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AZAHARA VILLACORTA
Domingo, 22 de noviembre 2015, 11:10
«Sería un hijo de puta si mirase atrás y me quejase». Con ese espíritu transita José Sacristán (Chinchón, 1937), el hijo de Venancio el comunista y de la Nati, por la existencia y el cine. Y con el mismo agradecimiento recogió el Premio Nacho Martínez en el FICX53 este hombre con una voz de tenor ligero a la que «los años y el tabaco» convirtieron en inconfundible. «Yo quería ser Juanita Reina, tonadillera», bromeaba ayer, pero se quedó en uno de los grandes de la escena de este país sin despegar los pies de la tierra. «Es que los de Chinchón, de ego, andamos muy justos. El ego para mí es la portada de EL COMERCIO en la que recojo el Premio Nacho Martínez. ¿Cómo digieres eso? Con serenidad. Es la hostia».
-¿Cómo decide un niño de la España profunda convertirse en actor?
-Ya me gustaría a mí saberlo. Yo debía tener 6 o 7 años cuando mi primo Venancio me llevó al cine y aquel crío quedó fascinado. Hasta mucho tiempo después no supe que aquello era un oficio. Fue parecido a lo que debieron sentir los pastorcillos de Lourdes o Fátima cuando se les apareció la Virgen.
-No había precedentes familiares.
-No. Y hablo de la Castilla campesina de los años 40, la Edad Media. Íbamos a cagar al corral con un candil de aceite. Creo que es inherente al ser humano la necesidad de la multiplicidad, de que haya otra realidad distinta a lo que vivimos. Actuar es la razón de mi vida, una forma de permanecer y de luchar contra la muerte. No tendría ningún sentido que yo siguiera en este negocio después de 60 años si no estuviera el público ahí sentado para asistir a esa mentira maravillosa, al juego de hacer creer al otro que eres el que no eres y que algo le pase. Porque, si no le pasa nada, entonces malo.
-¿Qué tienen que tener papeles e historias para que le interesen?
-Que me gusten. Normalmente, la buena historia viene ofrecida por gente con la que vale la pena trabajar. Es una suerte porque te lo pasas pipa con esos jovenzuelos y a muchos de ellos hay que tirarles de las orejas porque piensan que el cine empieza en Steven Spielberg. Cuando el personaje tiene entidad, te ocupa. Y luego es mucho más difícil hacer un imbécil que a Hamlet o don Quijote. Lo fácil es meterle mano al buen personaje. Mi fórmula de trabajo es mitad Stanislavski y mitad La Niña de los Peines. La aproximación al personaje la hago por Stanislavski, pero la ejecución la hago como La Niña de los Peines. Como decía Lorca, el verdadero cante flamenco empieza cuando se acaban las facultades. Donde no se note que estás haciendo algo. Un ejemplo formidable de ocupación es Darín. No es él. Es el señor que le ha ocupado.
-¿Le apetece volver a dirigir?
-Poner en pie una película siempre ha sido muy difícil en este país y ahora ya es terrible. Ser peliculero en España es más difícil que ser torero en Islandia. Mientras el cómico Sacristán tenga trabajo, el director no. Y no doy abasto. Incluso rechazo papeles. Y no nos engañemos: tampoco soy John Ford.
-¿Qué le parece la transformación que ha sufrido el cine?
-Ahora notas mucho que el cineasta viene de otro cineasta, de otras referencias. Que pasa por la vida como de refilón. Pero en España sigue habiendo variedad de miradas y gente joven con mucho coraje, mucho talento y mucho amor a esto. El cambio más importante se refiere a la mecanización. Yo ahora estoy flipando. En la medida en que la técnica va facilitando formas de trabajar, se pierde el apartado artesanal. Ahora, tú lo haces, lo ves y lo manipulas en el instante. Se ha producido una revolución, pero en el fondo se trata de contar una historia. Y hay historia o no la hay. Y hay actores o no. Y eso va a ser siempre así.
-¿Cómo asiste al éxito de pelis como 'Ocho apellidos vascos'?
-Pues me alegra, entre otras cosas, porque todo esto de las identidades me tiene hasta la... gorra. Me parece formidable tomarle el palo a la patria, las banderas y la madre que las parió. Desconozco la fórmula del éxito. Lo que conozco es la imbecilidad de los responsables políticos que dicen que la gente no va al cine porque es malo.
-Los jóvenes realizadores siguen apostando por usted. ¿Qué tiene?
-Tengo la suerte de que llaman a mi puerta, porque yo no voy a llamar a la puerta de nadie. Y estoy muy contento por compartir, discutir con ellos todo lo que está pasando en este país, que son cosas muy interesantes.
-¿Qué ocurrirá el próximo 20 de diciembre con todos esos cambios?
-Algo se está moviendo, pero no en la dirección que a mí me gustaría. Y, como de esta derecha no espero absolutamente nada, quiero que ocurra algo que ponga las cosas en su sitio, que haga de esto algo más saludable y civilizado. De la derecha ni hablo. No pierdo el tiempo.
-Usted, un hombre de la izquierda, ha cargado duramente contra ella asegurando que ha dejado de tener autoridad moral.
-Estoy muy cabreado con la izquierda oficial. De hecho, han sido desbordados por la izquierda por Podemos. Está clarísimo. Y veremos a ver también, porque, de pronto, hay cosas que no me gustan. Espero al 20 de diciembre porque hay que mantener el optimismo en la medida de lo posible.
-Y alguien que no tiene ni teléfono móvil se ha convertido en viral con una frase sobre la corrupción: «Con todo lo que se sabe, muchos de estos van a volver a ser votados y aplaudidos, y será el momento de reconocer que somos un país de mierda».
-Es que los datos son apabullantes. Y, sin embargo, siguen siendo los primeros en intención de voto. ¿Qué nos pasa? No lo sé. Por otro lado, dada la catadura de la derecha de este país, dada la insolencia con la que se manifiestan, es cuando más me jode a mí lo de la izquierda. Viniendo, además, de 40 años de dictadura como venimos. ¿Cómo es posible que en tan poco tiempo la izquierda se haya perdido, que se haya convertido en esto, incluidas las centrales sindicales?
-Y, mientras tanto, los jóvenes emigran. De 'Vente a Alemania, Pepe' a 'Perdiendo el Norte'.
-La diferencia es que, en la España de aquel entonces, abrías el grifo y no salía agua. Y un día salió hasta caliente. Y ahora vuelve a no salir agua. Venimos del confort y nos ponen a servir salchichas. Eso es jodido. Ahora, en lugar de ir con la maleta de cartón, se va con el móvil y el ordenador. Antes se iba hacia una conquista y ahora se va con una sensación de derrota. No hay una crisis. Es una guerra en la que hay muertos laborales, sociales y morales.
-Y todo, en una vieja Europa amenazada por el terrorismo.
-No justifico en absoluto lo de París. Entre otras cosas porque, ¿quiénes son estas criaturas que se inmolan? Es la barbarie. Eso no se puede negociar ni combatir. Acojona, porque ¿de dónde coño salen? Ahora bien: hay que joderse con la foto de las Azores. ¿Dónde estaba la entonces occidente?
-¿De aquellos polvos estos lodos?
-Pero que no te quepa ninguna duda.
-¿Y Pepe Sacristán ha encontrado su lugar en el mundo?
-Había un viejo en mi pueblo que decía: «Lo primero es antes». Y yo creo tener una cierta idea de las prioridades. Me cuesta trabajo mirar para otro lado y reclamo incluso el derecho a equivocarme. No quiero perder la capacidad de sorpresa. No quiero que lo que me queda de vida sea un coñazo. Eso de la seguridad. Quiero hacer el tonto, el payaso todos los días.
-Suena parecido a la felicidad.
-Sí. Dentro de considerar que felices del todo solo son los tontos de baba. La felicidad está hecha de pequeñas cosas y va saltando de un lado a otro. Igual tiene que ver con una idea de lo que uno creía posible y ocurre. Y seguramente eso viene dado porque uno es de Chinchón y porque tiene noticia desde su más tierna infancia de qué es eso de ganarse la vida. Como decía don Antonio Machado: «No hay camino. Se hace camino al andar».
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