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Alberto Piquero
Miércoles, 23 de noviembre 2016, 21:01
Tal vez, lo primero que sorprenda al espectador de viajes cortos al asistir a la película iraní de Behnam Behzadi, Inversión, sea visitar una ciudad, Teherán, que bulle entre atascos automovilísticos occidentales. Y, en el cielo, nublada por la boina de la contaminación, también muy reconocible. Esa polución condicionará el desarrollo de la cinta, pues afecta a la madre de la protagonista, aquejada de graves problemas respiratorios, al tiempo que desatará el conflicto de los demonios familiares. Y ahí habrá que volver a encontrar paralelismos notorios entre la mezquindad que rodea a Niloufar, la joven protagonista que ha de hallar el equilibrio entre el amor filial y su emancipación personal, con cualquier capítulo de la vida ordinaria que rodea nuestros calendarios. Intereses creados, ruindades, dineros, comodidades y ese laberinto cotidiano de la supervivencia cainita.
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