

Secciones
Servicios
Destacamos
Cuatro generaciones han escrito la historia de Casa Lula, el restaurante que abrieron Lula y Álvaro en El Crucero, Tineo, en enero de 1925. Su hijo Manolín siguió la estela con su mujer Adina y su testigo lo recogió más tarde Álvaro. Su hijo estudiaba Veterinaria en Oviedo cuando conoció a la que en 1979 se convertiría en su mujer, Mayte, que cambió Pravia por Tineo. Ellos vivieron años intensos, cargados de vaivenes que marcaron el pulso de la hostelería regional y del concejo. Mayte, que cumplirá los 68 en agosto, comparte fogones con la siguiente generación al mando, la de Blanca, que ha supuesto un punto de inflexión. O varios, porque es la primera mujer en coger las riendas que nació en la casa; el resto lo habían hecho matrimonio mediante. Muchos dicen que se parece un poco a su bisabuela por su carácter impulsivo, de mucho trabajar y mucho movimiento. Entre una y otra ha pasado un siglo, que se dice pronto. Hoy lo celebrarán a lo grande, pero será solo un aperitivo de lo que vendrá.
–100 años no se cumplen todos los días, felicidades. ¿Qué ven cuando miran atrás?
–M. Á.: Que se trabajó mucho. Y todo lo invertimos en el restaurante. Aquí se ganó dinero, ¿eh? Mi hija y mi hijo estudiaron en universidades privadas porque nos lo pudimos permitir y es lo único de lo ganado que no volvió a la casa. En cambio, Blanca ahora no puede dárselo a su hija. También veo muchas satisfacciones porque, aunque hubo cosas malas en todo este tiempo, es bonito ver bautizar a un neno cuyos padres, abuelos y bisabuelos se casaron aquí.
–B. M.: La pandemia me vino bien para decir 'ojito, la historia que tiene este casa'. Yo nunca tuve grandes aspiraciones, soy bastante conformista. Siempre dije a mis padres que no quería tener tanto como ellos.
–¿A qué se refiere?
–B. M.: Ahora cerramos dos días, creo que tenemos otra forma de entender la vida. Yo quiero tener un equipo que esté a gusto, estar segura y confiada y poder disfrutar de la vida. Mi padre siempre dice que el mayor enlace sindical de esta casa fui yo, pero es que ellos no tenían ni un mes de vacaciones, cerraban 15 días.
–M. Á.: Mis hijos no pueden quejarse de que no viajaron porque en aquella época, que no era como ahora ni mucho menos, sí que lo hicieron. Y sí que vivimos la vida, ¿eh? Lo hicimos acorde a la época y dentro de un sector como es el hostelero. Hasta la pandemia, cerrábamos los viernes.
–Es un futuro diferente.
–M. Á.: Llegué a temer que esto no siguiera, y tengo claro que fue gracias a mi caída. Si no, esto hoy estaría cerrado. La pandemia también fue complicada, pero mientras viva Manolín, aunque perdamos dinero, no quiero ver la puerta cerrada.
–Pero Blanca vino a casa, podía no haberlo hecho porque estaba a otras cosas ya.
–M. Á.: Estudió Dirección y Gestión Hotelera en Barcelona. Antes de venir, estaba de directora en un hotelín en Somiedo, pero se tenía que encargar de todo. Hasta tenía el teléfono desviado al suyo y no paraba nunca. Claro, un día me llamó y me dijo que para ser Mayte en el Castillo del Alba prefería ser Blanca en Casa Lula. Hoy sería millonaria, eso sí.
–B. M.: Yo ayudaba en cocina, pero estaba a otras cosas. Cuando ella cayó, entré porque encontrar personal es difícil.
–¿Siempre lo fue?
–B. M.: Lo es en un negocio como el nuestro, que es una cocina de siempre, pero muy concreta, con las recetas de la casa. Cualquiera que venga puede saber muchísimo de cocina y va a querer hacer sus cosas. A nosotros nos va bien con este tipo de cocina, ¿por qué lo voy a cambiar? El que viene va buscando pote, callos, merluza, manos de cerdo...
–¿No se planteó usted cambiarlo todo?
–B. M.: Hice muchas cosas; reformamos lo de abajo, que fue todo cosa mía porque veía que los tiempos cambiaban, que cada vez dábamos menos bodas porque la gente ahora busca otros marcos. Lo cambiamos, abrimos The Lula 212 y eso nos dio la vida después de la pandemia porque en esos años lo que había ahorrado se fue. Ahí aprovechamos para hacer conciertos y ahora las celebraciones que tenemos acaban ahí.
–¿En qué se diferencian Mayte y Blanca?
–M. Á.: Blanca dio una vuelta muy grande a la forma de trabajar porque es mucho más organizada que yo, aunque tiene mucho genio.
–B. M.: Somos muy diferentes. Ella no tiene prisa y prefiere no madrugar y luego quedarse hasta las cuatro de la mañana en la cocina, yo al contrario. Y tengo mil notas, para todo. Pero es verdad que soy muy nerviosa y ella muy tranquila; a veces tengo luego que pedir perdón porque es verdad que me altero. A mi madre en la cocina la llamo 'esta señora' cuando algo no me cuadra (ríe).
–La otra gran diferencia de Blanca es que es nacida en la casa.
–M. Á.: Yo sabía para donde venía, nadie me engañó, pero el día que ya me quedaba, vine llorando hasta La Espina. Hasta que me dijo Álvaro que o callaba o daba la vuelta (ríe). Siempre digo que me quedé por cómo eran Manolín y Adina, que por Álvaro me hubiera marchado más de una vez (ríe). Hasta Adina decía que si nos separábamos, venía conmigo.
–A Lula no la conoció. Aprendió con Adina porque cuando conoció a su luego marido, estaba en la universidad estudiando Económicas y no en una cocina...
–M. Á.: Sí, ella empezó. Pero a diferencia de lo que le pasó a ella, en mi época, hostelería hacía muchos cursos.
–Estuvo en el origen del Club de Guisanderas. ¿Qué recuerdos tiene?
–M. Á.: Sí, Ángela [Casa Emburria] y yo empezamos siendo las más jóvenes y ahora yo soy la más mayor en activo. El club empezó como una broma con los hombres para ver qué hacían con nosotras durante las reuniones del sector. En una, mi hijo, que era un crío entonces, insistió para que no nos quedáramos a cenar porque era viernes y había en casa formigos, que nadie sabía qué era. Fue Pepe Díaz el que dijo que había que hacer algo por recuperar y dar a conocer esas recetas. Al poco hubo un congreso de hostelería y ahí empezó a fraguarse la idea. Trece mujeres fuimos a la primera reunión, cinco de Tineo, y hasta hoy. Llevamos muchas decepciones al principio...
–¿Por qué?
–B. M.: Las menospreciaron mucho, les hicieron feos. Hoy en día hay quienes siguen teniéndoles tirria...
–M. Á.: Lo pasamos muy mal. Recuerdo que el primer libro lo pagamos de nuestro bolsillo, ¡cada una iba a gastar millón y medio de pesetas! Adina y Tilina volvían a casa pensando en lo que dirían los maridos, y nosotras les respondimos que dijesen lo que quisiesen, que para eso trabajamos. Ahora se quiere subir todo el mundo al carro.
–¿Qué sentido tiene ahora el club?
–B. M.: Somos una familia, nos ayudamos mucho.
–¿Les preocupa la renovación?
–B. M.: Ahora ya no metemos a señoras de más edad; da pena, pero si seguíamos así iba a dejar de tener sentido. Ahora María [Casa Eutimio] y Sara [Casa Telva] son las más jóvenes. La verdad, sus negocios son de los de guisanderas que más envidia me dan porque son superfamiliares. Casa Lula lo es, pero cuando se jubilen mis padres, me quedaré sola. Me encantaría tener yo a alguien más de la familia aquí. Y el cierre de Casa Emburria nos da una pena tremenda; somos familia más que vecinos. Es por Manel que hoy estoy yo aquí porque presentó a mis padres. Cuando me enteré de cría, fui corriendo a darles las gracias (ríe).
–M. Á.: Llegamos a estar mis suegros, mis padres y nosotros. Mi madre murió poco después que Adina y las dos se pasaban horas doblando las servilletas de las bodas. Y hasta los trabajadores dormían aquí, comíamos y cenábamos todos juntos.
–¿Cuál fue la mejor época?
–M. Á.: los 80, sin duda.
–B. M.: También fue la ampliación de la térmica de Soto, que ya cerró y se murió mucho Tineo ahí.
–¿Quién viene a comer aquí?
–B. M.: Depende de la época. En verano hay mucha gente de fuera de Asturias. Lo normal es que venga gente de fuera de la zona y entre semana fundamentalmente dan vida el polígono y las empresas que hay por la zona. Por eso, lunes, jueves y viernes –martes y miércoles cierra– tenemos menú del día. Eso sí, aquí la gente sabe lo que va a encontrar, no busca florituras.
–Lo malo que no reservan.
–M. Á.: No, y además es muy irregular. Un día das 12 y al siguiente, 80. Es complicado.
–B. M.: El de Tineo no sabe que tenemos menú, para él Casa Lula es el sitio donde celebrar.
–Celebrarán los 100 a lo largo de todo el año. ¿Con qué?
–B. M.: Queremos cocinar con guisanderas a lo largo del año, pero la celebración oficial será el 9 de diciembre, que es cuando Manolín cumple también los 100. Él siempre me dice que a los 120 tengo que llegar (ríe).
–M. Á.: Mi suegro nunca se opuso a nada y ahora es el que más disfruta.
Publicidad
Lucía Palacios | Madrid
María Díaz y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.