, que no se despega fácilmente del hueso y tiene buena grasa infiltrada. Todos los que lo prueban dicen que no sabe a pollo...
–¿Y qué le dice su padre?
–Que tengo que espabilar mucho todavía (ríe). Está contento y orgulloso, y el mayor consejo que me da es que trabaje, que mantenga la seriedad en lo que hago y la calidad del producto.
–Demuestra que se puede vivir del campo.
–Tienen que darse las cosas, pero sí. Yo tuve la suerte de ser un poco pionero y de tener la labia de mi padre, que tiene todos los clientes que quiere (ríe). Dificultades hay muchas, pero con esfuerzo, trabajo y un poco de suerte puedes llegar a vivir de ello.
–No tienen tienda 'on line', pero su producto se come fuera de Asturias. ¿Cómo?
–Ni tienda ni redes ni nada. Nos llaman de Madrid, La Rioja, Granada, las islas... El boca-oreja y la comunicación lo hacen posible.
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